Carta apostólica del Papa, por la que proclama a san Juan de Ávila Doctor de la Iglesia universal. Referente para la nueva evangelización - Alfa y Omega

Carta apostólica del Papa, por la que proclama a san Juan de Ávila Doctor de la Iglesia universal. Referente para la nueva evangelización

Ricardo Benjumea
Tapiz de san Juan de Ávila, en el Vaticano, en la ceremonia de su proclamación como Doctor de la Iglesia.

El Sínodo de los Obispos se abrió con la proclamación de san Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia. Pocos días antes de la clausura, se hizo pública la Carta apostólica en la que el Papa deja constancia en un documento pontificio. Escribe Benedicto XVI: «La primacía de la gracia que impulsa al buen obrar, la promoción de una espiritualidad de la confianza y la llamada universal a la santidad vivida como respuesta al amor de Dios, son puntos centrales de la enseñanza de este presbítero diocesano», que el Papa presenta como «referente cualificado para la nueva evangelización». La Carta está fechada el 7 de septiembre, el mismo día de la proclamación.

«La doctrina del Maestro Juan de Ávila posee, sin duda, un mensaje seguro y duradero, y es capaz de contribuir a confirmar y profundizar el depósito de la fe, iluminando incluso nuevas prospectivas doctrinales y de vida», añade la Carta. «Atendiendo al magisterio pontificio, resulta evidente su actualidad, lo cual prueba que su eminens doctrina constituye un verdadero carisma, don del Espíritu Santo a la Iglesia de ayer y de hoy».

Un aspecto en el que se detiene Benedicto XVI es en «la primacía de Cristo y de la gracia que, en términos de amor de Dios, atraviesa toda la enseñanza del Maestro Ávila». Para mostrar la actualidad del planteamiento, el Papa resalta la similitud con documentos pontificios recientes, y cita una frase de la Carta apostólica Ubicumque et semper, por la que se instituye el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización: «Para proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio, se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios».

Pero, «si el Maestro Ávila es pionero en afirmar la llamada universal a la santidad, resulta también un eslabón imprescindible en el proceso histórico de sistematización de la doctrina sobre el sacerdocio», destaca el Papa. «La afirmación central del Maestro Ávila es que los sacerdotes, en la misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor (Carta 157), y que actuar in persona Christi supone encarnar, con humildad, el amor paterno y materno de Dios». Y añade Benedeicto XVI: «La búsqueda y creación de medios para mejor formar a los aspirantes al sacerdocio, la exigencia de mayor santidad del clero y la necesaria reforma en la vida eclesial constituyen la preocupación más honda y continuada del Santo Maestro. La santidad del clero es imprescindible para reformar a la Iglesia». Las propuestas de san Juan de Ávila -subraya- «alcanzaron a toda la Iglesia», y dieron «origen a una escuela sacerdotal que prosperó durante siglos».

Santa Hildegarda y la modernidad

También santa Hildegarda de Bingen, la mística y profetisa alemana que vivió entre los siglos XI y XII, proclamada Doctora de la Iglesia junto a san Juan de Ávila, es presentada como «testigo creíble de la nueva evangelización». Benedicto XVI destaca «su capacidad de hablar a quienes están lejos de la fe y de la Iglesia», su profunda teología y su rica antropología, que muestra al hombre como criatura herida por el pecado, pero incondicionalmente amada por Dios.

«Hildegarda se plantea y nos plantea la cuestión fundamental de que es posible conocer a Dios», escribe el Papa. «Mediante la fe, como a través de una puerta, el hombre es capaz de acercarse a este conocimiento. Sin embargo, Dios conserva siempre su halo de misterio y de incomprensibilidad. Él se hace inteligible en la creación; pero esto, a su vez, no se comprende plenamente si se separa de Dios. En efecto, la naturaleza considerada en sí misma proporciona sólo informaciones parciales que no raramente se convierten en ocasiones de errores y abusos. Por ello, también en la dinámica cognoscitiva natural se necesita la fe; si no, el conocimiento es limitado, insatisfactorio y desviado».

Por todo ello, santa Hildegarda sirve hoy de guía para «el diálogo de la Iglesia y de la teología con la cultura, la ciencia y el arte contemporáneo». Se mantiene también vigente su «ideal de la vida consagrada», o «la idea de reforma de la Iglesia, no como estéril modificación de las estructuras, sino como conversión del corazón». Su proclamación como Doctora es, además, «de una extraordinaria importancia para las mujeres», ya que en ella «se expresan los más nobles valores de la feminidad: por ello también la presencia de la mujer en la Iglesia y en la sociedad se ilumina con su figura».