Carmen, hija de Publio Cordón: «Ese día bajé a casa llorando y dije: “He visto a Dios”»
Sufrió la muerte de su hermano y el secuestro de su padre. Así empezó un itinerario espiritual que culminó en un banco, exhausta, en medio de una montaña
—En el desayuno de oración que organizaron recientemente la ACdP y la Fundación Universitaria San Pablo CEU dio su testimonio de conversión. Su vida empezó a cambiar cuando falleció su hermano Publio.
—Era un chico espectacular, guapo, con mucha fe. Yo era más rebelde, más progre. Le decía que la religión era un invento del ser humano para afrontar la muerte y discutíamos mucho sobre esto. Una noche de viernes hicimos un pacto: el primero de los dos que se muriese volvería y avisaría al otro de si había algo o no al otro lado. Pensábamos que aquello sería con 80 años, pero el siguiente domingo él se mató en un accidente con un ultraligero.
—¿Qué pasó con aquel pacto?
—Publio cumplió su promesa. Unos días después yo estaba estudiando y de repente vi en la repisa del salón un vaso que se empezó a mover solo. Luego estalló sin más, se pulverizó y llenó de polvo de cristal la habitación. Me quedé paralizada pero ahí se quedó esa experiencia.
—¿No quiso indagar más?
—En ese momento no. No iba a Misa ni nada. Me dediqué a mis carreras universitarias y di la espalda a lo del otro lado, aunque por dentro seguía teniendo la necesidad de respuestas.
—Luego llegó el secuestro de su padre, Publio Cordón.
—Cuando desapareció la empresa empezó a notarlo, no teníamos el dinero que nos pedía el GRAPO. El Gobierno intentó desacreditar a mi padre. Pero yo lo único que quería era salvarle, conseguir dinero como fuera y poder pagar el rescate. Lo conseguimos, pero nos enteramos tras 17 años de juicios de que ya lo habían matado cuando se lo dimos.
—¿Cómo lo vivió usted? ¿Volvió a mirar hacia ese otro lado del que hablaba?
—Cuando estás delante de la muerte, con miedo e impotencia, rezas; y yo rezaba mucho. Pensaba en la Virgen María, en su sufrimiento ante la maldad humana. Eso me conmovía y me hacía llorar. Pedía ayuda a mi hermano, iba a la Virgen del Pilar. Pero al final, después del secuestro, acabé exhausta, con un gran sentimiento de fracaso. Vendimos las empresas y me fui a República Dominicana a trabajar en un hotel con mi marido y empezar de cero. Fueron 20 años de mucho trabajo y de prosperidad. Ahí crecieron nuestros tres hijos. Luego volvimos a Madrid.
—¿Su inquietud espiritual se disipó por el camino?
—Para nada. Yo seguía buscando porque seguía sintiendo dudas y miedo, pero al mismo tiempo iba detrás de la seguridad en lo económico, en el tener y el poder, con toda la vanidad que conllevan. Por dentro estaba mal. Me puse a leer y estudié Humanidades e Historia. Quería entender la condición humana, me interesaba por la física cuántica, el Big Bang. Comprendí que tiene que haber un orden superior, empecé a pensar que algo había y lo buscaba con la meditación y con el silencio.
—Fue un viaje también interior.
—Un día, con esa búsqueda y ese anhelo, me pasó algo. Todos los días, disciplinadamente, me levanto antes del amanecer para pasear sola a lo alto de una montaña que está cerca de mi casa y desde ahí miro amanecer. Pero un mañana estaba harta, triste y cansada de cosas personales y profesionales muy duras. ¿De verdad tengo que seguir luchando tanto?, me preguntaba. Así que me senté en un banco, a medio camino, y me regalé quedarme ahí, tan tranquila. En ese momento sentí la presencia de Dios, muy real. No fue un sentimiento, sino la gloria absoluta de Dios mirándome dentro del corazón. Era una presencia tan real como el banco en el que estaba sentada. No hay palabras, es como estar en una habitación oscura y saber que hay alguien a tu lado aunque no le veas. Dios me miró con una ternura tan profunda que me quebró por dentro y me hizo llorar. Yo me sentí miserable, fea por dentro, injusta y mala, torpe e ignorante, pero Dios me dijo: «Te quiero», y eso me hizo profundamente feliz. Me irradió una alegría que no he sentido en la vida. Vivo soñando con volver a tener eso. Me encantaría apartar el ruido de mi vida para volver a tener ese momento. Ojalá Dios se lo regalara a todos los seres humanos, porque viviríamos en el cielo. Esa revelación que me hizo Dios, Jesús, esa gracia, me ha cambiado mucho más la vida que ver aquel vaso pulverizarse por sí solo.
—¿Cómo bajó de ese banco a su casa?
—Me hizo sentir una enorme responsabilidad: ¿qué tengo que hacer? ¿Plantar árboles? ¿Construir presas? Pues no, solo tengo que ser yo, solo tengo que ser lo que Él ha creado. En mi vida habitual tengo que ser bondad. Ese día volví a casa llorando y le dije a mi marido: «He visto a Dios, me ha hablado Dios». Eso ha marcado nuestra vida profundamente. Después he seguido un camino muy mío. Empecé a ir a Misa y ahora intento ir todos los días. Ahí sucede el milagro, te sientes amparado, ves que los demás son familia, el Señor te vuelve a abrazar, te quiere como eres.
—¿Qué le diría hoy a la Carmen descreída de la que me hablaba al principio?
—Eres un ser extraordinario y único en el mundo. Apaga el ruido de fuera y mira dentro de ti, observa sin intervenir. Hay un ser divino que te habita y que es el soplo de Dios.