Carmelo La Magra: «Las personas que viven en Lampedusa están extenuadas»
Carmelo La Magra es el párroco de la única iglesia que existe en Lampedusa. Como parte del Foro Solidario de Lampedusa, es una de las pocas personas que podían acceder al muelle de Favaloro, un área militar cerrada a los civiles donde antes de la pandemia las personas rescatadas en el Mediterráneo esperaban a ser trasladadas hasta los centros de acogida. Ahora tienen que hacer cuarentena en un barco.
¿Cómo ha cambiado la situación en Lampedusa en estos años?
Ha empeorado. Desde el 2017 casi no hay operaciones de rescate en el mar y las que hay afrontan muchas dificultades. En estos últimos años han aumentado los naufragios y los muertos.
A principios de mayo llegaron 20 barcos con más de 2.000 personas en un solo día. ¿Cuál es la situación actual?
Ahora mismo no hay ninguna persona en el centro de acogida de Lampedusa, pero deberíamos poder prepararnos con tiempo para la siguiente llegada. Falta visión en la gestión de las llegadas. Se hace como si fueran pequeñas emergencias, cuando es una cuestión estructural. Lo vemos más como un problema de seguridad que de acogida.
¿Podría contarnos qué se encontró cuando llegaron esas personas?
Los inmigrantes llevan tatuadas en la piel las torturas y las violencias que han ido sufriendo a lo largo de la travesía. Hubo a un chico al que le tuvieron que amputar una pierna y algunos dedos por la cangrena que se le había formado debido a los golpes que había recibido. Otra chica enferma de cáncer tenía varias cicatrices en brazos y piernas. Había muchos niños. Cada persona viene con una historia de sufrimiento, aunque los que llegan suelen hablar poco, porque para verbalizar lo que han vivido necesitarán años.
¿Cómo se sienten cuando llegan a Lampedusa?
Aquí se sienten seguros. Vienen a pedir lo que necesitan y tratamos de conseguirlo gracias a la ayuda de la gente de la isla.
¿Cómo es esa primera acogida?
Ahora tienen que hacer cuarentena en los barcos. Les ofrecemos té caliente, les proporcionamos mantas térmicas, algo de comer… Esto no resuelve el problema, pero al menos es una acogida humana y nosotros salvamos algo de nuestra dignidad como país. En Lampedusa pasan un tiempo feliz, entre el horror del viaje y la incertidumbre del futuro. Pero las personas que viven aquí no pueden ser abandonadas en esta tarea, porque están extenuadas.
¿Cómo definiría la relación de la gente de la isla con los inmigrantes?
No podemos hablar de momentos de desencuentro porque son realidades que no se tocan. El problema no es la raza, es el dinero. Damos la bienvenida al turista extranjero, pero si viene en una barcaza es distinto. Es la pobreza la que nos pone delante de nuestras responsabilidades como sociedad.