Carlos Castillo: «El Sodalicio ha destruido a muchas personas»
El arzobispo de Lima, que en diciembre será creado cardenal, defiende que la Iglesia participe de la regeneración que está emergiendo de la sociedad peruana
Carlos Gustavo Castillo, de 74 años, es el arzobispo de Lima (Perú) desde enero de 2019. El próximo 7 de diciembre será uno de los cinco latinoamericanos que el Papa creará cardenales en un consistorio que se cerrará con 140 electores en un eventual cónclave. Se define como un colaborador «alegre» de la gran reforma eclesial iniciada por Francisco, que «retoma con brío y creatividad espiritual el Concilio Vaticano II» y en la que la evangelización es una tarea fundamental para sembrar la presencia de la Iglesia en el mundo. «Hay un clamor general por una Iglesia más cercana y dinámica, más atenta a las necesidades de los sectores postergados de la sociedad y de la misma Iglesia», desliza. Apuesta también por un «nuevo despliegue misionero» que lleve la Palabra de Dios de forma inculturada a todas las comunidades, que tienen que ser tratadas no solo como sujetos evangelizados sino también como «agentes evangelizadores» y sin perspectivas «colonizadoras». Su receta para una Iglesia sinodal y dinámica en su país es que se inserte en el «nuevo proceso de regeneración» que emerge desde las bases de la sociedad peruana para contrarrestar la crisis política que sumió al país en la inestabilidad tras el autogolpe fallido de Pedro Castillo en 2022. De hecho, sentencia que, sin cambios internos, «todos los esfuerzos» por reformar la Iglesia en la línea sinodal «se diluyen porque la corrupción también pulula dentro de ella por medio de sectores que han crecido al calor de la apariencia de cristianos».
Su nombramiento lleva el sello de la opción preferencial por los pobres, que proponía el fallecido teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, amigo personal de Castillo. A las necesidades de los descartados hay que responder «a partir de la actitud absolutamente cristiana de servicio desinteresado y gratuito, el amor de Dios», y con «iniciativas que compartan recursos desde la Iglesia para todo tipo de ayuda y promoción humana».
Su aterrizaje en el colegio cardenalicio llega, además, en un momento en el que avanza con pie firme la investigación ordenada por el Papa y orquestada por el arzobispo de Malta, Charles Scicluna y el sacerdote catalán, Jordi Bertomeu, contra la sociedad de vida apostólica Sodalicio de Vida Cristiana. Hasta ahora se ha expulsado por «graves faltas» a 15 miembros, incluyendo al fundador, Luis Fernando Figari. Para someter a la gente, este utilizaba prácticas muy parecidas «a las acciones psicosociales que se realizan en ciertas dictaduras», describe Castillo con dureza. Era una figura «construida ideológicamente, donde la santidad no aparece», con «corifeos que exaltaban gestos, palabritas y eslóganes evidentemente falaces». Basta solo «revisar algunos para sentir su carencia de contenido profundo e identificar su frivolidad espiritual», concluye.
En Perú, la gente va respirando hondo al saber «que se está poniendo en orden un ambiente que ha destruido emocional y físicamente a muchas personas». Defiende con ahínco que la Iglesia debe ser ejemplar en la protección de las víctimas y la justicia reparativa. «Todo este modelo elitista y procurador de criminalidad antihumana y de ambición financiera, que se cree católico, tiene que desaparecer o desenmascararse como opuesto a la fe y utilizador-destructor de la buena voluntad religiosa», enfatiza. Por eso, considera que el futuro del Sodalicio debería pasar por la exigencia «moral, canónica y de derecho secular de la restitución humana, la atención a las víctimas y su reparación económica». En este sentido, asegura que su completa sanación «es una exigencia ineludible que el Evangelio nos plantea, no solo para el Sodalicio sino también para toda la Iglesia».
Muchos ven en la figura del franciscano brasileño Jaime Spengler —elegido en abril de 2023 presidente de los obispos brasileños y, en mayo de ese año, del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)— el relevo de Francisco en la región. «Hay una gran riqueza que distingue la vida de las Iglesias locales. La religiosidad popular es un patrimonio y hay que cuidarla», remacha. Como Castillo, será creado cardenal en el consistorio de diciembre en otra muestra de la confianza que tiene el Papa en él, sobre todo después de su participación en el Sínodo de los Jóvenes en 2018. Está especialmente conectado con este grupo social gracias a su gran experiencia en el campo educativo. Además, como obispo auxiliar en la diócesis de Porto Alegre tuvo que bregar con un ambiente «marcado por el positivismo y la secularización». «La gran prioridad de la Iglesia es seguir transmitiendo y promoviendo la fe, especialmente a las nuevas generaciones», asegura.
En su análisis sobre los desafíos que enfrenta la región, ocupa un lugar preeminente la «plaga de la corrupción», como una suerte de «drama estructural regional» que se repite. «Socava amplios sectores de la sociedad. Es un virus difícil de combatir», lamenta. En todo caso, aventura que el antídoto del que la Iglesia dispone es «el Evangelio», el lugar desde el que se «puede promover la necesaria justicia en el continente».