Cáritas atiende a uno de cada cuatro refugiados rohinyá
800.000 personas han cruzado desde agosto la frontera entre Birmania y Bangladés. Su situación estará en el punto de mira durante la inminente visita del Papa a ambos países
«Una anciana rohinyá de 83 años llegó arrastrándose con la ayuda de otros refugiados, que la cargaban al cruzar ríos y canales. El Ejército de Birmania había quemado su casa, y había perdido a todos los miembros de su familia. Su grupo caminó durante 21 noches. De día esperaban en la jungla. Nos dijo que no tenía ninguna esperanza en esta tierra». El doctor Edward Pallab Rozario, gerente de los proyectos médicos de Cáritas Bangladés, la conoció en una de sus visitas a la región de Cox’s Bazar. Este distrito es el más afectado por la última oleada de refugiados que huyen de Myanmar.
Desde que un grupo armado de esta minoría musulmana atacó 22 puestos policiales y uno militar en agosto, y las fuerzas de seguridad desencadenaron una nueva persecución contra toda la etnia, más de 800.000 personas han huido del estado de Rakhine; es decir, el 60 % de su población. Seis de cada diez son menores, según UNICEF, y muchos viajan solos.
«Los niños desaparecen»
El panorama del que son testigos los 33 trabajadores de Cáritas en la zona es desolador: mujeres que dieron a luz durante la huida, decenas de miles de embarazadas desnutridas y sin seguimiento médico, niños que pasan hambre y sufren fiebre, sarpullidos y problemas gástricos… Los refugiados llegan, además, con heridas visibles e invisibles. «Hemos visto a personas con heridas de bala, traumatismos y fracturas. Hablan de hogares quemados, y de cómo violaron y torturaron a sus madres, esposas, y a muchas chicas jóvenes», explica Rozario.
El médico alerta además de que la maldad humana sigue acechando a los más vulnerables en los campos de refugiados: «Los profesores de las escuelas que han puesto en marcha algunas ONG nos cuentan que los niños desaparecen. Nosotros fuimos testigos de cómo un grupo se iba detrás de unos hombres que les daban chocolatinas».
Cáritas Bangladés, en coordinación con la ONU y diversas ONG, distribuye alimentación a unas 40.000 familias —200.000 personas—; es decir, casi un cuarto de los refugiados. Es una aportación muy significativa en un país donde los católicos apenas son el 0,3 % de la población. Además, la entidad está empezando a intervenir más a largo plazo, llevando a 30.000 de esas familias a mejores refugios, agua y saneamientos.
Birmanos pero ilegales
La crisis humanitaria de los rohinyá es el tema que más expectación ha despertado de cara a la visita del Papa a Myanmar y Bangladés, del 27 de noviembre al 2 de diciembre. Consciente de que la situación viene de lejos y de que esta minoría es para gran parte de la población un chivo expiatorio, la Iglesia birmana ha llegado a desaconsejar que el Santo Padre use el término «rohinyá». Desde el golpe de Estado que llevó al poder a una Junta militar en 1962, el Gobierno birmano ha reprimido a esta minoría étnica y religiosa. Durante décadas se ha forjado una identidad birmana que aúna el nacionalismo y el budismo que profesa la mayoría de la población.
Considerados inmigrantes bengalíes ilegales, los rohinyá no son reconocidos como ciudadanos incluso aunque hayan nacido en Myanmar. A finales de los años 1970 y a principios de los 1990, sendos brotes de violencia causaron oleadas de unos 200.000 refugiados en Bangladés, aunque la mayoría acabaron regresando a Myanmar.
La actual crisis ha hecho que hayan llovido las acusaciones de inacción sobre la nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, consejera de Estado del Gobierno birmano y líder de facto del país. El cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon, ha salido con frecuencia en su defensa. Recuerda que la transición del país a la democracia es aún incipiente —hasta el año pasado no se eligió un presidente no militar—, y que el Ejército aún conserva buena parte del control sobre el país. «Desde la Iglesia haremos todo lo posible por defender a esta minoría. Todos necesitamos trabajar para que una tragedia así no se repita», afirma a Alfa y Omega. Pero centrar en Suu Kyi las críticas —advierte con frecuencia— podría desestabilizar fatalmente al joven Gobierno democrático.
Hoja de ruta para la paz
La nobel convocó el año pasado una comisión liderada por el ex secretario general de la ONU Kofi Annan para abordar la cuestión de Rakhine. El grupo de trabajo presentó sus conclusiones en agosto, casi coincidiendo con el último brote de violencia. «Suu Kyi está lista para aplicar esta hoja de ruta para la paz —explica el cardenal Bo—. Ha formado una comisión de implementación y está elaborando una estrategia conjunta con el Gobierno de Bangladés» para el regreso de los refugiados.
La líder ha asegurado que los frutos empezarán a verse en las próximas semanas. Pero el proceso no será fácil, pues el Documento de Kofi Annan propone entre otras medidas reconocer la plena ciudadanía a los rohinyá nacidos en el país, fomentar la participación social de todos los grupos étnicos y religiosos, y reformas económicas para promover un desarrollo que beneficie a todos. El Gobierno bengalí, exige, además, el cese inmediato de la violencia, que la ONU investigue lo ocurrido y que se garantice la protección a los rohinyá, por ejemplo creando zonas custodiadas por la comunidad internacional.
En paralelo, las Cáritas de ambos países estudian la posibilidad de unir fuerzas para aportar su granito de arena al proceso de retorno y reconstrucción. Sin embargo, en la entidad bengalí temen que la situación se prolongue, y piden que la comunidad internacional busque una solución alternativa a largo plazo. «Bangladés no está en condiciones de seguir sosteniendo, él solo, a un número tan grande de gente. El país tiene otras prioridades también urgentes para aliviar la pobreza», afirma Francis Atul Sarker, su director ejecutivo.
Desde la Iglesia se teme, además, el impacto que pueden llegar a tener las llegadas continuas de refugiados a la zona fronteriza. La tala de árboles para hacer fuegos está deforestando la zona, y «los grupos tribales locales se están viendo desplazados. Esto, unido a la frustración que acumulan los rohinyá, puede terminar con brotes de violencia —advierte el cardenal Patrick D’Rozario, arzobispo de Daca (Bangladés)—. Pero ahora mismo no hay más salida que atender esta emergencia humanitaria».
Cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon (Birmania): «Espero que esta visita inicie un proceso de sanación nacional»
Cardenal Patrick D’Rozario, arzobispo de Daca (Bangladés): «Los musulmanes están muy abiertos a escuchar al Papa»