Cardenal Antoine Kambanda: «Dejé mi país por el odio y sentía que mi misión era reconciliar» - Alfa y Omega

Cardenal Antoine Kambanda: «Dejé mi país por el odio y sentía que mi misión era reconciliar»

María Martínez López
Con niños de la calle de CECYDAR, ONG ligada a la Comunidad del Emmanuel. Foto: Arzobispado de Kigali.

La violencia que se gestaba en Ruanda en los años 60 hizo que el actual arzobispo de Kigali, la capital, pasara buena parte de su infancia y adolescencia como refugiado. Ordenado sacerdote por san Juan Pablo II en 1990, perdió a casi toda su familia en el genocidio. Al crearlo cardenal en 2020, Francisco eligió a un colaborador especialista en sanar las heridas del odio.

Usted mismo sufrió, ya en los años 1960, las consecuencias de la violencia interétnica en Ruanda. Siendo niño su familia tuvo que huir del país y ser refugiados en Burundi, Uganda y Kenia. ¿Cómo lo vivió?
Tener que dejar la patria fue doloroso, pero lo viví con paz gracias a Dios y a seguir practicando nuestra fe. Allí donde estuvimos en el exilio, las comunidades cristianas nos acogieron con facilidad. Tuvimos que soportar muchas penalidades y sacrificios para que la familia sobreviviera. Siendo refugiado en una tierra extranjera era difícil encontrar colegio. Cuando fuimos de Burundi a Uganda, tuve que cambiar de un sistema escolar a otro, en distintas lenguas. Otras veces me retrasé en los estudios por falta de dinero para la matrícula. Pero mis padres trabajaron duro y gracias a Dios en una escuela de una misión había sacerdotes que me ayudaron a seguir con mis estudios. Empecé el seminario menor en 1976, con 18 años, y los estudios superiores en 1983, con 25. Cinco años después, ya de vuelta en Ruanda, estudié Teología.

Esta violencia étnica era por tanto anterior al genocidio. ¿Cuáles son sus raíces?
Su origen es el problema de la manipulación política de las diferencias étnicas en la lucha por el poder, como ocurre en varios países africanos. Incluso donde no hay diferencias étnicas reales, se crean de forma artificial. En Ruanda, de hecho, los hutus y los tutsis no son realmente grupos étnicos, pues estos se caracterizan normalmente por tener un idioma, una cultura, un territorio; en resumen, una nación con su organización de la autoridad y su historia. Pero los hutus y los tutsis hablan el mismo idioma, tienen la misma cultura y conviven en todo el territorio, con una historia compartida durante al menos diez siglos. Solo hay un grupo étnico, llamado ruandés o banyarwanda.

¿Y entonces de dónde viene la distinción?
Históricamente, hutus y tutsis eran más bien una especie de clase basada en el trabajo que hacían. Los hutus eran agricultores y los tutsi criadores de ganado. Si un hutu cambiaba de ocupación podía volverse tutsi, y viceversa. En 1932, cuando el Gobierno colonial introdujo los carnets de identidad y quiso identificarlos, se tomó una decisión arbitraria y se crearon grupos artificiales. A una persona con diez vacas o más se la identificaba como tutsi y a una sin vacas o con menos, hutu. Hubo casos de hermanos a los que se les entregaban carnets distintos. Y era un delito cambiar esta identidad. Otro problema fue que durante siglos había habido matrimonios mixtos y los hijos se consideraba que pertenecían al grupo del padre. Las relaciones entre unos y otros siempre fueron muy cercanas, y por eso fue tan trágica la ideologización política de la división étnica en la lucha por el poder, que hizo que un grupo matara al otro.

¿Cómo se produjo?
La ganadería producía más beneficios que la agricultura, y por eso el poder político también estaba en manos de los tutsis, y centralizado en el liderazgo del rey. En los años 1960, cuando el rey comenzó a pedir la independencia y se crearon los partidos políticos, los poderes coloniales movilizaron a los hutus contra los tutsi. Cuando llegó la independencia, muchos tutsis y algunos hutus del partido en el poder fueron asesinados y otros se exiliaron.

En la lucha política por el poder la gente cae en la tentación de las divisiones, los conflictos y la violencia. Esto supera al Evangelio del amor, que nos hace una sola familia de hermanos en Dios Padre. Muchos ruandeses se habían convertido al cristianismo y un gran número eran católicos, pero no lograron resistir a la tentación de esta lucha y de la violencia. Sin embargo, doy gracias a Dios porque sí encontramos en los países que nos acogieron como refugiados este espíritu cristiano de amor fraterno. A pesar de que éramos totalmente extraños y no teníamos derechos, nos integraron y nos permitieron ganarnos la vida.

¿Jugaron estos hechos algún papel en su vocación?
Dios es el Señor de nuestra historia y de la del mundo. Conoce nuestro futuro porque crea a la persona para una misión en un tiempo y un lugar concretos. Cuando analizo la historia de mi vida y de mi vocación con la visión de la fe, veo la mano de Dios acompañándome en mi vida en el exilio y ayudándome a través de la gente con la que nos encontrábamos, especialmente pastores que fueron muy significativos en mi vida. El primer sacerdote que nos visitó en nuestra casa en la aldea donde estábamos durante el exilio me impresionó mucho. Me conmovieron su bondad y su amor al venir a visitar a unos desconocidos. Vi en él la mano amorosa de Dios. Fue entonces cuando empecé a pensar y rezar para convertirme en sacerdote, y él me animó y me ayudó a ir al seminario.

Habiendo tenido que dejar mi país y vivir en una tierra extranjera por la división, el odio y la violencia, sentía que tenía la misión de reconciliar a las personas en los conflictos y unirlas dando a conocer el amor y la compasión de Dios por su pueblo. Desgraciadamente, muchas personas viven miserablemente porque no son conscientes del plan de Dios para su salvación y para que seamos una familia feliz en paz y fraternidad.

Después de lo que le costó prepararse para el sacerdocio, ¿qué significó para usted ser ordenado por san Juan Pablo II en su visita a Ruanda en 1990?
Me hizo muy feliz, fue una gran bendición. Estaba en el seminario menor cuando fue elegido, y empecé a leer sobre su vida y ministerio. Pasó tiempos difíciles, especialmente haber perdido a toda su familia cercana siendo joven. Conoció las tragedias del Holocausto, la Guerra y la persecución. Pero siempre mantuvo la esperanza y la fe en Cristo. Particularmente tenía una gran devoción a la Virgen María. No le desanimaron las circunstancias de su tiempo. Realmente era un modelo de santo no solo para mí sino para el mundo, con su testimonio de misericordia, paz, amor y reconciliación; cosas que el mundo necesita tanto.

El momento más importante que recuerdo de la ordenación fue cuando me arrodillé y me impuso las manos, fue una experiencia que nunca podré olvidar. Recuerdo también su homilía, exhortándonos con voz potente a ser mensajeros de paz.

Cuando en 1993 dejó su país para continuar sus estudios en Roma, ¿había alguna sospecha sobre lo que iba a suceder menos de un año después?
Ya estaba la guerra en la frontera y en algunos lugares cercanos a ella. Los partidos extremistas estaban entrenando a milicias y difundiendo el odio étnico. Todo preparaba el genocidio contra los tutsi. Hubo ensayos en algunos lugares, y varias personas fueron asesinadas y sus propiedades saqueadas o quemadas. Hubo conversaciones de paz y se firmó un acuerdo de paz en Arusha, pero las milicias no estaban contentas con la paz. El país se encaminaba a una grave crisis política y a la violencia. A la gente le preocupaba no saber qué ocurriría después. Fue entonces cuando conseguí una beca para estudiar en Roma.

¿Cuándo le llegaron noticias del asesinato de su familia?
Durante bastante tiempo no recibí noticias de casa. En general quienes lograban escapar decían que todos habían sido asesinados. Pero mientras no hubiera confirmación, era difícil creerlo. En medio de ese dilema seguí adelante rezando mucho, hasta que un día recibí la carta de un sacerdote que fue a mi casa y confirmó la muerte de siete miembros de mi familia nuclear y muchos más de la extensa. Vivía una situación desesperada, y mientras a mi alrededor la vida en Roma seguía con normalidad. Esto me hacía sufrir más aún porque nadie podía entender lo que vivía por dentro.

¿Cómo lo superó?
Recurrí a una intensa oración. En la oración me podía refugiar en el Señor, solo Él sabía y comprendía lo que me pasaba. Esto me fortaleció y me permitió llevar mi cruz con Cristo que nos dice «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas». En esa época conocí a la Comunidad de Sant’Egidio. Organizaban oraciones por la paz en Ruanda y experimenté la solidaridad de la oración con otros, especialmente ruandeses y amigos que estábamos en Roma. También sentíamos que podíamos contribuir a llevar la paz, y una fuerte comunión con los que tanto sufrían en nuestro país.

Ha reconocido que algunos miembros de la Iglesia fueron cómplices del genocidio.
El genocidio puso en práctica la ideología genocida que durante mucho tiempo se había extendido en Ruanda. Los miembros de la Iglesia no se libraron de ella. Hubo católicos entre las víctimas, entre los perpetradores y entre los espectadores o los que participaron con sus palabras. El genocidio no lo cometieron extranjeros. Fueron los ruandeses y desgraciadamente entre ellos había católicos.

Ruanda
Población:

13,2 millones

Religión:

Protestantes, 57,7 %, y católicos, 38,2 %

Genocidio:

600.000 muertos

¿Cómo ha afrontado la Iglesia esta responsabilidad, también para ayudar a la sanación del país?
El tiempo posterior al genocidio se puede dividir en tres períodos. El primero fue el inmediatamente posterior, un tiempo muy difícil de emergencia. Había muchos muertos en las colinas sin una sepultura adecuada. La Iglesia estuvo ocupada organizando entierros decentes. También fue una forma de reconciliar a la comunidad. Al mismo tiempo, a través de organizaciones caritativas ayudaba a los vulnerables, como los huérfanos, las viudas, los heridos y los mutilados.

Durante este tiempo también sufríamos un grave trauma. Una persona puede entrar en una especie de coma sin ninguna enfermedad o lesión, simplemente por el intenso sufrimiento que le producen el shock y los recuerdos de lo que vivió. Ninguna medicina puede curarlo. Todo lo que necesita es una palabra de esperanza para hacerle sentir un amor protector, compasión y cariño. Hace falta oración, sanación espiritual y sesiones de acompañamiento pastoral.

¿Qué vino después?
El segundo período fue el de la justicia y la reconciliación. En todas las aldeas había familiares de los sospechosos de haber participado en el genocidio viviendo puerta con puerta con los supervivientes. La Iglesia organizó un sínodo para que la gente se sentara y escucharan las historias de sufrimiento de los demás. Eso genera compasión, y la compasión abre el camino al perdón y la reconciliación. En esa época el Gobierno también organizó los tribunales gacaca o de la comunidad, para asegurarse de que se hiciera justicia a todos. La Iglesia los acompañó con exhortaciones y cartas pastorales.

¿Cómo está la situación ahora, se ha recuperado la convivencia?
Muchos condenados por el genocidio están terminando sus condenas y pasando de la cárcel a una vida normal en sus comunidades. Estas han dado pasos importantes y han alcanzado un cierto nivel de armonía. Los prisioneros liberados no han tenido la misma evolución que los demás, y necesitan que los preparen para reconciliarse con los supervivientes y reintegrarse en la comunidad.

Cuando fue obispo de Kibungo, se encontró con problemas económicos graves. Estos problemas relacionados con la falta de transparencia, ¿tienen alguna particularidad en África, o son similares a los que se ven en otros lugares?
La Iglesia en África es joven y todavía se está construyendo. Durante mucho tiempo, los misioneros trajeron ayuda económica y habilidad para gestionarla desde sus países. Ahora que son cada vez menos y la Iglesia recibe menos ayuda, está intentando encontrar formas de sostenerse. En este proceso de ensayo y error algunos no cumplen bien con la gestión de los recursos disponibles. Puede ocurrir en proyectos que no se estudiaron bien o en inversiones con préstamos que exigen intereses altos y pueden llevar a una crisis grave y a la bancarrota.

A veces estas crisis se deben a la falta de transparencia y de cooperación en la gestión de los bienes. El Santo Padre Francisco ha insistido en la necesidad de transparencia en la gestión de los bienes de la Iglesia.

¿Cuáles son los principales desafíos que ve en la Iglesia en África?
El primero es la estabilidad política, la seguridad y la paz, que también afecta a la seguridad socioeconómica. Los países africanos todavía luchan para organizarse como estados democráticos modernos guiados por el estado de derecho para alcanzar el desarrollo económico y que los ciudadanos puedan llevar una vida decente.

Desde el punto de vista pastoral, los africanos son muy religiosos. Tienen un profundo sentido de respeto por lo sagrado, tienen sed de Dios y de salvación. Sin embargo, algunas sectas explotan esta necesidad y manipulan a la gente o le crean confusión. Cada día se crean nuevas iglesias y confesiones que seducen a los jóvenes porque predican la prosperidad, la sanación y una salvación barata. Esto preocupa a la Iglesia católica y a otras confesiones clásicas.

Otro gran desafío es la educación de los jóvenes. Tienen talentos y energía para trabajar y desarrollarse ellos mismos y el país, pero no tienen muchas oportunidades de recibir una educación formal para desarrollar y emplear esos talentos. En vez de ser una solución el problema del desarrollo, se convierten en un problema porque no tienen nada que hacer y sufren pobreza y hambre.

¿Ha cambiado en algo su ministerio desde que es cardenal? ¿Cómo ha llevado la perspectiva de la Iglesia en Ruanda a la Iglesia universal?
Comprensiblemente, mi agenda se llenó más cuando esto se sumó a ser arzobispo de Kigali y administrador apostólico de Kibungo. A los cardenales que vivimos en nuestras diócesis nos asignan uno o dos dicasterios en Roma. Yo estoy en los de Evangelización, y Cultura y Educación. Esto implica de vez en cuando reuniones en Roma, y el Papa también puede enviarme a representarle en distintos actos en la región.

¿Qué buscará cuando llegue el momento de elegir a un nuevo Papa?
Hoy en la Iglesia hay muchos desafíos relacionados con la desviación del mensaje del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia. Es una crisis de fe que empieza en las familias, que son el primer lugar de evangelización y educación en la fe. Así que necesitamos a una persona realmente santa con una fe firme para guiar a la Iglesia en esta tormenta de secularismo, individualismo y materialismo. Alguien que pueda promover valores humanos y morales universales y que nos pueda unir con todas las personas de buena voluntad de distintas creencias, y que promueva los valores cristianos en general y los católicos en particular.