Caminado y aprendiendo - Alfa y Omega

Me he puesto a recordar… Era una tarde de otoño, un sábado. Yo subía a celebrar la Eucaristía a un pueblo pequeñito de esos de montaña, a Valsadornín, en un bello rincón de nuestra montaña, donde vivían una docena de personas. Dos de ellas eran María y Dora, viejecillas. María estaba ciega desde hacía tiempo (yo siempre la conocí así) y Dora estaba muy encorvada por los años y los huesos. Sus vidas habían sido difíciles, como las de otros muchos. «La posguerra fue muy dura, Luis Ángel», me decían. Sacar adelante una familia en esa situación se las trae. Los años las habían llenado de arrugas y experiencia. Eran de esas personas que nunca solían faltar en la celebración de la Eucaristía de este pueblo.

Dora poco a poco iba a buscar a María a su casa y después las dos, poco a poco, hacia la iglesia. «Como para correr estamos», decían sonriendo. Dora era los ojos de las dos, y María servía de apoyo para caminar. Desde la ladera en la que se situaba la iglesia, después de tocar las primeras campanadas, yo las veía venir. Y viéndolas pensaba que eran una parábola viva del Evangelio: cada una ponía lo mejor que tenía, una los ojos y otra el apoyo para ir hacia delante. Jesús las vería sonreír y recordaría cuando en los pueblos de Judea Él hablaba de la parábola de los talentos. Así iban ellas dos, caminando y riendo hacia la mesa de la Eucaristía, para rezar juntas.

Fue a la semana siguiente cuando, después de tocar la campana, me acerqué a ellas, pues ese día se reían a carcajadas. Al saludarlas, María, sin dejar de reírse, me dijo: «¡Que te cuente esta, que te cuente! Y si no, te lo cuento yo. La semana pasada, cuando acabamos la celebración, nosotras bajamos poco a poco…». Dejó de hablar para seguir riéndose. «Y esta, Dora se despista, no mira bien y andando hacia delante, ¡zas, al pilón del agua nos metimos! Como bajando está llano, allí caímos… Llegamos a casa como una sopa. Bueno como dos sopas. Si ves las voces y las risas que nos dieron en casa de Dora. Nos tuvimos que cambiar enteritas de ropa. De eso nos veníamos riendo. Para que tú veas las que mangamos».

Recuerdo que ese día a todos nos costaba contener la risa durante la celebración. Ellas dos nos enseñan más de lo que muchas veces creemos, como pueblo y como Iglesia.