Bombas y rapiñas amenazan el valle de Nahla
En el único rincón de Irak enteramente cristiano viven hoy unas 1.000 personas frente a las 20.000 que llegó a haber en sus mejores tiempos
«¿Sabes por qué la mayor parte de los pueblos cristianos de Irak están situados en lugares más frondosos y cercanos al agua que los de los musulmanes?», nos pregunta Esam Yujana, un asirio de Dahok, ciudad de mayoría kurda del tamaño de Alicante situada en las proximidades de Turquía. «Porque nosotros llegamos antes que los kurdos y, como es lógico, elegimos los espacios más propicios para una vida simple basada en la agricultura y la ganadería».
Hace 19 años que conocimos a Esam, coincidiendo con la caída del régimen de Sadam Hussein. Eran aquellos unos tiempos violentos e inestables que anticipaban una época más ignominiosa todavía. Estando con Esam en la capital de Irak presenciamos cómo un grupo de insurgentes hicieron saltar por los aires la iglesia asiria de Mar Giwargis o San Jorge, en el castigado distrito bagdadí de Dora. No sabíamos todavía en 2003 hasta qué punto el descontento de los sunníes por la llegada al poder de la mayoría chiita estaba a punto de alumbrar uno de los peores monstruos islamistas conocido: el del infausto califato del Estado Islámico. Se decía por aquellas fechas que la población cristiana en el país rondaba el millón y medio de almas. Las estimaciones actuales acostumbran a convenir que el número actual es de una décima parte. De aquellas bombas estos lodos.
Valle de Nahla
1.000 personas en siete asentamientos. Llegó a haber 20.000
Agraria. Cultivan arroz, cereales y sésamo. Hay también algún rebaño
Siriaco. Muchos no saben hablar kurdo o árabe
Desde aquel entonces no hemos dejado de cultivar una amistad sincera con Esam y otros amigos que nos ha llevado a regresar en numerosas ocasiones a recorrer, casi siempre de su mano, hasta el último confín del país donde queda todavía presencia de cristianos. Entre toda esa pléyade de pequeñas aldeas, barriadas en las populosas urbes y recónditas comarcas hay, sin embargo, un valle especialmente fascinante conocido como Nahla al que volvemos una y otra vez. Tiene a gala el honor de ser el último bastión cristiano en los llamados territorios autónomos kurdos del norte de Irak. De algún modo recuerdan a un puñado de aborígenes confinados en una especie de reserva.
No estamos seguros de que el valle sea capaz de retener el título durante mucho tiempo dadas las presiones a las que se haya sometido. Hoy hemos salido a pastorear las cabras con un asirio de Hezaney y nos pasa a recoger en un Land Cruiser con un AK47 entre las piernas. Nos acompaña un poderoso perro, una especie de mastín ya presente en los relieves de los asirios, cuya raza suele designarse con el nombre de pishdar. No es la primera vez que hallamos por el monte a un puñado de chacales. Menudean igualmente los lobos y las hienas. Claro que no son los carnívoros lo que más temen los cabreros de la frontera.
¿Qué clase de lugar es este donde los pastores celan sus rebaños con un kalashnikov en el regazo? Uno muy peligroso ocupado por la milicia kurda secesionista de Turquía (PKK) que los F35 turcos bombardean con frecuencia y donde los aghas de las tribus kurdas, los señores feudales de las comarcas vecinas, realizan incursiones a menudo con la esperanza de arrebatar sus tierras por la fuerza.
Hace algo más de un mes, agentes de Policía afectos a los Barzani (la familia que controla esa porción autónoma del norte de Irak) detuvieron a dos asirios cuando trataban de impedir que una turba de musulmanes se apropiara de los terrenos comunales. Entre ellos se hallaba Zya Minas, el alcalde de Dadersh, un pueblecito cristiano de la comarca de Sarsank. Se trata de un hecho común que nosotros mismos hemos presenciado en varias ocasiones y que explica por qué muchos caldeo-asirios han sucumbido a los cantos de sirena de la diáspora.
Esos mismos vecinos kurdos que les disputan sus posesiones pueden verse a menudo entrar furtivamente en los colmados regentados por cristianos para comprar una botella de arak, ouzo o de raki, que vienen a ser esencialmente diferentes variedades de anís destiladas en Grecia o en Turquía. Como norma general, las relaciones son cordiales. Pese al recelo de ambos se mantienen las formas.
Quedan apenas unos cientos de cristianos, menos de 1.000 en todo caso, repartidos por siete pequeñas poblaciones en una estrecha franja ribereña jalonada por montañas de unos 600 kilómetros cuadrados. Cae el sol en verano y los asirios se refugian en sus casas para protegerse de los billones de mosquitos que anidan en los juncales de las acequias y en los arrozales anegados.
La mayoría de los asirios que viven hoy en Nahla se mudaron allí desde la región turca de Hakkari, donde tenía la sede su Iglesia autocéfala patriarcal, huyendo de las persecuciones y las masacres patrocinadas por los otomanos durante el llamado Año de la Espada (1915). Tras trazar un gran círculo a través de Persia, penetraron en Irak y convirtieron esta región fronteriza en su refugio. Ocuparon, por ejemplo, la aldea de Hezaney en 1924. Por aquel entonces aquellas tierras eran baldíos cenagosos e insalubres, lo que explica que no hubieran sido antes ocupadas por tribus árabes o kurdas. El hambre y la malaria diezmaban cruelmente a los niños de aquellos colonos. En la época de su llegada había más de 40 asentamientos de los que, en muchos casos, no queda ya ni rastro.
Tahini y casas de hormigón
Con ayuda del agua del Jabur, tributario del Tigris, lo convirtieron en el lugar que es hoy. Es conocido el valle por el tahini delicioso que fabrican sus molinos con las semillas del sésamo cultivado en sus bancales. Algunas aldeas del valle se vaciaron literalmente en la década de 1960 como consecuencia de las luchas entre el Gobierno iraquí y los separatistas kurdos. Había por aquel entonces 20.000 personas y la mayoría terminaron en los arrabales de Bagdad y Mosul. En 1987, los pueblos fueron completamente destruidos por Sadam durante la campaña de Anfal. A ello se debe que la mayoría de las casas estén hechas de modernas bovedillas de hormigón. Quedan solo las ruinas de las originales viviendas de piedra levantadas por los pioneros.
Hicieron arder árboles frutales y todas las cosechas e intentaron destruir hasta la boca del manantial del que bebían. Incluso la iglesia de Hezaney fue completamente demolida por el dictador. Hoy quedan dos regularmente abiertas al culto, la de Mar Simoni de Kaskawa y la de San Jorge de Hezaney bajo. Ambas son atendidas por un cura asirio, aunque en fechas recientes, han emigrado al valle huyendo del Daesh varias docenas de familias caldeas, una Iglesia de obediencia vaticana. El éxodo no cesa en ninguno de los dos sentidos.