Dos hombres encerrados en una cabaña se confiesan sus pecados el día de Navidad, mientras fuera arrecia una tormenta de nieve. Una tormenta que bien podría ser alegoría de lo que sucede dentro de la cabaña. Hubo una época en la que las series emitían sus capítulos especiales por Navidad, en una suerte de guiño a la época en que se emitían, y casi siempre tenían un trasfondo, una hondura mayor. Pero Black Mirror, en mi humilde opinión, fue un paso más allá. Consciente o inconscientemente, trazó un retrato preclaro de lo que celebramos los cristianos: que Cristo nos salvó naciendo en un portal. «Blanca Navidad» ofrece, sobre todo en su tramo final, lo que bien podría ser la mejor representación del infierno que se ha hecho en televisión. Del hombre completamente solo ante las consecuencias inmisericordes de sus pecados. «Blanca Navidad» es la historia de cómo ese infierno se impone en la vida de dos hombres, sin posibilidad de reconciliación, sin esperanza, a través de la tecnología. Además, nos ofrece dos planos distintos: el infierno en la tierra y el infierno eterno, donde será el llanto y rechinar de dientes. No se asuste el lector, no es ni de lejos el capítulo más desagradable ni duro de ver de esta serie. Pero esas escenas finales, para los cristianos, son ocasión para entender mejor lo que celebramos estos días. Aquello de lo que hemos sido liberados: el pecado y el mal, la soledad. Y, de propina, lanzan un recadito a Sartre: el infierno no son los otros; es la ausencia de Otro… y de los otros. El infierno es disponer de una tecnología que nos aísle completamente de los demás, que podamos bloquear y ser bloqueados, silenciados. Pero dando un salto de gigante, el infierno es quedar atrapado para siempre en esta tierra. Una eternidad terrena, sujeta al tiempo. Antes de arrojarnos el desafío del capítulo «San Junípero» —¿trasladaríamos nuestra conciencia a una nube para vivir eternamente?—, Black Mirror nos adelantó la respuesta en esta «Blanca Navidad»: aspiramos a la eternidad, pero no a una sucesión eterna de momentos, sino a la plenitud, a la vida plena, que no está en este mundo.