Hace un mes en un taller sobre sostenibilidad y ecología, alguien me dijo que beber un trago de café de comercio justo te hacía un poco menos cómplice de la injusticia. A algunas personas quizás le pueda parecer exagerado, pero yo estoy también bastante convencida de ello. Algo parecido me sucede cuando consumo los bizcochos anticrisis que Fátima y Said comercializan a través de una red de apoyo solidario.
Hace unos años, cuando estalló la burbuja inmobiliaria, Said se quedó sin trabajo y entró en un estado de abatimiento y depresión que complicó aún más su situación económica. Su mujer, Fátima, acababa de tener su tercer hijo y quizás por eso, por la urgencia de una nueva boca que alimentar, no claudicó al desaliento cuando el paro se instaló en su casa, como en la de tantas familias, para quedarse.
Junto con Leyla, otra mujer marroquí, decidió ofrecer a varias asociaciones bizcochos, tés, meriendas y comidas para eventos. Apoyadas por una red solidaria de distribución, sostenidas por unas comunidades cristianas, han conseguido atravesar la espesura de la crisis en sus familias.
Los ingresos obtenidos con esta pequeña iniciativa de economía informal les alcanzan para sacar adelante el alquiler e impedir que la pobreza energética se cebe en sus hogares. Ha pasado ya algún tiempo y lo que se inició como un proyecto entre mujeres se ha convertido en un proyecto familiar con el que Said ha ido recobrando las energías y el ánimo. Actualmente es él quien se encarga de recoger los encargos por internet o por teléfono y llevarlos a domicilio.
Los bizcochos se han convertido en cuscús, pastelas, carnes o pescados asados, de modo que, cada vez, somos más gentes las que al consumir los menús y los bizcochos a domicilio que preparan Said y Leyla, nos vamos haciendo más conscientes, como decía Eduardo Galeano, de que «mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo».