Bienaventurados los criados a quienes el señor, al llegar los encuentre en vela
Martes de la 29ª semana del tiempo ordinario / Lucas 12, 35-38
Evangelio: Lucas 12, 35-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos».
Comentario
Somos seres de lejanías, decía Heidegger. En seguida nos abstraemos de la vida. Con muchísima facilidad perdemos la tensión de la existencia. Entonces dejamos que la vida pase, nos acostumbramos a ella, y nos afincamos en la mediocridad.
Por eso Jesús pone nuestra atención sobre el fin: «Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame». No es que nos pensemos que somos eternos, porque los tonos grisáceos de nuestra vida tienen muy poco que ver con la única y verdadera Eternidad de Dios, que es plenitud, que es tensión, que es amor y entrega. Lo que ocurre es que asumimos de modo animal o mecánico nuestra finitud. Estar ante la muerte despierta al hombre, porque despierta todos sus deseos de eternidad y de Bien, de Belleza y de Verdad. La muerte desarrolla en el hombre la aspiración a un «fin» más allá que su «final».
Quien espera algo más allá de la muerte, puede vivir del Resucitado y vivir ya ahora la alegría de la resurrección: «Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos». Esa bienaventuranza es la alegría de la resurrección, de la vida ya ahora compartida con Dios.