Bienaventurado el vientre que te llevó. Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios - Alfa y Omega

Bienaventurado el vientre que te llevó. Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios

Sábado de la 27ª semana del tiempo ordinario / Lucas 11, 27-28

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Lucas 11, 27-28

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo:

«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo:

«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

Comentario

«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». ¿Mejor? ¿Cómo puede ser mejor la alegría por hacer la voluntad de Dios que la que experimenta una madre? Al decirlo Jesús sabe que para que sea mejor tiene que ser más corporal y más plena que la que tenía su propia madre cuando estaba con Él.

Quizá nos cueste entenderlo por nuestra manera de pensar esa escucha de la palabra de Dios y su cumplimiento. Para nosotros escuchar la palabra de Dios y cumplirla quizá sea algo más bien intelectual o moral. Un acto que en sí no implica todo el cuerpo y todo el corazón, como sí lo implica en una madre cuando gesta y amamanta a su hijo. Quizá precisamente Jesús esté llamando la atención sobre eso: hay una manera de escuchar la palabra de Dios que no es abstracta, que no es fría, y que se realiza con toda la persona (todo el corazón, toda el alma, toda la mente y todo el cuerpo).

Escuchar la palabra de Dios no es sencillamente oír o leer las palabras de la Escritura. Ni siquiera hacerlo sabiendo que son palabra de Dios. Escuchar la palabra de Dios es oír realmente la voz de Dios en esas palabras, que nos habla a nosotros, a cada uno de nosotros. Escuchar la voz de Dios en una palabra significa notar en ella el amor eterno y personal que dio origen y sostiene nuestra existencia: el amor eterno del Padre más entrañable que la voz de una madre, porque toca la raíz misma de nuestra existencia. Y cumplir la Palabra de Dios en una palabra significa experimentar en ella el la realización de la propia vida, pregustando la plenitud eterna del abrazo eterno del Padre que nos espera.