Bernanos: «Que el hombre recupere su espiritualidad»
En los tres últimos años de una vida que entregó a Dios el 5 de julio de 1948, hace justo siete décadas, Georges Bernanos escribió una serie de textos, algunos de los cuales fueron plasmados en conferencias, sobre el devenir del mundo moderno. En uno de ellos, La libertad ¿para qué?, traza un panorama severo y pesimista, del que se pueden extraer notables paralelismos con el mundo de hoy. En su opinión, el hombre para salvarse solo tiene una vía: recuperar su espiritualidad, guiado por la Iglesia
No se puede decir de La libertad ¿para qué? que sea un texto escrito para acariciar el lomo del lector. «Saturar de optimismo a un mundo desesperado no es tarea honrosa para nadie», escribe Bernanos. Antes al contrario: pone al lector frente a su responsabilidad en un mundo que ha quedado deshumanizado tras la II Guerra Mundial.
El conflicto bélico no es el único responsable, pues el genial novelista también responsabiliza del desastre moral a una errónea idea de libertad que desembocó en la primera ola de descristianización: «Mucho antes de que la libertad fuera puesta en peligro por las dictaduras [la de los años 20 y 30], la fe en la libertad se había debilitado en las conciencias; mucho antes de que las dictaduras destruyeran los altares y profanaran los santuarios, Dios ya había perdido poco a poco a sus fieles». El novelista critica también la perversión de la democracia, a la que reprocha ser más igualitaria que auténticamente liberadora. Un proceso que, en su perspectiva, solo beneficia al Estado.
El Leviatán descrito por Hobbes en el siglo XVII y cuya extensión tentacular se potenció a partir del XIX es, como era de esperar, otro de sus blancos. Bernanos constata que el Estado, según va ganando poderío, pierde moralidad, por lo que se pregunta dónde se terminarán sus pretensiones. Una premisa que le sirve para advertir de que disponer de los bienes y recursos es el último paso antes de disponer de las personas y de sus conciencias, facultad que no es exclusiva de las dictaduras con su estilo brutal, sino también de las democracias a través de métodos más sutiles.
La civilización industrial –que él llama «de las máquinas»– es la tercera vertiente que, según Bernanos, manipula al hombre. Considera a las máquinas un arma aterradora y de un poder incalculable, de modo especial si está en mano de un colectivo, léase el Estado o una empresa de grandes dimensiones. «La cuestión no es si hay que volver a iluminarse con velas, sino defender al individuo frente a un poder 1.000 veces más eficaz y aplastante del que dispusieron antaño los más famosos tiranos», argumenta. «No niego que algunas máquinas hagan la vida más fácil», prosigue, «pero nada demuestra que tengan que hacerla más feliz».
Indiferencia vs. resignación
Hasta aquí su diagnóstico, severo, de los peligros que acechan al mundo moderno. Llega, pues el momento, de los remedios. Bernanos no los enumera a modo de recetario. Más bien traza un horizonte por el que se camina practicando las virtudes cristianas. Por ejemplo la resignación, sobre la que aporta alguna que otra aclaración. La define como «una virtud viril que supone una elección razonada entre el rechazo y la aceptación de la injusticia, por lo que no me parece que esté al alcance de todos». Se queja de que hoy, a menudo nos encontramos en lugar de la resignación cristiana, «una especie de indiferencia aturdida hacia la desgracia ajena». «Hace siglos», señala el autor de El diario de un cura rural, «la resignación iba con la cabeza bien alta, los ojos ardientes, las manos sabiamente cruzadas sobre el corazón, hacia los cadalsos y las hogueras». Hoy, sin embargo, «se sienta con las manos colgantes y los ojos difuminados ante una chimenea que no calienta». Así las cosas, para luchar en condiciones hay que volver a las esencias de la virtud de la resignación.
Lo mismo dice de la esperanza, a la que considera una «virtud heroica». Pero se comete un error: es fácil esperar, «pero solo esperan los que han tenido la valentía de desesperar de las ilusiones y mentiras en las que encontraban una falsa seguridad que tomaban por esperanza. Bernanos corrige esta percepción y dice claramente que la esperanza es un riesgo que hay que asumir. «Es incluso el riesgo de los riesgos, porque no es complacencia hacia uno mismo. Es la mayor y más difícil victoria que uno pueda ganar a su alma».
Conclusión: «Un cristiano no puede desesperar del hombre. ¿Qué espero? Una movilización de las fuerzas del espíritu para devolver al hombre la dignidad de su conciencia. La Iglesia ha de jugar un papel inmenso. No le quedará más remedio que jugarlo. Pues la Iglesia ya ha condenado al mundo moderno [a través del Syllabus], en una época en que era difícil entender los motivos de una condena que los hechos justifican a diario. […] Es a la humanidad a la que hay que curar. Y para ello, lo primero es que el hombre vuelva a ser espiritual».