Benedicto XVI y el cardenal Sarah publican un libro en defensa del celibato sacerdotal
Pocas semanas antes de la esperada publicación de la exhortación postsinodal de Francisco tras el Sínodo sobre el Amazonas, una editorial francesa publica una breve obra elaborada en los últimos meses por el Papa emérito y el prefecto de la Congregación para el Culto Divino sobre el celibato. «La llamada a seguir a Jesús no es posible sin este signo de libertad y de renuncia a todos los compromisos», asegura Benedicto XVI
El Papa emérito Benedicto XVI ha vuelto a romper su silencio, por segunda vez en menos de un año, para defender el celibato sacerdotal como «indispensable». Junto con el cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha escrito en los últimos meses el libro De profondeurs de nos coeurs (Desde el profundo de nuestro corazón), que publicará el miércoles 15 de enero en francés la editorial Fayard, según anunciaron el domingo Nicolas Diat y el mismo Sarah a través de Twitter. Le Figaro publicó el domingo una selección de fragmentos.
El libro —como afirman los dos autores en la introducción— es el fruto de las conversaciones y encuentros epistolares mantenidos en los últimos meses de 2019, en paralelo con la celebración del Sínodo de los Obispos sobre la Amazonía. En su documento final, los padres sinodales pedían con 128 votos a favor y 41 en contra —una amplia mayoría, si bien también era uno de los puntos con más votos contrarios— «ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado permanente fecundo y reciban una formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable».
Esta petición, no vinculante, quedaba abierta a la espera de la exhortación postsinodal que el Papa Francisco prepara y cuya publicación se espera para el mes que viene. Es la primera vez que Benedicto, que en 2013 aseguró que mantendría silencio, se pronuncia sobre una cuestión sobre la que el Papa actual tiene que decidir. Aunque ya en abril del año pasado dio a conocer una amplia reflexión sobre la crisis de abusos sexuales en el seno de la Iglesia.
«La belleza de la Iglesia, en tela de juicio»
En los intercambios entre Benedicto XVI y el cardenal Sarah sobre esta posibilidad, ambos constataron —explican en la introducción, atribuida a ambos— «la similitud de nuestras preocupaciones y la convergencia de nuestras conclusiones». Estas «nos decidieron a poner el fruto de nuestro trabajo y nuestra amistad espiritual a disposición de todos los fieles».
En la conclusión, también común, subrayan que consideran «nuestro deber recordar la verdad del sacerdocio católico. Porque a través de él, toda la belleza de la Iglesia se pone en tela de juicio. La Iglesia no es solo una organización humana. Es un misterio. Es la esposa mística de Cristo. Esto es lo que nuestro celibato sacerdotal le recuerda constantemente al mundo».
«Es urgente, necesario, que todos, obispos, sacerdotes y laicos, dejen de dejarse impresionar peticiones erróneas, producciones teatrales, mentiras diabólicas, errores de moda que quieren devaluar el celibato sacerdotal».
«No puedo callar»
En la introducción, aseguran que acometen este proyecto «en un espíritu de amor por la unidad de la Iglesia» y «de caridad». «Si la ideología divide, la verdad une los corazones». Citan un texto de san Agustín, en una ocasión en la que afirmaba que «no puedo callar» porque «es a Cristo, el primero de los pastores, a quien tendré que dar cuenta de las ovejas confiadas a mi cuidado».
Además de la introducción y la conclusión conjunta, la breve obra se compone de un capítulo escrito por cada uno de ellos. En la selección recogida por Le Figaro, los textos de Benedicto se centran más en una reflexión teológica sobre el sacerdocio. «La Eucaristía es el centro de la vida sacerdotal», asegura; el sacerdote debe «hacerse cargo de Cristo, su Palabra, su verdad, su amor», debe «estar alerta a los poderes amenazantes del mal», ser «recto, valiente, e incluso estar dispuesto a sufrir ultrajes por el Señor».
«Luego está la necesidad de servir. Si la liturgia es un deber central del sacerdote, también significa que la oración debe ser una realidad prioritaria que debe aprenderse siempre de nuevo y siempre más profundamente». Estas facetas del sacerdocio implican que, en la ordenación, «Dios viviente reclama radicalmente a un hombre para ponerlo a su servicio».
De opción personal a cuestión ontológica
De este «estado permanente de servicio a Dios surgió espontáneamente la imposibilidad de un vínculo matrimonial. Se puede decir que la abstinencia sexual funcional se ha transformado en abstinencia ontológica». Algo que no se produce por «desprecio por la corporalidad y la sexualidad», pues «la Iglesia siempre ha considerado el matrimonio como un regalo otorgado por Dios». Sin embargo, el estado civil concierne al hombre como un todo, y dado que el servicio del Señor también requiere el don total del hombre, no parece posible lograr ambas vocaciones simultáneamente».
Como consecuencia —continúa este fragmento firmado por Benedicto XVI— «la capacidad de renunciar al matrimonio para estar completamente disponible para el Señor se ha convertido en un criterio para el ministerio sacerdotal».
El texto reconoce que en la Iglesia antigua los hombres casados podían ser ordenados, pero «solo» previo compromiso de «respetar la abstinencia sexual y, por lo tanto, a vivir el matrimonio llamado “de san José”. Tal situación parece haber sido completamente normal durante los primeros siglos».
«Indispensable» renunciar a los bienes materiales
Curiosamente, el fragmento con una afirmación más categórica, la de que el celibato «se vuelve realmente indispensable para que nuestro enfoque hacia Dios pueda seguir siendo la base de nuestra vida y expresarse concretamente», no está en un texto del Papa emérito relacionado con el ámbito afectivo o sexual, sino sobre la renuncia a los bienes materiales, a «un posible ámbito terreno y un círculo de vida familiar».
El celibato debe «penetrar todas las actitudes de la existencia con sus demandas», y por tanto «no puede alcanzar su significado pleno si cumplimos con las reglas de propiedad y las actitudes de la vida comúnmente practicadas hoy en día» y vinculadas a tener familia. Sin estas renuncias «no puede haber sacerdocio. La llamada a seguir a Jesús no es posible sin este signo de libertad y de renuncia a todos los compromisos».
«El Señor quería completamente mi vida»
Estas reflexiones se complementan con el testimonio personal. El Papa emérito recuerda cómo antes de recibir la tonsura «entendí que el Señor quería tener completamente mi vida y, al mismo tiempo, confiaba completamente en mí». Y, la víspera de su ordenación, «estaba profundamente grabado en mi alma lo que significa ser ordenado sacerdote, más allá de todos los aspectos ceremoniales: significa que debemos ser constantemente purificados e invadidos por Cristo para que sea Él quien hable y actúe en nosotros, y siempre menos nosotros mismos».
Benedicto XVI, de 92 años, vive en la casa Mater Ecclesiae del Vaticano. En su última aparición pública, un documental grabado en septiembre y emitido por la radiotelevisión pública bávara el 3 de enero, aparece mentalmente alerta pero solo pronuncia tres frases apenas audibles. El reportaje asegura que sigue trabajando varias horas al día en su despacho.
Sin embargo, los textos adelantados por Le Figaro no contienen ninguna referencia ni reflexión del Papa emérito sobre la existencia de sacerdotes —que no obispos— casados en algunos ámbitos de la Iglesia católica. Uno de ellos, tradicionalmente, es el de las Iglesias católicas orientales. Otro, posibilitado por el mismo Benedicto XVI hace diez años, son los ordinariatos para anglicanos conversos al catolicismo. En ellos, se permite la ordenación sacerdotal de pastores casados.
El cardenal Sarah, más explícito
Las reflexiones generales del Papa emérito, al menos en la selección de Le Figaro, contrastan con las afirmaciones más explícitas del cardenal Sarah sobre el Sínodo y sus propuestas. «La ordenación de hombres casados, incluso si fueran diáconos permanentes, no es una excepción, sino una violación, una herida en la coherencia del sacerdocio», asegura en su parte de la obra. Además, impediría que sugieran vocaciones animadas por un testimonio de sacerdotes célibes, por lo que «se convertiría en un estado permanente perjudicial para la correcta comprensión del sacerdocio».
«Como hijo de África —afirma— no puedo apoyar la idea de que los pueblos en el proceso de evangelización deberían ser privados de este encuentro con un sacerdocio vivido plenamente. Los pueblos de la Amazonía tienen derecho a una experiencia plena de Cristo Esposo», en el sentido de que el celibato «permite al sacerdote establecerse con toda coherencia en su identidad como cónyuge de la Iglesia». Subraya que las iglesias jóvenes son las que «más necesitan encontrar la radicalidad del Evangelio», y rechaza «ofrecerles sacerdotes de segunda clase».