Benedicto XVI responsabiliza a la Revolución del 68 de los abusos sexuales en la Iglesia
Benedicto XVI ofrece su lectura acerca de la crisis de los abusos sexuales con un artículo –del que informó previamente al Papa Francisco– en el que defiende la actuación en esta materia de Juan Pablo II y apunta como causa a la llamada Revolución del 68 y a la infiltración del relativismo moral en la Iglesia
Joseph Ratzinger ha publicado por sorpresa un artículo con sus reflexiones sobre los abusos sexuales en la Iglesia en el que argumenta que su origen está en el colapso moral de la sociedad y la mentalidad relativista que se ha infiltrado en la Iglesia. Igualmente apunta hacia un mal entendido garantismo procesal en el derecho canónico que impidió actuar con la contundencia necesaria contra los abusos.
El documento, de 18 páginas, con el título La Iglesia y los abusos sexuales, se publicará en la revista mensual Klerusblatt dedicada el clero católico en Baviera, y ha sido adelantado por algunos medios de comunicación.
El Papa emérito expresa su voluntad de ofrecer su contribución en esta «hora difícil» que atraviesa la Iglesia católica y aclara que, antes de publicar su texto, contactó con el Papa Francisco y con el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin.
Al mismo tiempo, el artículo se puede entender implícitamente como una defensa del pontificado de san Juan Pablo II, acusado desde varios sectores de haber propiciado el encubrimiento de abusadores. Ratzinger recuerda que fue este Papa quien endureció las leyes eclesiales en esta materia, y que trasladó las competencias a Doctrina de la Fe, de la que entonces él era prefecto. «Esto hizo posible imponer la pena máxima [a los abusadores], es decir la expulsión del estado clerical», argumenta.
Al mismo tiempo, Benedicto reconoce que, con el tiempo, las medidas se vieron sobrepasadas por la realidad, razón por la que «el Papa Francisco ha realizado reformas adicionales», en continuidad con las de sus predecesores.
El pontificado de Juan Pablo II y el relativismo en la Iglesia
La gran defensa del pontificado de Wojtyla es, sin embargo, de tipo doctrinal. En el origen de los abusos, la tesis de Ratzinger es que debe apuntarse a la mentalidad relativista que ha ido avanzando en Occidente desde los años 60 y, en particular, la llamada Revolución del 68. «Los estándares vinculantes hasta entonces respecto a la sexualidad colapsaron completamente» en la sociedad, asegura, hasta el punto de que «la pedofilia se diagnóstico como permitida y apropiada».
Esa mentalidad relativista —prosigue— fue calando dentro de la propia Iglesia, y «la teología moral católica sufrió un colapso que dejó a la Iglesia indefensa ante estos cambios en la sociedad». Empezó a cuestionarse «la autoridad de la Iglesia en asuntos de moralidad», incluso entre los obispos, al tiempo que se defendía que «la tradición» debía ser «reemplazada por una relación nueva y radicalmente abierta con el mundo». Los libros de autores tenidos por conservadores como el propio Ratzinger fueron censurados, hasta el punto de que «en no pocos seminarios, a los estudiantes a los que veían leyendo mis libros se les consideraba no aptos para el sacerdocio».
En medio de este clima de laxitud, Benedicto XVI afirma que «en varios seminarios se establecieron grupos homosexuales que actuaban más o menos abiertamente». También alude al ejemplo de un obispo que hacía ver a sus seminaristas películas pornográficas «con la intención de que estas los hicieran resistentes ante las conductas contrarias a la fe».
Juan Pablo II reaccionó a estas corrientes relativistas con la encíclica Veritatis splendor, en 1993, que, recuerda Ratzinger, fue recibida con «reacciones vehementes» en algunos sectores de la Iglesia. Un año antes —con destacada participación también del entonces prefecto de Doctrina de la Fe— «el catecismo de la Iglesia Católica (1992) ya había presentado persuasivamente y de modo sistemático la moralidad como es proclamada por la Iglesia».
«La Santa Iglesia es indestructible»
Benedicto XVI, que como Papa celebró varios encuentros con víctimas de abusos, apenas alude a este drama en su artículo, en el que se centra en cambio en la crisis de fe que los escándalos han provocado en muchas personas. Frente a la célebre frase de Romano Guardini: «La Iglesia está despertando en las almas», llega a afirmar que «la Iglesia está muriendo en las almas».
Sin embargo, a su juicio, la causa más profunda de esa crisis de fe es que «hoy la Iglesia es vista ampliamente solo como una especie de aparato político». Desde esa perspectiva, se asume que la respuesta a «la crisis causada por los muchos casos de abusos de clérigos» consiste en «tomar en nuestras manos y rediseñar» la Iglesia según criterios puramente humanos o sociológicos.
En ese contexto menciona a la devaluación de la Eucaristía, convertida «en un mero gesto ceremonial» como «cuando se da por sentado que la cortesía requiere que sea ofrecida en celebraciones familiares o en ocasiones como bodas y funerales a todos los invitados por razones familiares».
Según el Papa emérito, la solución a esta crisis solo podrá ser «la obediencia y el amor por nuestro Señor Jesucristo». El «experimento» de «crear otra Iglesia para que las cosas funcionen —recuerda en aparente alusión a la Reforma protestante— ya se realizó y fracasó». Y afirma en otro punto que «la idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente». «La Iglesia de Dios —dice— también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva». Una Iglesia —asegura— en la que no faltan hoy testigos y mártires, «especialmente entre la gente ordinaria, pero también en los altos rangos de la Iglesia».
Naturalmente «hay pecado y mal en la Iglesia, pero incluso hoy existe la Santa Iglesia, que es indestructible», escribe Joseph Ratzinger, denunciando «el menosprecio» de la Iglesia «como algo malo en su totalidad», acusación que esconde una realidad un ataque contra el mismo Dios.
Benedicto XVI concluye su artículo agradeciendo al Papa Francisco «por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desparecido, incluso hoy».
Agencias / Redacción