Benedicto XVI en Brasil. La Iglesia en Iberoamérica, de misionada, a misionera
Benedicto XVI ha lanzado una nueva etapa misionera para la Iglesia en Iberoamérica, al inaugurar, en el santuario brasileño de Nuestra Señora Aparecida, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM)
Cuando Benedicto XVI tomó el avión, el pasado domingo, en Brasil para regresar a Roma, después de su primer viaje internacional al continente americano, en el que inauguró la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM), todo daba a entender que la Iglesia católica del continente de la esperanza ha pasado una página de su historia. En síntesis, el Papa ha pedido a los católicos en Iberoamérica que la Iglesia pase a ser, de misionada, a misionera, para convertirse en el auténtico motor de la evangelización del tercer milenio, dado que casi la mitad de los hijos de la Iglesia católica han nacido en el Nuevo Mundo. En ese mismo domingo, durante el discurso de inauguración de la asamblea, que reúne, hasta el 31 de mayo, a 266 participantes del episcopado de Iberoamérica, así como a representantes de España, Portugal (los dos países evangelizadores), Estados Unidos y Canadá (los dos países que acogen a miles de sus emigrantes), el Papa no dudó en lanzar una nueva etapa misionera en la historia de la Iglesia.
Hablando en el salón de actos del santuario mariano más grande del mundo, Nuestra Señora de Aparecida, el Pontífice sentó las bases de una nueva pastoral de la Iglesia, que sea acogedora y cercana, en particular, de los que sufren y de los pobres, invirtiendo así la tendencia que en las dos últimas décadas habían experimentado algunos países iberoamericanos, en los que el número de católicos ha disminuido. El Papa no culpó de este fenómeno a la agresiva expansión de las sectas, sino que buscó las causas en la falta de una auténtica evangelización por parte de la Iglesia, motivo por el cual el futuro dependerá de la misión. «La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su Bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo», afirmó.
Tras denunciar el gran error «de los sistemas marxistas como, incluso, de los capitalistas», que centró en «la amputación de la realidad fundante y, por esto, decisiva, que es Dios», aseguró que «sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis».
Para el Papa, «la fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión». En este sentido, «la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en ese Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza». Por este motivo, planteó como prioridad para la Iglesia ofrecer el Pan de la Palabra, que implica una auténtica catequesis, y el Pan de la Eucaristía, que implica «la valorización de la Misa dominical».
El «trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia», aclaró en este contexto. «El respeto de una sana laicidad –incluso con la pluralidad de las posiciones políticas– es esencial en la tradición cristiana auténtica». Benedicto XVI advirtió de que, «si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables». En síntesis, «la Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres, precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido».
Pero esas afirmaciones en nada contradicen la responsabilidad de la Iglesia en la vida pública. «Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia», añadió el Papa.
Sectas y otros desafíos
En la multitudinaria misa de la mañana de ese domingo, ante 150.000 peregrinos que llenaban la explanada del santuario, Benedicto XVI anunció que el tesoro más valioso del continente iberoamericano es «la fe en Dios Amor, que reveló su rostro en Jesucristo».
Uno de los principales problemas que afronta hoy la Iglesia es el mensaje tergiversado que anuncian las sectas. «La Iglesia no hace proselitismo –aclaró el Papa, en respuesta implícita a este asunto–. Crece mucho más por atracción: como Cristo, atrae todo a sí con la fuerza de Su amor, que culminó en el sacrificio de la Cruz. Así la Iglesia cumple su misión en la medida en la que, asociada a Cristo, cumple su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor».
Los cardenales, obispos y representantes de la Iglesia en Iberoamérica se encuentran reunidos ahora para ver cómo es posible recoger esta propuesta, que debería ser decisiva para conformar el rostro de la Iglesia católica en las próximas décadas. El cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), considera que la Iglesia no está llegando a muchos bautizados por falta de espíritu misionero. «Nosotros aspiramos a un gran despertar misionero, viendo que llegan a nuestros países con fuerza influencias culturales de Europa, y se nos plantean problemas nuevos, éticos, de constitución de la familia, de aprecio por la vida».
El cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, salesiano, arzobispo de Tegucigalpa, dijo que «necesitamos un nuevo fuego, un nuevo impulso, y creo que la Conferencia de Aparecida lo puede dar». Monseñor Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas, en el estado mejicano de Chiapas, añadió que «la fe en Cristo tiene respuestas adecuadas a estos problemas, y son las que procuraremos intensificar, para que la Iglesia sea un signo más visible el reino de Dios». Y explicó que «quien ha descubierto al Señor, necesariamente se hace misionero, no sólo para enseñar una doctrina, sino para colaborar en la transformación integral de nuestros pueblos, siempre a la luz de Cristo y ofreciendo la vida plena que Él nos ha traído».
Durante el viaje en avión desde Italia a Brasil, Benedicto XVI tuvo la posibilidad de charlar con los periodistas que le acompañaban. En el transcurso de esta improvisada rueda de prensa en el aire, abordó temas especialmente importantes para los católicos.
Hacía pocos días que la capital mexicana había aprobado una nueva normativa que, prácticamente, da por legalizado el aborto. Preguntado sobre los políticos que habían sancionado esta ley, el Papa explicó «la necesidad de que los políticos cristianos sean coherentes con sus principios» y subrayó que la Iglesia «anuncia el Evangelio de la vida: la vida es un don y no una amenaza».
El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, comentó que «los obispos mexicanos no han declarado la excomunión a esos políticos, y el Papa tampoco lo ha hecho». No obstante, «la acción legislativa a favor del aborto no es compatible con la participación en la Eucaristía». Y ante las incesantes preguntas de los periodistas, respondió que «se autoexcluyen de la comunión». El propio Benedicto XVI explicó que la excomunión está prevista en el Código de Derecho Canónico, y que «la muerte de un inocente, de un nonato, es inconcebible». La excomunión, por tanto, «no es algo arbitrario», ya que «la Iglesia expresa aprecio por la vida y por el carácter individual de la vida desde el primer momento de la concepción».
Otro de los temas que, sin duda, rondaba la cabeza de todos durante este viaje del Papa a Brasil era el de la controvertida teología de la liberación. A este respecto, Benedicto XVI puntualizó que, «con el cambio de la situación política, también ha cambiado profundamente la situación de la teología de la liberación, y es evidente que fáciles milenarismos que comprometían inmediatamente condiciones concretas de una vida justa estaban equivocados. Ahora la cuestión está en cómo la Iglesia debe estar presente en la lucha y en las reformas necesarias para garantizar condiciones justas. Precisamente sobre esto hay división entre los teólogos».
Junto a la teología de la liberación, la proliferación de las sectas es otro tema de especial preocupación para la Iglesia en Iberoamérica, especialmente por la aparición de grupos pentecostales. El Papa quiso ver en esta situación un motivo de esperanza y una oportunidad para no ceder al desaliento, puesto que «es una señal de que las personas tienen sed de Dios. La Iglesia debe responder a estas exigencias con un plan muy concreto, sabedora de que, además de anunciar el mensaje cristiano, es menester ayudar a las personas a encontrar condiciones de vida más justas.