Benedicto XVI dejó mensajes históricos en Tierra Santa. Viaje a lo profundo del Quinto Evangelio
Fue un viaje histórico. El apoyo total y la comprensión a los cristianos de Tierra Santa; la cercanía y el afecto a tantos palestinos que han perdido familias, trabajos y hogares; el diálogo con las principales religiones y la lucha por la paz duradera han sido las claves que han marcado este viaje, y que se espera que produzcan frutos abundantes
El domingo pasado, ya en Roma, después de la larga peregrinación que llevó a Benedicto XVI por tierras de Jordania, Israel y Palestina, el Pontífice pronunciaba, tras el rezo del Regina caeli en la plaza de San Pedro, unas palabras sobre su viaje. Han sido tantos los balances y las conclusiones, los detalles precisados, las teorías descabelladas o certeras, los sesudos comentarios de prensa internacionales, o los simplones comentarios de bloggers, que era de agradecer el balance final, el vivido en primera persona por quien sabe que quizá sea éste su último viaje a Tierra Santa, y que sus palabras y gestos serán mirados con lupa por amigos y detractores.
Para el Papa, este viaje, con toda su apretada agenda, ha sido «una Visita pastoral a los fieles que viven allí, un servicio a la unidad de los cristianos, al diálogo con los judíos y a la construcción de la paz. La Tierra Santa, símbolo del amor de Dios por su pueblo y por toda la Humanidad, es también símbolo de la libertad y de la paz que Dios quiere para todos sus hijos».
Y continuaba el Papa: «Ahora bien, la historia de ayer y de hoy muestra que, precisamente esta Tierra, se ha convertido también en símbolo de lo contrario, es decir, de divisiones y de conflictos interminables entre hermanos. ¿Cómo es posible? Es justo que este interrogante interpele nuestro corazón, si bien sabemos que un misterioso designio de Dios concierte a aquella Tierra, donde Dios ha enviado a su Hijo como víctima de expiación para los pecados. Tierra Santa ha sido llamada un quinto Evangelio, porque aquí podemos ver, es más, tocar, la realidad de la historia que Dios ha realizado con los hombres».
Los puntos álgidos del Viaje
Desde el martes día 12 de mayo, cierre de la pasada edición de Alfa y Omega, el Papa comenzó la travesía por los Santos Lugares, encontrándose ya con los cristianos autóctonos y los miles de peregrinos que habían llegado de todas partes del mundo para acompañarle. Las cifras no eran las que pueden registrarse en cualquier encuentro con el Papa en Occidente, pero formaron una curiosa y bellísima amalgama de colores, culturas e idiomas.
Tres fueron las celebraciones de la Eucaristía más importantes. La primera, celebrada el día 12, martes, tuvo lugar en el Valle de Josafat, frente a la basílica de Getsemaní y el Huerto de los Olivos. En ella, el Papa reconoció las dificultades y sufrimientos que atraviesan los habitantes de estas tierras, y de la misión que tienen precisamente por vivir en esta Ciudad Santa: «Estáis llamados a servir, no sólo como un faro de fe para la Iglesia universal, sino también como levadura de armonía, sabiduría y equilibrio en la vida de una sociedad que tradicionalmente ha sido y sigue siendo plural, multiétnica y multirreligiosa».
«Judíos, musulmanes y cristianos —dijo el Papa en Getsemaní— consideran esta ciudad como su patria espiritual. Cuánto hay que hacer todavía para que sea realmente una ciudad de la paz, para todos los pueblos, donde todos puedan venir en peregrinación en busca de Dios, y escuchar Su voz, una voz que habla de paz».
El 13 de mayo, festividad de la Virgen de Fátima, Benedicto XVI viajó hasta Belén, la ciudad que vio nacer al Hijo de Dios. Viajar hasta allí resultó una odisea, lo mismo que salir de la pequeña ciudad de vuelta a Jerusalén. La policía israelí había cortado la carretera cercana al check point que separa Israel de los Territorios Palestinos, de manera que era imposible llegar si no se hacían verdaderas piruetas. Lo bueno es que las piruetas están allí a la orden del día. En Belén, el Papa tuvo un encuentro, a primera hora de la mañana, con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, al que le aseguró que «la Santa Sede apoya el derecho de su pueblo a la soberanía de una patria palestina en la tierra de vuestros antepasados, segura y en paz con sus vecinos, dentro de fronteras reconocidas internacionalmente. Aunque en el tiempo presente la realización de este objetivo parezca lejana, le animo, al igual que a su pueblo, a mantener viva la llama de la esperanza». Además, Benedicto XVI celebró la Eucaristía en la Plaza del Pesebre, de Belén, en la que tuvo especiales palabras de consuelo y apoyo a los peregrinos que llegaban de Gaza, y a todos los presentes, quiso decirles: «¡No tengáis miedo!», recordando a Juan Pablo II, y les animó a que continuaran consolidando su «presencia y ofreciendo nuevas posibilidades a quienes están tentados de partir», aludiendo claramente a la cantidad de jóvenes cristianos que emigran cada año.

Además, el Papa quiso visitar el Campo de Refugiados de Aida, uno de los campos que existen en Palestina que acogen en total a 1.300.000 personas, y que se formaron especialmente con el nacimiento del Estado de Israel, en 1948, y tras la guerra de los seis días, en 1967. Otras visitas en la zona fueron a la basílica de la Natividad, y al Cáritas Baby Hospital, un hospital pediátrico fundado en 1952, nacido de la iniciativa del padre Ernst Schnydrig, y sostenido por las Conferencias Episcopales suiza y alemana.
Al día siguiente, Benedicto XVI se trasladó en helicóptero a Nazaret, la ciudad de la Anunciación y de la Sagrada Familia, a 110 kilómetros de Jerusalén. Allí tuvo lugar la Eucaristía más multitudinaria: se calcula que asistieron unos 40.000 fieles, donde miembros del Camino Neocatecumenal tuvieron una representación más que numerosa. Fue una misa inolvidable, con la liturgia cuidada al máximo, y con melodías maronitas, bizantinas, árabes, o latinas.
A lo largo de esta jornada, el Papa se entrevistó, en el convento de los franciscanos, con el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y visitó la basílica de la Anunciación, donde hizo referencia al hecho de que, tanto en el Estado de Israel, como en los Territorios Palestinos, «los cristianos son una minoría. Quizá os parezca que vuestra voz cuente poco. Muchos de vuestros amigos cristianos han emigrado con la esperanza de encontrar en otros sitios mayor seguridad y mejores perspectivas. Vuestra situación recuerda la de la joven Virgen María, que llevó una vida apartada, en Nazareth, con una vida cotidiana parca en riquezas e influencias mundanas».
El viernes puso el punto y final a este histórico viaje, con la visita a la basílica del Santo Sepulcro, en Jerusalén, donde oró durante varios minutos, ante la losa en la que, según la tradición, Cristo fue embalsamado, en el mismo Santo Sepulcro donde Cristo resucitó, y ante el propio Calvario. «Aquí Cristo -dijo el Papa- nos ha enseñado que el mal nunca tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte, que nuestro futuro y el de la Humanidad está en las manos de un Dios providente y fiel».
Tras el encuentro ecuménico, celebrado en el Patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, el Papa se trasladó al aeropuerto de Tel Aviv, donde clamó, con el mundo entero como testigo: «¡Nunca más derramamiento de sangre! ¡Nunca más enfrentamientos! ¡Nunca más terrorismo! ¡Nunca más guerra! Rompamos el círculo vicioso de la violencia. Que pueda establecerse una paz duradera basada en la justicia, verdadera reconciliación y curación».
Con estas palabras de paz, el Papa Benedicto XVI partía hacia Roma, y cada peregrino volvía a sus lugares de origen llevando en la mochila palabras nuevas, el saludo cristiano de la Pascua ¡Il Masih qam! ¡Hakam qam! (¡El Mesías ha resucitado! ¡Verdaderamente, ha resucitado!).
Fray Artemio Vítores es el vicecustodio de Tierra Santa. Él ha vivido en primera persona, junto con sus hermanos de la comunidad de franciscanos de Jerusalén, esta peregrinación a Tierra Santa de Benedicto XVI. Un momento histórico especialmente importante, según él. «Un Papa no viene mucho a Tierra Santa. En 2000 años, han venido 4 Papas. Pedro (que estuvo viviendo aquí), y tuvieron que pasar 1900 años para que viniera el segundo, Pablo VI. Después, Juan Pablo II, en el año 2000, y ahora Benedicto XVI, 9 años después. El Papa ha venido como peregrino, un creyente que viene a encontrarse con su madre, Jerusalén». Según fray Artemio, «la clave de todo este Viaje ha sido la despedida, en el Calvario, el lugar que significa que Dios ama a todos y que con su muerte ha roto el muro de división que existía entre los paganos y los judíos, el odio o la enemistad. En el fondo, el Papa ha querido tratar todos estos problemas y romper los muros. Los muros pueden sustituirse por puentes, no sólo a nivel político, sino también a nivel religioso». En cuanto a otros momentos cumbre del viaje, fray Artemio quiso mencionar Nazaret, «en cierto modo la apoteosis, la celebración multitudinaria sobre la familia, un punto muy importante, especialmente en nuestros días, cuando se quiere destruir esta institución, y sobre la figura de María, la madre de todos y sobre todo la mujer. Creo que el Papa ahí tocó un punto muy importante, que da sentido a tantos problemas como hoy tenemos, no sólo en Oriente, donde es subvalorada y oprimida, sino también en Occidente».
Los franciscanos llevan a cabo un papel histórico importantísimo con los cristianos en Tierra Santa, y su presencia está consolidada en las poblaciones más importantes de la zona. Por eso conocen bien la realidad de los cristianos en la tierra de Jesús, y hacen constantes llamamientos ante la alarmante bajada del número de cristianos en la zona, en comparación con la demografía floreciente de judíos y musulmanes. «El cristiano de aquí —afirma el vicecustodio—, como comunidad, está a punto de desaparecer si no hacemos algo. Los datos son muy elocuentes. En el año 1948, los cristianos en Jerusalén eran el 20 %. Hoy, en nuestros días, los cristianos locales no llegan a un 1,4 %. Una presencia meramente testimonial. Lo mismo sucede en otras ciudades. En Belén, por ejemplo, en 1967 eran el 70 % de la población. Hoy no llega al 5 %».
«¿Qué es lo que ha pasado? —se pregunta fray Artemio—. ¿Por qué han crecido los otros, y los cristianos no? En el caso de los judíos, las facilidades que tienen los jóvenes en Israel han sido un buen reclamo para la inmigración de todas partes del mundo. En concreto, últimamente de Rusia. Los musulmanes, por su lado, tienen un crecimiento demográfico espectacular. En Gaza, el año pasado, se calculaba que había un promedio de 7,8 hijos por mujer. El 45 % de la población tenía menos de 15 años».
«En algunas zonas de Israel, como Galilea —continúa el vicecustodio—, los cristianos se han occidentalizado, a pesar de ser árabes, y el crecimiento demográfico es mucho más bajo, lo mismo sucede en la zona de Judea. Además de los nacimientos, está la emigración. Se calcula que, desde 1948 hasta hoy, han emigrado unos 300.000 cristianos. Y no es difícil de entender, si se tiene en cuenta que, desde la segunda intifada, que comienza en el año 2000, hasta el año 2005, el 80 % de los padres de familia no han ingresado salario alguno. En el colegio que tenemos los franciscanos en Belén, por ejemplo, tenemos unas pérdidas (o un pasivo, porque al fin y al cabo nosotros no buscamos ganar nada), de un millón de dólares al año. Y les estamos dando a las familias una ayuda de 100 dólares al mes, pero eso es pan para hoy y hambre para mañana. La falta de Seguridad Social en Palestina y el problema de la vivienda (carísima para sueldos normales) hace que los jóvenes quieran marchar a buscarse un futuro mejor. Y las familias cristianas permiten a sus hijos irse, pero no a sus hijas… Éstas se acaban casando con chicos musulmanes, lo que también tiene consecuencias terribles».