Ante la polémica suscitada por la reciente declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Fiducia supplicans del pasado diciembre, la misma congregación ha publicado una nota de prensa este enero para aclarar «que no habrá lugar para distanciarse de esta declaración ni para considerarla herética, contraria a la tradición de la Iglesia o blasfema». ¿Era necesaria esta nota? Fiducia supplicans fue acogida con desagrado entre quienes esperaban una ampliación del concepto de matrimonio. Pero, sobre todo, fue beligerantemente rechazada por algunos católicos, comprometiendo su comunión con la Iglesia, pues como dice la constitución apostólica del Concilio Vaticano II Lumen gentium (n.º 8), y recoge el catecismo de la Iglesia católica (n.º 816), «la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él». Es la primera vez que Doctrina de la Fe ha tenido que defender tan tajantemente un documento ratificado por el Papa ante la avalancha de tergiversaciones y fake news al servicio del «miente que algo queda».
¿Qué nos dice dicha nota? Empieza recogiendo cinco textos de Fiducia supplicans en los que se ratifica la doctrina de la Iglesia sobre matrimonio y sexualidad. Reitera el carácter no litúrgico de la propuesta de las bendiciones pastorales y, con tolerante paciencia, explica con ejemplos que «la prudencia y la atención al contexto eclesial y a la cultura local podrían admitir diversos modos de aplicación, pero no una negación total o definitiva de este paso que se está proponiendo a los sacerdotes». Recuerda que el objetivo de la declaración consiste en aclarar la diferencia entre bendiciones «litúrgicas y ritualizadas» y bendiciones «espontáneas o pastorales». Y propone la necesidad de una catequesis sobre el verdadero significado de la bendición, que no es una absolución.
¿Qué es lo difícil de entender? Llevará su tiempo entender dos cosas que, en nuestro contexto europeo, incluido el español, tenemos olvidadas: que las bendiciones en la Iglesia no se limitan a los contextos litúrgicos y que bendecir no es confirmar a supuestos cristianos modélicos. Bendecir es recordar que Dios nos ama inmensamente, que a pesar de todo Él siempre piensa y «dice bien» de nosotros, porque su amor es incondicional e ilimitado.
Que las bendiciones la Iglesia las da más fuera de un contexto litúrgico que dentro de él, nos hemos empezado a dar cuenta en esta pequeñísima parte de la catolicidad que es la Iglesia en Europa desde que nos han llegado, enriqueciendo nuestras comunidades, nuestros hermanos de América, que con tanta frecuencia piden ser bendecidos, demostrando humildad y fe, lo que indisimuladamente descoloca a algunos sacerdotes, llamados a confortar, no a moralizar al «pueblo fiel de Dios», que «viene constantemente a pedir a la madre Iglesia su bendición». Incluso en las bendiciones litúrgicas, lo primordial es «no perder la caridad pastoral» ante el peligro de someterlas «a demasiados requisitos morales previos que, bajo la pretensión de control, podrían eclipsar la fuerza incondicional del amor de Dios en la que se basta el gesto de la bendición».
Curiosamente, cuesta bendecir a personas en situaciones canónicamente irregulares pero no hay reparo en bendecir vehículos y viviendas en los que, siguiendo el Bendicional, lo que se bendice es a las personas que los van a conducir o habitar. ¿O acaso ante estas bendiciones se pregunta el estado moral de sus conductores o habitantes? Y, al terminar una celebración eucarística, ¿se pide a la Asamblea que se divida entre dignos y menos dignos para recibir la bendición? Inmisericorde división cuyo criterio no habría sido ni siquiera el que el Maestro estableció para el juicio final, donde solo separaría a quienes lo habrían alimentado, vestido, visitado y confortado en los más necesitados, donde se haría presente (Mt 25, 36-46).
¿Dónde está la herejía? Probablemente el revuelo causado por Fiducia supplicans no se deba tanto a la cuestión de las bendiciones a las parejas del mismo sexo o en situaciones canónicamente irregulares como al «significado pastoral de las bendiciones». La única herejía que tiene que ver con este asunto es el jansenismo, que dejó desde el siglo XVI una profunda huella en el modo de entender la libertad y la gracia en gran parte de Europa, incluida España. Cuando pensamos que la comunión eucarística frecuente es signo de laxitud y que para comulgar tenemos que confesarnos pocos minutos antes, sin saberlo, pensamos que la tendencia al mal es invencible. Y cuando dudamos del valor de los procesos del acompañamiento paciente, late la idea de que los que lo hacen están predestinados al ostracismo. Rigorismo jansenista que lleva a la intransigencia maniquea que divide tanto a Iglesia y a sociedad entre puros e impuros. Y así, presentar a la Iglesia como hospital de campaña para todos es una frivolidad y bendecir a todos, una barbaridad.
¿Qué recepción tendrá la nota? No aclarará lo aclarado a quienes no quieren ver con claridad, aunque se simplifique el críptico lenguaje teológico. El integrismo actual salta ante cualquier palabra o gesto del Papa Francisco y desde el nombramiento del cardenal Víctor Manuel Fernández, cuya acreditación como prefecto de la Doctrina de la Fe solo se puede cuestionar desde un eurocentrismo eclesial trasnochado. Sorprende que quienes siempre han defendido la autoridad de dicha congregación ahora critiquen sus documentos con la misma arrogancia que con sus teólogos más degradados.
«Bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. No os tengáis por sabios» (Rom 12, 14-16). Esto es lo que han entendido de Fiducia supplicans los católicos más implicados en la evangelización. Pero también gran parte de la sociedad que ve en el sentido de gratuidad y confianza suplicante de las bendiciones un signo de coherencia con el humanismo cristiano.