Este año era difícil colarse en la fiesta de premios de Succession y The Bear. Y creo que es una buena medida para esta miniserie que, si me permiten hoy la metáfora de boxeo, noquea al espectador de principio a fin. Y eso que el planteamiento no puede ser más sencillo: dos personas de dos estratos sociales distintos, uno conduciendo una pick up, ella conduciendo un Mercedes, se pican a la salida de un centro comercial. La serie nos lo muestra después, pero podemos adelantar que ambos están al borde del ataque de nervios, la vida les está llevando al límite de lo que pueden aguantar. Los dos son el catalizador para la explosión del otro. Se pican, decíamos, como nos ha pasado tantas veces cuando nos quitan un aparcamiento en nuestras narices… Pero lo que sigue no es tan normal: una persecución a toda velocidad por las calles de un suburbio californiano que casi provoca un accidente. Una bronca que va a unir de forma inverosímil a Amy y a Danny, interpretados magistralmente por Ali Wong y Steven Yeun, mostrando además la buena salud de las producciones coreanas en EE. UU. Ella es una emprendedora, en pleno proceso de vender su empresa a una magnate del sector; él es el hijo de un matrimonio coreano que se arruinó y que se dedica a hacer chapuzas varias en casas para subsistir y, en algún momento, comprarles una casa a sus padres en California. De una forma u otra, el espectador se va inundando de compasión y afecto hacia cada uno de ellos de forma paralela al aumento de odio entre ambos. Porque la bronca, obviamente, no se queda en ese aparcamiento. Cada uno empezará a aplicar toda su creatividad para vengarse del otro; para destrozarle la vida. Sí, el espectador no se explica por qué no resuelven su contencioso con una conversación normal. Pero es que no es una relación normal; es el retrato de una generación, la milenial, frente al espejo, y la serie airea todo lo que está mal en ella: el narcisismo, el individualismo, la ausencia de afectos y referencias morales sólidas. No se preocupe el espectador: sí se llegan a encontrar los personajes, sí llegan a salir de sus anonimatos y reconocerse como iguales. Y ahí está la grandeza de la serie, en que la reconciliación con quienes somos no llega a través de lo que cada uno había planeado, sino a través de una, de uno, que un día se puso a insultarle en un centro comercial.