«Bebía porque estaba enfermo del alma»
La Universidad Pontificia de Salamanca acogió la semana pasada el encuentro anual en España de Alcohólicos Anónimos. Presente en 183 países, más de dos millones de personas han dejado de beber gracias a esta asociación
Paco es madrileño, del barrio de Villaverde Bajo. Su cruzada particular con el alcohol empezó cuando tenía 27 años. Su novia, sus padres, su trabajo, no calmaban un vacío existencial que decidió llenar con la botella. «Me gastaba hasta el dinero que no tenía en alcohol. Incluso robaba a mis padres para conseguir tomar unas copas». Lo más difícil de todo fue ser consciente del problema: «El alcohol es una sustancia permitida y, además, social. Ves que todo el mundo se toma cañas o unas copas de vino, así que no sientes que estás cometiendo un gran error», admite el madrileño. Pero la adicción y la angustia revelan que algo no funciona bien. «Intenté suicidarme, pero lo único que conseguí fue estar un año metido en un hospital. Nada más salir empecé poco a poco a beber de nuevo. Fui a un psiquiatra y me recetó unas pastillas muy fuertes, que al mezclarlas con alcohol provocaban taquicardias. La primera vez me asusté, pero luego me gustó el efecto. A la tercera vez que mezclé tuve que ir al hospital». Pero en lugar de dejar el alcohol, Paco dejó las pastillas.
Desesperados, su madre, su hermana y sus amigos dejaban tarjetas de Alcohólicos Anónimos (AA) por todas partes. «Recuerdo perfectamente aquel día, hace ya 21 años. Estaba en el coche, solo. No era mi peor época pero me sentí especialmente vacío física, mental y espiritualmente. Hasta desconfiaba de mí mismo. Cogí una tarjeta y llamé». El primer paso requería valor, «así que me compré dos litros de cerveza y me fui al grupo. No sabía hacer nada que requiriese un poco de empuje sin tener la sensación del alcohol dentro de mi cuerpo».
Paco llegó al grupo de jóvenes de AA en Orcasitas. «Allí me recibieron tres compañeros de mi misma edad, y me empezaron a contar su historia con un café». Lo más asombroso fue «que se reían mientras narraban las peripecias de sus robos y mentiras. Habían hecho las mismas cosas que yo, pero lo que a mí me hacía sufrir, a ellos les provocaba risa. Yo llevaba mucho tiempo sin reírme. Al día siguiente volví… y hasta hoy».
Alcohólico de tipo diesel
Luis llegó con 49 años a AA. «Había tocado fondo con 45 años», reconoce. Él mismo se autodefine como un alcohólico de tipo diesel, que es el que bebe grandes cantidades diarias, pero no hasta llegar al desmayo –ese es el de tipo gasolina que utiliza el alcohol como una droga–. «Yo podía beberme al día cuatro cervezas, cuatro vinos, un par de güisquis… Lo utilizaba como dopping. En el trabajo metía la pata, pero nunca de forma tan gorda como para que me despidieran». Lo que sí perdió fue un par de parejas y las ganas de levantarse de la cama. «A los 45 años tuve mi primera baja médica por depresión, pero me negaba a reconocer que fuera por beber».
Cuatro años de sufrimiento después, Luis fue a la primera reunión de AA y «mi vida cambió radicalmente. Llevo siete años sin probar ni una gota de alcohol». Algo que «no se consigue fácilmente. Los primeros meses lo pasé bastante regular, pero poco a poco me fui dando cuenta de que en el alcoholismo hay poco de alcohol y mucho de ismo». Luis, como los más de dos millones de miembros de algún grupo de Alcohólicos Anónimos en los 183 países donde está implantado, descubrió que su enfermedad era más profunda que la ingesta de bebida. «El alcohol solo era el síntoma. Bebía porque estaba enfermo del alma».
Los doce pasos de recuperación
En AA hay un programa, conocido como los doce pasos de recuperación, que funciona como libro de cabecera de todo miembro de la asociación. «Solo el primer paso te habla del alcohol. En realidad es un trabajo espiritual interior que busca que te perdones, con ayuda de un ser superior y de las personas que tienes a tu alrededor», explica Paco, miembro de un grupo salmantino y uno de los organizadores del encuentro en la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), celebrado con motivo del 81 aniversario de la fundación de AA en Estados Unidos. En cinco de los doce pasos, tal como fueron ideados por los fundadores –capitaneados por el doctor Bob y el agente de bolsa Bill– hace cerca de 80 años, se pide ayuda explícitamente a Dios, aunque especifica: «Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos», como reza el subtítulo del capítulo tercero. Ese «como nosotros lo concebimos se adapta a las creencias de cada uno», explica Carlos, otro miembro de AA. «Esta es una asociación aconfesional presente en cientos de países con diversas creencias. Es cierto que al principio tenía una connotación religiosa grande [se inspiró en un grupo evangélico], pero poco a poco se fue ampliando el concepto. Cada uno puede poner el nombre que quiera a esa fuerza superior», añade.
Algunos, como Luis, miembro de Alcohólicos Anónimos en Madrid, aprenden al llegar «lo que es la espiritualidad. Cuando empecé en AA no tenía ni idea de que podía haber algo más grande que yo, y confiar en que existe fue mi primer acto de humildad. Aunque todavía no sepa si es Dios, la naturaleza, la energía, el cosmos…, sí sé que hay algo que cuida de mí. Y eso me cambió». Otros «son católicos desde siempre, y gracias a este programa de pasos refuerzan su fe», explica Félix Hernández, párroco de San Isidro, en Salamanca. En su parroquia se reúne un grupo de AA desde hace más de 20 años «y mi tarea es acompañarles con estima, admiración y gratitud. Tienen la virtud de la humildad, porque reconocen su enfermedad, y la audacia de intentar superarse». El sacerdote, que siempre tiene «la puerta abierta para cuando quieran entrar al despacho», afirma que «los valores que les enseñan en la asociación están profundamente enraizados en el cristianismo». De hecho, «muchos de ellos vienen religiosamente a Misa cada domingo».
Muchos de los grupos de AA en España se reúnen en parroquias. Por ejemplo, en Salamanca hay dos, y en Madrid capital alrededor de cuatro. «Los doce pasos les abren mucho a la trascendencia. Eso, unido a que están en la parroquia, les interpela», afirma José María Martín, coadjutor de la madrileña parroquia de Santa María de la Esperanza.
Un grupo de ayuda mutua
En Alcohólicos Anónimos no hay cargos, pero tampoco profesionales ni especialistas. «Fueron ellos quienes inventaron los grupos de ayuda mutua», afirma Alfonso Salgado, profesor de Psicología de la UPSA y uno de los ponentes de la mesa redonda del 81 aniversario. «A partir de ellos han surgido después cientos de asociaciones inspiradas en su formato. Son el ejemplo de que las personas pueden buscar sus propios recursos mutuos para ayudarse, sin juicios morales ni terapéuticos», señala.
¿La ayuda sin especialistas es suficiente? El profesor Salgado reconoce que «depende de la persona. Hay quienes reconocen que un tratamiento con profesionales no es suficiente. Para otros, este grupo les refuerza, pero también van a un psicólogo o un psiquiatra. No hay contradicciones, y muchos compañeros recomiendan AA a sus pacientes porque sabemos que ofrece una ayuda muy eficaz».
Luis es un claro ejemplo de éxito con esta ayuda mutua: «Yo trabajo en una multinacional brutalmente competitiva, en la que todo el mundo busca algo de ti. Desde que entré en AA observé cariño y atención desinteresada, pero yo no podía concebir que hubiera altruismo y bondad a cambio de nada. Ese primer acto de amor me retuvo. Después empecé a ver que en el mundo no solo hay hostilidad, y esa sensación de insatisfacción que tenía por dentro fue desapareciendo».
Alcohólicos Anónimos nació en 1935 en Akron, Ohio, como fruto del encuentro de Bill W., un agente de bolsa neoyorquino, y el doctor Bob S., cirujano en Akron, Ohio. Ambos habían sido alcohólicos desahuciados que, antes de conocerse, habían tenido contacto con el grupo Oxford, fundado por el pastor episcopaliano Samuel Shoemaker. La finalidad de esta agrupación era aplicar los valores espirituales universales a la vida diaria, y bajo esta influencia, el agente de bolsa había logrado mantenerse sobrio. Quien no tuvo tanta suerte fue el médico, a quien este grupo no ayudó lo suficiente.
Encontrarse con Bill supuso para el doctor el empuje definitivo. Estar cara a cara con otro alcohólico que había conseguido estar sobrio, y que le enseñó que su adicción era una enfermedad también de la mente y el alma, ayudó a Bob a salir del atolladero. Inmediatamente, ambos se pusieron a trabajar con los alcohólicos del hospital de Akron y así nació el primer grupo de AA, en el que los propios enfermos se ayudaban entre sí. Meses después, un segundo grupo tomó forma en Nueva York, y cuatro años después, en 1939, se inició un tercer grupo en Cleveland. Los tres grupos fundadores contaban con 100 alcohólicos sobrios en sus filas.
Poco antes de fallecer, el doctor Bob se integró en el cuerpo médico del hospital de Santo Tomás de Akron, gestionado por la Iglesia católica. Allí, con la ayuda de la hermana María Ignacia, facilitaba atención médica e inculcaba el programa de AA a unos 5.000 alcohólicos enfermos. Tras el fallecimiento del doctor Bob en 1950, la religiosa siguió con la estela de Alcohólicos Anónimos en Cleveland, donde otros 10.000 enfermos de alcoholemia encontraron este grupo. El trabajo conjunto entre el hospital y AA fue un ejemplo precursor de la cooperación entre la medicina hospitalaria y el acompañamiento espiritual. Bill falleció en 1971 en Miami viendo cómo su fundación se había extendido al mundo entero. Hoy está presente en 183 países, donde hay más de 100.000 grupos y dos millones de alcohólicos que se mantienen sobrios.
El primer grupo de Alcohólicos Anónimos de España se formó en 1955, pero no fue hasta 1979 cuando se constituyó legalmente como asociación. Hay más de 600 grupos y 12.000 miembros repartidos por toda nuestra geografía.