La constitución apostólica Praedicate Evangelium sobre la Curia romana, publicada el sábado 19 de marzo, sistematiza un camino de reformas originadas en la discusión del pre-Cónclave de 2013 y ya aplicadas en gran medida en los últimos nueve años. Es un texto que profundiza y hace efectivas las orientaciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, que tuvo como finalidad original precisamente la respuesta a la gran pregunta de cómo anunciar el Evangelio en un tiempo de cambio que luego resultaría ser –como subraya a menudo Francisco– un cambio de época.
La unificación en un solo dicasterio dirigido directamente por el Papa de la antigua y estructurada congregación de Propaganda Fide y del jovencísimo Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización indica la prioridad dada a la evangelización expresada en el documento ya desde el título. ¿Cómo dar testimonio de la belleza de la fe cristiana a las nuevas generaciones que no hablan ni comprenden los viejos lenguajes? ¿Cómo conseguir que la levadura del Evangelio vuelva a fermentar tanto la masa de las sociedades que un día fueron cristianas como la de las sociedades que aún no conocen a Jesucristo?
La Iglesia que se hace diálogo para evangelizar ha sido el leitmotiv de los últimos pontificados, y ahora este aspecto es ulteriormente remarcado también en la estructura de la Curia romana. Curia que no es un organismo en sí mismo, un «poder» de gobierno sobre las Iglesias locales, sino una estructura al servicio del ministerio del Obispo de Roma, que actúa en su nombre, bajo sus indicaciones, ejerciendo una potestad «vicaria» de aquella del Vicario de Cristo.
El papel de los laicos
Un segundo elemento significativo de la nueva constitución es el desarrollo de un deseo presente en los textos conciliares sobre el papel de los laicos. Francisco recuerda en el preámbulo que «el Papa, los obispos y los demás ministros ordenados no son los únicos evangelizadores en la Iglesia… Todo cristiano, en virtud del Bautismo, es un discípulo misionero en la medida en que se ha encontrado el amor de Dios en Cristo Jesús».
De esto deriva la participación de los laicos y laicas en las funciones de gobierno y responsabilidad. Si «cualquier fiel» puede presidir un dicasterio o un organismo curial, «dada su peculiar competencia, potestad de gobierno y función de estos últimos», es porque toda institución de la Curia actúa en virtud de la potestad que le ha sido confiada por el Papa. Este pasaje, que ya está en marcha, forma parte de la teología del Concilio sobre el laicado.
La afirmación contenida en la nueva constitución apostólica aclara que un prefecto o un secretario de dicasterio que sean obispos no tienen autoridad como tales, sino solo en la medida en que ejercen la autoridad que les confiere el Obispo de Roma. Y esta potestad, en el ámbito de la Curia romana, es la misma si la recibe un obispo, un sacerdote, un religioso, un laico o una laica.
Se suprime así la especificación contenida en el número 7 de la constitución apostólica Pastor bonus, la última reforma estructural de la Curia Romana llevada a cabo durante el pontificado de san Juan Pablo II, en la que se establecía que «los asuntos, los cuales requieren el ejercicio de la potestad de gobierno deben reservarse a los que han sido conferidos con el Orden sagrado».
Se realiza así, plenamente, lo establecido por el Concilio y ha sido ya incorporado en las leyes canónicas, donde se reconoce que en virtud del Bautismo entre todos los fieles «existe una verdadera igualdad en la dignidad y en la acción».