Jesucristo fue víctima del odio, de la injusticia, de la maldad humana, y la sinrazón más grande y cruel. En cada Santa Misa celebramos, precisamente, el memorial de la Pascua del Señor, su victoria sobre la muerte y el odio, el triunfo del amor de Dios que ha resucitado a Jesús.
Hoy, todos nosotros vivimos quebrantados aún por el dolor y la consternación por los atentados horribles y criminales ocurridos en París, asesinatos viles y crueles de tantos hermanos nuestros, víctimas inocentes de la violencia satánica del terrorismo yihadista, enemigo radical de la humanidad, causante de tantísimo dolor, muy principalmente en el seno de sus queridas familias.
Una vez más las gentes de Francia y de Europa, y nosotros con ellos, en fraternidad, sin fisuras, se sienten atacadas, heridas, humilladas y terriblemente maltratadas por la inhumana y cruel violencia asesina del terrorismo yihadista, verdadera y real lacra y amenaza de los pueblos de Occidente y de algunos pueblos árabes: Siria, Irak, Afganistán, Líbano, Túnez, Nigeria… Estos pueblos, el mundo entero, unos más intensa y cruelmente, desde hace años vienen sufriendo el azote de la violencia yihadista, que cumple con toda normalidad sus objetivos: la terrible realidad de estos y de otros cientos de atentados yihadistas, atentados contra la humanidad, son también nuestros, ocurran donde ocurran. Un inmenso clamor se escucha hoy por doquier: ¡basta, basta ya! ¡Que cesen, de una vez por todas, estos horrorosos atentados obra del príncipe de la mentira y del odio! Este es nuestro clamor, nuestra oración que se eleva a los cielos, hasta Dios: que cese tanta violencia obra de la maldad instigada por el enemigo del hombre y de Dios.
En medio de la amargura y del dolor, quienes tenemos fe traemos a la memoria aquellas palabras de Jesús tan consoladoras: «Venid a mí todos los cansados y agobiados, que yo os aliviaré, encontraréis vuestro descanso». Sí, Jesucristo, muerto y resucitado, es nuestro descanso, en estos momentos en que nuestro corazón está roto y desbordado del dolor que compartimos con nuestros hermanos de Francia, y de tantos otros lugares que sufren por estos atentados obra de la sinrazón, Cristo mismo, que sabe de dolores y de muerte injusta padecida en su propia carne, es quien está a nuestro lado, sufriendo y prolongando en las víctimas su cruz redentora; Él nos alienta, nos sostiene, y fortalece. La misericordia del Señor no termina, ni se acaba su piedad y compasión, y se acerca a nosotros en amor y misericordia inabarcables.
No perdamos la calma en tiempos difíciles, ni tampoco nos resignemos: nada ni nadie podrá arrebatarnos del amor de Cristo y de su victoria sobre el odio y la muerte, o la sinrazón del enemigo del hombre, o el poder aniquilador de la violencia: su amor y su misericordia son más fuertes. Por eso oramos, invocamos su Nombre y su ayuda en quien podemos encontrar esperanza, luz, victoria sobre todos los poderes del Maligno, tan antagonista radical del hombre.
Nadie puede invocar el Nombre de Dios para matar y asesinar: es la negación misma de Dios, una terrible blasfemia, un auténtico sacrilegio. ¡Es necesario actuar con decisión frente a esta amenaza con las armas del Estado de derecho y las que nos ofrece el Evangelio: oración caridad y ayuno! Nuestras armas son la fe y la misericordia, la oración incesante y la confianza total en Dios misericordioso, lento a la ira y rico en perdón y clemencia. Por eso, hoy, oramos a Dios de manera muy especial, ofrecemos este santo sacrificio por las víctimas, los heridos, los familiares, el pueblo de Francia, los pueblos de Europa, por España, por los que sufren, por la paz y la concordia entre las gentes, en particular, por los adoradores del Dios único, hijos de Abrahám. Oremos insistentemente al Señor y de ahí brotará la fuerza y la valentía para actuar guiados por la caridad social y por la misericordia y la justicia.
Abramos nuestro corazón y nuestra mente al único que puede salvarnos, Jesucristo. La Iglesia nos ofrece la respuesta que necesitamos ante tanta sinrazón, ante pecados tan inmensos: Jesucristo. Él mira con ternura a todos y se entrega por todos sin reserva alguna, se inclina para curar las heridas y no para pasar de largo de cualquier hombre robado, herido y tirado fuera del camino, se hace último para servir a todos como esclavo de todos, se abaja y hace suyo en solidaridad sin fisuras y caridad sin límites ni cálculos, el sufrimiento de los hombres y da su vida por todos para el perdón y la reconciliación; así trae la redención, la paz, y planta en la tierra la misericordia que va más allá de la justicia. Así nos muestra que no es la prepotencia, el poder, lo que nos trae la seguridad para vivir. Esta seguridad consiste fundamentalmente en la capacidad de misericordia y ésta depende del reconocimiento de Dios que Él mismo nos desvela en una carne como la nuestra.
Hermanos, como Iglesia que está en Valencia, solidarios de los dolores y sufrimientos de los hombres por ser y sentirnos Iglesia, ofrezcamos nuestra oración por las víctimas de París y de todos los atentados terroristas, pidamos por los heridos, por los familiares, por Francia, Europa y los países que sufren la violencia terrorista de los yihadistas, pidamos por la conversión y perdón de los terroristas y de quienes los instigan, pidamos por el cese de tan cruel violencia y de tanta ceguera asesina, pidamos por la paz y cese de toda violencia fratricida, y pidamos a Dios por nosotros, que nos conceda la conversión, el afianzamiento en la fe, la superación de todo relativismo y la capacidad para evangelizar de nuevo, como en los primeros tiempos, llevando a todas las partes el gran don de Dios, la caridad y la misericordia. Y por eso y para eso os invito a todos a la vigilia de oración que tendremos en la Catedral, el día 21 de noviembre a las 20 horas.