«¡Basta de usar a Medio Oriente! La indiferencia mata» - Alfa y Omega

«¡Basta de usar a Medio Oriente! La indiferencia mata»

Guerra, violencia y destrucción. Todo en medio del «silencio de tantos y la complicidad de muchos». Es la «nube de tinieblas» que se alza sobre el Medio Oriente, y precipita el riesgo de extinción de los cristianos en aquella zona del planeta. Es, además, la razón fundamental de la angustia del Papa, que decidió convocar a una inédita jornada de oración y diálogo con patriarcas y líderes religiosos de esa región. Un encuentro sugestivo en Bari, la sureña localidad italiana y «ventana abierta al cercano Oriente»

Andrés Beltramo Álvarez
Papa Francisco líderes de las Iglesias cristianas de Oriente Medio Bari
El Papa Francisco junto a un grupo de líderes de las Iglesias cristianas de Oriente Medio, durante un encuentro de oración, en el paseo marítimo de Bari, el 7 de julio. Foto: AFP / Vatican Media.

«Recemos unidos para pedir al Señor del cielo esa paz que los poderosos de la tierra todavía no han conseguido encontrar. Por los hermanos que sufren y por los amigos de cada pueblo y religión, repitamos: la paz contigo». Francisco mismo introdujo el momento de oración, la mañana del sábado 7 de julio. Frente a él, el inmenso mar Adriático. A su lado 20 líderes de primer orden de las Iglesias cristianas del Medio Oriente.

Entre los ortodoxos destacó el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I; el papa copto Teodoro II; y el patriarca siro-ortodoxo Mar Gewargis II. De parte católica Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado latino de Jerusalén; así como los cardenales Béchara Boutros Räi, patriarca de Antioquía de los maronitas del Líbano y Louis Raphaël Sako, pastor de los caldeos iraquíes.

También hubo presencia protestante, con el obispo luterano de Jordania Sani Ibrahim Azar y Souraya Bechealany, secretaria general del Consejo de Iglesias de Medio Oriente. Otros líderes ortodoxos mandaron a sus representantes, como el metropolita Hilarión, número dos del patriarca de Moscú y de toda Rusia, Cirilo; el arzobispo Anthedon Nektarios, en nombre de Teófilo II, patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, y Ammochostos Vasilios, enviado de Crisóstomo II, arzobispo de Chipre.

«Como en la barca de Pedro»

Para el Pontífice fue un viaje relámpago. Partió temprano del Vaticano y su primera parada fue la basílica de San Nicolás de Bari, personaje que une a todas las confesiones cristianas. En la puerta, recibió y saludó con un apretón de manos a cada uno de sus invitados. Después, todos juntos bajaron a la cripta que custodia los restos del santo. Allí rezaron en silencio, unidos, sin distinción.

Después abordaron un pequeño autobús blanco. En los primeros asientos, destacaba la sotana blanca del Papa. El resto eran vestiduras negras, color típico de los cristianos orientales. Juntos atravesaron las calles de Bari, en medio de una festiva multitud. «Nos sentimos como en la barca de Pedro», exclamó uno de los patriarcas. Así llegaron hasta el puerto, donde tuvo lugar el primer momento de oración.

En su discurso, Francisco denunció «las ocupaciones» y «diversas formas de fundamentalismo», «las migraciones forzosas» y «el abandono» que han hecho de Oriente Medio «una tierra de gente que deja la propia tierra». Y lamentó: «Existe el riesgo de que se extinga la presencia de nuestros hermanos y hermanas en la fe, desfigurando el mismo rostro de la región, porque un Oriente Medio sin cristianos no sería Oriente Medio».

No dejó de recordar el Papa que, desde esa tierra, la luz de la fe se propagó por el mundo entero. Porque es encrucijada de civilizaciones y cuna de las grandes religiones monoteístas. En contraparte, abundó, aquella región vive desangrada por la violencia y la explotación.

«La indiferencia mata, y nosotros queremos ser una voz que combate el homicidio de la indiferencia. Queremos dar voz a quien no tiene voz, a quien solo puede tragarse las lágrimas, porque Oriente Medio hoy llora, sufre y calla, mientras otros lo pisotean en busca de poder y riquezas. Para los pequeños, los sencillos, los heridos, para aquellos que tienen a Dios de su parte, nosotros imploramos: la paz contigo», advirtió.

Después siguieron lecturas y oraciones. Cada uno de los patriarcas alzó su voz, como Bartolomé I quien pidió a Jesucristo que inspire «cosas buenas» en los corazones de «quienes quieren la guerra» y que libere a todos los hombres «de deseos malvados y ávidos».

Diálogo a puerta cerrada

Terminado ese primer momento, el grupo volvió a la basílica de San Nicolás, pasando otra vez por en medio de las 70.000 almas que colmaron las calles. En el templo ya estaba lista una gran mesa redonda, con micrófonos y auriculares para la traducción simultánea. Porque el encuentro no tenía como único objetivo rezar. La oración era solo una parte, Francisco quería dialogar. Escuchar de primera mano los contornos de una situación dramática.

Dos horas y media duró la discusión, a puerta cerrada. Una minicumbre diplomática y ecuménica, que tendrá un seguimiento. Porque la información allí vertida, y sobre la cual nada se ha filtrado, servirá al propio Papa para guiar sus futuras intervenciones.

Bergoglio y sus invitados almorzaron juntos. Pero antes de regresar al Vaticano, Francisco volvió a tomar la palabra en público. Reconoció que «la lógica del mundo, de poder y de ganancia» tienta constantemente «el modo de ser Iglesia». Y «la incoherencia entre la fe y la vida», oscurece el testimonio. Por eso declaró la voluntad de todos de convertirse al evangelio, para sacar a Oriente Medio de su agonía.

Sostuvo que la paz no puede ser producto de «treguas sostenidas por muros y pruebas de fuerza», sino por la voluntad real de escuchar y dialogar. Pidió que el «arte del encuentro» prevalezca sobre las estrategias de confrontación y que la ostentación de los «amenazantes signos de poder» deje paso al «poder de los signos de esperanza». Y precisó que solo cuidando que a nadie le falte pan y trabajo, dignidad y esperanza, los gritos de guerra se transformarán en cantos de paz.

«Hija del poder y la pobreza»

Por eso exhortó a quienes tienen el poder colocarse «sin dilaciones» al servicio de la paz. «¡Basta del beneficio de unos pocos a costa de la piel de muchos! ¡Basta de las ocupaciones de las tierras que desgarran a los pueblos! ¡Basta con el prevalecer de las verdades parciales a costa de las esperanzas de la gente! ¡Basta de usar a Oriente Medio para obtener beneficios ajenos!», clamó.

Francisco advirtió de que la guerra «es hija del poder y la pobreza» y que ella se vence «renunciando a la lógica de la supremacía y erradicando la miseria». Fustigó los fundamentalismos y fanatismos, que han blasfemado contra Dios. Pero denunció que la violencia siempre se alimenta de las armas. Por eso, sostuvo, no se puede hablar de paz mientras, «a escondidas» se siguen «desenfrenadas carreras de rearme». «Es una gravísima responsabilidad que pesa sobre la conciencia de las naciones, especialmente de las más poderosas», señaló.

El Papa llamó a no dejar de lado las lecciones de Hiroshima y Nagasaki, convirtiendo al Medio Oriente en «oscuras extensiones de silencio». «Basta de contraposiciones obstinadas, basta de la sed de ganancia, que no se detiene ante nadie con tal de acaparar depósitos de gas y combustible, sin ningún cuidado por la casa común y sin ningún escrúpulo en que el mercado de la energía dicte la ley de la convivencia entre los pueblos», pidió.

Y antes de lanzar al aire unas palomas blancas con los patriarcas, llamó a no olvidarse de la «martirizada Siria», de Jerusalén (ciudad santa para todos los pueblos) y de los niños, principales víctimas de la violencia. Entonces sentenció: «Que el anhelo de paz se eleve más alto que cualquier nube oscura. Que nuestros corazones se mantengan unidos y vueltos al cielo, esperando que, como en los tiempos del diluvio, regrese el tierno brote de la esperanza. Y que Oriente Medio no sea más un arco de guerra tensado entre los continentes, sino un arca de paz acogedora para los pueblos y los credos. Amado Oriente Medio, que desaparezcan de ti las tinieblas de la guerra, del poder, de la violencia, de los fanatismos, de los beneficios injustos, de la explotación, de la pobreza, de la desigualdad y de la falta de reconocimiento de los derechos. Que la paz descienda sobre ti».