Ayuno: hambre de Dios - Alfa y Omega

Ayuno: hambre de Dios

«El ayuno oprime a los enemigos de nuestra salvación y es temible para los enemigos de nuestra vida –escribía san Juan Crisóstomo–. Es menester amarlo y abrazarlo». Giulio Viviani, autor de ¿Por qué ayunar, si no lo entiendo? (ed. Palabra), rescata todo el valor espiritual de esta práctica que nos acompaña, y no sólo en Cuaresma

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Ayuno, en el camino cuaresmal: un modo de afinar el espíritu, una práctica cristiana que hace más concreta nuestra fe

Hoy, la práctica y la recomendación del ayuno parecen haber disminuido en la Iglesia. ¿Por qué ha sucedido este fenómeno?
Pongo un ejemplo: el pasado Miércoles de Ceniza, en la parroquia donde celebré la imposición de la Ceniza, cuando entré en la sacristía me encontré con que el sacristán había preparado una cesta llena de caramelos para los monaguillos, como premio por su ayuda en la Misa. ¡Me permití hacer presente que era un día de ayuno! Es sólo una anécdota, pero los signos, aunque sean pequeños, tienen un valor personal, comunitario y, sobre todo, educativo. Nos hacen recordar, nos hacen pensar y nos hacen actuar.

Este año, una vez más, he comprobado que el Miércoles de Ceniza no ha tenido ninguna repercusión en los medios de comunicación, al contrario de lo que ocurre cuando comienza el ramadán. Puede que sea porque, en primer lugar, nosotros —sacerdotes y fieles— creemos poco en el ayuno y en las prácticas penitenciales. Tampoco se conocen bien las normas de la Iglesia, dando crédito incluso a afirmaciones falsas, como que el Concilio canceló el ayuno… De acuerdo que esto no es todo, ¡pero sin esto no hay nada!

Las costumbres penitenciales tienen su motivación: por ejemplo, no se come carne los viernes —todos los viernes, no sólo en Cuaresma—, porque ese día Jesús nos ha dado su carne sobre el madero de la Cruz…

Pero la Iglesia pide el ayuno obligatorio sólo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. ¿No es poco?
Puede ser…, ¡pero ya es algo! Nuestros hermanos orientales son mucho más rígidos y serios en sus ayunos; para ellos, el ayuno del Viernes Santo se extiende hasta el final del Sábado Santo… Las normas hablan de celebrar el ayuno, dándole un valor litúrgico, de auténtica oración y participación en la Pasión y muerte de Cristo. La Iglesia, en el Rito de la Iniciación Cristiana de Adultos, pide ayuno también antes de la Vigilia Pascual.

Se ha descrito el ayuno como la oración del cuerpo: ¿no sería suficiente con las oraciones habituales?
No, no bastan las palabras; los actos a veces hablan, y muchas veces nos dicen más. Saber educar el propio cuerpo, los instintos propios naturales en vista a algo superior, vale más. No se trata de una práctica estética o de salud, sino de subrayar que hay algo más importante por lo cual merece la pena hacer un sacrificio. Son actos de cuerpo y espíritu: toda la persona está involucrada.

Significa también acompañar los dolores del hambre que afectan la vida de muchas personas en el mundo, ser solidarios con ellos, al menos por un rato —lógicamente, el fruto del ayuno debe ir destinado en beneficio de los más pobres—.

También hay otros tipos de ayuno: ayuno de televisión, de coche, de cotilleos, de juegos, etc. Cada cual puede encontrar también su ayuno: el dinero y el tiempo que se ahorren podrán destinarse a la oración, a la caridad, al silencio, al encuentro con los demás…

El ayuno —lo decía ya Isaías— no es un fin en sí mismo, sino que tiende a promover la atención y el espacio a Dios y a los otros.

¿Qué beneficios tiene el ayuno? ¿Por qué es bueno ayunar?
Es un modo de afinar el espíritu, una práctica cristiana que hace más concreta nuestra fe en este tiempo; es un ejercicio ascético al alcance de todos. Ayuda a dar valor a las cosas de todos los días, que damos por descontado, como por ejemplo la comida. Y, por encima de todo, también es bueno ayunar ¡porque Jesús lo hacía!

En concreto, ¿cómo podemos llevar a cabo este ayuno? ¿Cómo sería un día de ayuno normal?
El Beato Pablo VI, en la Constitución Paenitemini, escribía que «la ley del ayuno obliga a hacer una única comida al día, pero no prohíbe tomar un poco de comida en la mañana y por la noche, ateniéndose, en cuanto a la cantidad y calidad, a las costumbres locales aprobadas». No se conocen bien estas costumbres locales; todo queda siempre en un terreno nebuloso e incierto. Pero la norma es clara: ¡una única comida al día! También depende de la edad, de la salud, de las situaciones personales y ambientales…, pero es bueno y obligatorio hacer al menos algo. Normalmente, en los días previstos, yo tomo una fruta por la mañana, una comida a media jornada, y nada por la noche: uno se va a la cama con hambre, ¡pero daño no hace! Y lo que uno se ahorra se emplea en hacer el bien, en hacer algo bueno por Dios y por los otros.

No sólo en Cuaresma…

La Iglesia siempre se ha referido a los 40 días de penitencia previos a la Pascua como la gran Cuaresma, en los que los ayunos y privaciones voluntarias nos ayudan a volver a Dios con todo el corazón. El Código de Derecho Canónico afirma que «todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia». Señala como días penitenciales: todos los viernes del año y todo el tiempo de Cuaresma; y pide que los fieles se dediquen de manera especial en estos días «a la oración, y realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia».

En especial «existe la obligación de guardar la abstinencia de carne todos los viernes del año». La Conferencia Episcopal Española, en 1986, permitió que la abstinencia de los viernes no cuaresmales pueda ser sustituida por la lectura de la Sagrada Escritura, la limosna, obras de caridad como la visita de enfermos o atribulados, obras de piedad como la participación en la Santa Misa o el rezo del Rosario, y las mortificaciones corporales.