En 1986, el laureado dramaturgo valenciano José Sanchis Sinisterra —Premio Nacional de Teatro en 1990, y Premio Max al mejor autor teatral en castellano en 1999— escribe ¡Ay, Carmela!, libreto cómico-dramático que le ha proporcionado fama suficiente desde su escritura, dado que en 1987 el director de cine español, Carlos Saura, trasladó su texto a la gran pantalla y el filme se alzó con 14 Premios Goya.
Desde entonces, y tras recorrer medio mundo —incluso con versiones musicales—, además de Andrés Pajares y Carmen Maura, que encarnaron en el cine a sus dos protagonistas, Paulino y Carmela, otras grandes figuras de la escena española han otorgado un carácter nuevo al libreto de Sinisterra en el teatro. Son los casos de José Luis Gómez, que la dirigió y protagonizó junto a Verónica Forqué, o los de las parejas artísticas Eduardo Velasco, Daniel Albadalejo y Elisa Matilla, Verónica Forqué y Santiago Ramos o Elisa Matilla y Jacobo Dicenta, la última pareja en dar vida a estos sabrosos personajes, dirigidos ahora por José Bornás en el Teatro Galileo.
¡Ay, Carmela! cuenta la historia de una compañía de variedades —integrada por Carmela y Paulino, una mujer y un hombre republicanos que recorren España en una tartana— que atraviesa, por error, la línea que separa a los dos bandos durante la guerra civil española, ambientada en marzo de 1938. Inesperadamente, se encuentran con las tropas nacionales, que acaban de tomar la villa de Belchite, en Teruel. Una vez allí estarán obligados a improvisar una función teatral, en honor a las tropas vencedoras. Los fascistas italianos que dominan la zona les piden que amenicen una velada a la que asistirá el general Franco y los prisioneros de las Brigadas Internacionales, que serán fusilados al amanecer.
Resulta sintomático, y hasta provocador, que Sanchis Sinisterra asegure que ¡Ay, Carmela! no es una obra sobre la guerra civil española. No sólo por la obviedad del tema, sin el cual no existiría conflicto alguno entre los sobados contrastes entre tropas falangistas y republicanas, sino además por su fuerte posicionamiento por uno de los bandos, premisa tras la cual arranca la historia hasta su trágico desenlace. Dicho lo cual, ¡Ay, Carmela! desarrolla con sabiduría e inteligencia el relato amoroso y profesional de la pareja de cómicos. En este sentido, tanto Jacobo Dicenta –que da vida a Paulino– como Elisa Matilla –que interpreta a Carmela– demuestran ser unos actores de raza, de gran talento, que afrontan y defienden con pasión cada una de sus escenas, con la dificultad que entraña, además, cantar en directo –con números musicales vistosos bastante dignos– sin perder un ápice el carácter de sus personajes durante las casi dos horas en que se desarrolla la historia sin interrupción.
Jacobo Dicenta encarna a Paulino, un perfecto hombre apocado, servil, borrachuzo, superado por la apasionada Carmela (Elisa Matilla), decisiva, vulgar, vehemente, simpática, cabezona y de pocas luces. Su química que bien podemos poner al mismo nivel del buen estilo de otras grandes obras de teatro como Pareja abierta (1983), del matrimonio italiano Darío Fo y Franca Rame, o Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? (Adolfo Marsillach, 1981)– y el modo que tienen de conectar con el público, consigue que la obra se mantenga, más o menos, en igual altura dramática, al menos en su segundo tercio, donde se expresa más uniforme y en creciente intensidad.
Menos claro queda el primer tercio de la obra, donde el espectáculo resulta más farragoso y menos nítido en su puesta en escena, se tambalea con propuestas demasiado discursivas, que desestabilizan tanto el tempo dramático como el fondo de los temas en torno al mundo caótico que les está tocando vivir, acompañado de insustanciales y repetitivas soflamas propagandísticas.
No obstante, a pesar de algunas deficiencias, ¡Ay, Carmela! tiene momentos muy buenos, como las disputas entre la pareja de enamorados, la defensa a ultranza de la dignidad perdida, de defender unos ideales en un ambiente hostil –no en balde Lorca aflora por momentos– o la feliz y evidente muestra de tono trascendente que despliega Bornás sobre los personajes de Carmela y Paulino, lo más interesante y enjundioso de ¡Ay, Carmela!
A todo ello contribuye la sabia dirección de actores, la conseguida planificación de las escenas, el espacio sonoro –tanto del tono del quejido como del alegre–, la iluminación –que consigue entre sombras, luces y penumbras, tonalidades y ambientes adecuados a los distintos espacios, una atmósfera dramática unas veces, lúdica otras– muy acertada. Toda la función se desarrolla sobre una plataforma algo inclinada que acentúa las dificultades por las que atraviesan sus personajes, sólo decorada por la pequeña camioneta de los artistas o un gramófono al que le cuesta sonar. Pero ojo, esta desnudez escenográfica no excluye la autenticidad de su relato.
A su vez, aunque no de manera tan intencionada, queda también bien resuelta la idea de dejar en buen lugar al teatro dentro del teatro, como la ruptura de la cuarta pared, o el perfecto acabado estructural del espectáculo, narrado a modo de flashback, que justifica, perfectamente, todas las acciones de su protagonista al comienzo de la función.
Queda, retratado, pues, un espectáculo luminoso, que vibra con las deslumbrantes interpretaciones de Jacobo Dicenta y Elisa Matilla, pero ensombrecido por su carácter militante y subjetivo.
★★☆☆☆
Teatro Galileo
Calle Galileo, 39
Quevedo
OBRA FINALIZADA