Australia estudia obligar a los sacerdotes a romper el secreto de confesión en casos de pederastia
Se trata de una de las recomendaciones de la Royal Commission que investiga casos de abusos en el país
La Royal Commission australiana que investiga los casos de pederastia en parroquias y grupos religiosos —no solo católicos—, en escuelas, en centros deportivos y en otras instituciones públicas del país hizo este lunes 85 recomendaciones destinadas a combatir los abusos sexuales que implicarían una reforma de la legislación vigente para poder incluir, entre otras medidas, la posibilidad de procesar a los sacerdotes que no denuncien los abusos que han conocido durante la confesión.
Sin embargo, si la sugerencia termina por desembocar en una reforma legal, se provocaría un choque de trenes al colocar a los sacerdotes en una posición imposible: Elegir entre el perjurio o la excomunión automática. Porque «el sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo», según reza el canon 983 del Código de Derecho Canónico.
Es más, en el caso de un juicio —y aunque la persona que ha hecho la confesión lo pida—, el sacerdote está exento de responder, tal y como recoge el canon 1550. Cosa distinta es que el sacerdote, sin vulnerar el secreto de confesión, pudiera intervenir, por ejemplo, para evitar un asesinato. Podría advertir a la policía de que la vida de una persona está en peligro sin especificar cómo lo ha sabido. En casos así, incluso las autoridades de muchos países no presionan a los presbíteros al saber que el secreto de confesión es inviolable. Atendiendo a estas especificaciones, legislaciones como la española, la italiana o la norteamericana prevén dispensas para evitar que los sacerdotes testifiquen sobre hechos delictivos que han conocido durante la confesión.
Legalismos aparte, el sigilo de la confesión va más allá de un mero secreto profesional. Desde el punto de vista teológico se considera que el penitente no habla al sacerdote sino que su interlocutor es el mismo Dios. Lo que se dice en la confesión no se le dice a un hombre, es una comunicación íntima del creyente con Dios; es el sacramento instituido por Cristo para borrar los pecados; en definitiva, es una confesión, en el sentido más literal de la palabra, que requiere de confianza y privacidad. Tanta que incluso el confesor está obligado a olvidar inmediatamente lo escuchado una vez administra la absolución. Hacer una excepción de ese tipo podría suponer la supresión total del secreto de confesión puesto que los sacerdotes no tendrían por qué mantenerlo en otros casos.
Ángeles Conde / ABC