El Instituto Nacional de Estadística publica cada diciembre los datos de defunciones del año precedente. En 2021, 14 niños y ocho niñas de entre 10 y 14 años, y 28 chicos y 25 chicas de entre 15 y 19 años, perdieron la esperanza y se suicidaron. Desde la OMS se calcula que por cada persona que consuma el suicidio, diez lo han intentado. Son muchas más las que piensan en el suicidio como única salida a una situación difícil. El Estudio sobre Conducta Suicida y Salud Mental en la Infancia y Adolescencia en España (2012-2022) de ANAR concluye que el riesgo suicida ha aumentado en el último año en esta población en casi un 2000 %.
El principal predictor de riesgo es haber cometido un intento de suicidio previo, pero, ¿qué conduce al primero? Fundamentalmente el trastorno mental, muy concretamente el episodio depresivo. No olvidemos que muchas veces encontramos en el niño deprimido no tristeza, sino irritabilidad y agresividad. El consumo de tóxicos y los trastornos de conducta también pueden actuar como factores de riesgo. Los niños víctimas de abuso, también de bullying, tienen más riesgo de incurrir en conductas autodestructivas, así como aquellos afectados por un tipo silencioso de violencia, la negligencia. Hay otro componente relevante: el tratamiento que damos al dolor y la limitación en esta sociedad. Muchos jóvenes creen que estar bien es no estar nunca mal. Las redes sociales presentan unos ideales laborales, familiares, estéticos, etc., inalcanzables. La sociedad exige un rendimiento infatigable.
La pandemia de la COVID-19, declarada por la OMS en 2020, interrumpió la vida tal y como la conocíamos. La soledad, la incertidumbre, la posibilidad de contagio, etc., pusieron a prueba nuestras estrategias de afrontamiento. Aumentaron drásticamente el consumo de tóxicos, los desórdenes del sueño y la alimentación y la violencia intrafamiliar. Los ERTE y la pérdida de empleos afectaron directamente al poder adquisitivo de no pocas familias. Un estudio iniciado por la Universidad Complutense de Madrid en 2020 revelaba que la ansiedad se disparó inmediatamente tras ser confinados. También aumentaron los índices de depresión y de trastorno de estrés postraumático, factores de riesgo, a su vez, de conductas suicidas.
Por otra parte, existen factores que disminuyen el riesgo de suicidio, por muy adversas que sean las circunstancias. Por ejemplo, contar con una red familiar y social rica y ser capaz de regular las emociones y orientar la motivación a objetivos ambiciosos pero realistas. Las creencias religiosas y dar un sentido a la vida y al dolor también se cuentan de forma habitual entre los factores protectores.
Rara vez se llega al suicidio de forma súbita y descontextualizada. Por el contrario, existe un recorrido entre el deseo de morir y el suicidio consumado y factores como los citados que actúan como predisponentes y precipitantes. Esto hace el suicidio evitable y permite la prevención. Pero para actuar hay que estar atento: si el comportamiento de su hijo cambia de forma muy evidente en poco tiempo, si lo hacen sus patrones de alimentación o sueño, se aísla, renuncia a salir con amigos o a practicar sus aficiones, puede estar atravesando una depresión. El tratamiento adecuado puede revertir los síntomas y atajar directamente el riesgo de suicidio. También los trastornos de ansiedad, de la alimentación u otros trastornos de estrés son susceptibles de tratamiento. La aparición de nuevas conductas o la desaparición de otras no siempre es una señal de alarma, pero invita a los padres a estar pendientes de sus hijos y dispuestos a prestarles su ayuda.
Hablar sobre el suicidio es difícil y la tendencia suele ser a pasar por alto la información. Sin embargo, la recomendación de la OMS es precisamente la contraria. Si un menor encuentra la valentía suficiente para hablar de sus ideas de suicidio, tratar de convencerle de que la vida es bella y existen muchas razones para vivir no resulta de ayuda. Si su hijo o un niño que usted conoce le otorga esta confianza, trate de responder a ella mostrando absoluto interés por lo que le está contando. Busque ayuda profesional. No es en modo alguno responsabilidad de los padres, familiares o profesores erradicar estas conductas. La responsabilidad consiste en dar una oportunidad para hablar del dolor, ofrecer comprensión y buscar ayuda. Nunca se comprometa a guardar esta información en secreto.
Sentirnos acogidos en la debilidad y en el fracaso más rotundo da una sensación de seguridad que se arraiga en el conocimiento de que somos queridos y, por tanto, valiosos, también en el peor de nuestros momentos. El niño que deprimido, atacado o ignorado haya sentido este amor incondicional, encontrará un lugar al que volverse aun cuando el suicidio parezca la solución al problema.