Audiencia del Papa: necesitamos el don de fortaleza siempre, no sólo ante la dificultad
Movidos por el don de fortaleza, muchos cristianos han dado la vida por el Señor o están dispuestos a pagar «un precio muy alto» por ser fieles a la fe. Su ejemplo debe llevarnos a pedirle a Dios ese mismo don, para que nos ayude, en el día a día, a «llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe». Es la invitación que ha lanzado el Papa a los peregrinos que participaban en la Audiencia general de este miércoles
El don de fortaleza es la ayuda del Espíritu Santo que ha hecho posible que muchos cristianos no hayan «dudado en dar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a su Evangelio». Este don ha sido el protagonista de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia general de este miércoles, encuadrada dentro del ciclo dedicado a los dones del Espíritu. Esta perseverancia -añadió el Papa- se sigue dando hoy en día en muchas partes del mundo, donde los cristianos «continúan celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad y resisten también cuando saben que esto puede costar un precio muy alto».
Sin embargo, se manifiesta también ante otras situaciones difíciles o de dolor. El Santo Padre mencionó, por ejemplo, a las personas que «llevan una vida difícil, luchan por llevar adelante la familia, educar a los hijos». La Iglesia es honrada por estos «santos cotidianos, escondidos»: hombres y mujeres anónimos que «son fuertes; fuertes en el llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe», ayudados por el don de fortaleza. Por ello, el Papa invitó a agradecer a Dios esta santidad escondida, y a pedirle que nos conceda ese mismo don. «Si ellos pueden hacerlo ¿por qué yo no?».
El Santo Padre explicó también que el don de fortaleza no es necesario «solamente en algunas ocasiones». Al contrario, «todos los días de la vida cotidiana tenemos necesidad de esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe». El Papa añadió, citando la parábola del sembrador, que gracias al don de fortaleza «el Espíritu Santo libera la tierra de nuestro corazón, la libera del letargo, de las incertidumbres y de todos los miedos que pueden detenerlo, de modo que la Palabra del Señor sea puesta en práctica, de manera auténtica y alegre».
Al terminar la catequesis, el Papa pidió que se rezara por los mineros muertos en Turquía y por los que aún permanecen atrapados en las galerías de la mina; así como por las víctimas del nuevo naufragio de inmigrantes en el mar Mediterráneo. En relación con esto, exhortó a pedir especialmente «que se antepongan los derechos humanos y se aúnen las fuerzas para prevenir estas masacres vergonzosas».
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento y consejo. Hoy pensemos en lo que hace el Señor, Él viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial: el don de la fortaleza.
Hay una parábola que nos ayuda a comprender la importancia de este don. Un sembrador va a sembrar; pero no todas las semillas que siembra dan fruto. Las que terminan en el camino se las comen las aves; las que caen en terreno pedregoso o entre espinas brotan, pero pronto se secan por el sol o ahogadas por las espinas. Solo las que caen en la buena tierra crecen y dan fruto. Como el mismo Jesús cuenta a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que difunde abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, a menudo, choca con la aridez de nuestros corazones y, aun cuando es recibida, a menudo se mantiene estéril. Con el don de la fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera la tierra de nuestro corazón, la libera del letargo, de las incertidumbres y de todos los miedos que pueden detenerlo, de modo que la Palabra del Señor sea puesta en práctica, de manera auténtica y alegre. Es una verdadera ayuda este don de la fortaleza, nos da fuerza, incluso nos libera de tantos impedimentos.
Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las cuales el don de la fortaleza se manifiesta de modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de aquellos que tienen que afrontar experiencias particularmente duras y dolorosas, que perturban su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de tantos hermanos y hermanas que no han dudado en dar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a su Evangelio. También hoy no faltan cristianos que en tantas partes del mundo continúan celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad y resisten también cuando saben que esto puede costar un precio muy alto. También nosotros, todos nosotros conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, muchos dolores. Pensemos en aquellos hombres y en aquellas mujeres que llevan una vida difícil, luchan por llevar adelante la familia, educar a los hijos, pero esto lo hacen porque está el Espíritu de la fortaleza que los ayuda. Cuántos hombres y mujeres, de los cuales no conocemos el nombre, honran nuestro pueblo, honran nuestra Iglesia porque son fuertes; fuertes en el llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Pero estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos cotidianos, santos escondidos, en medio de nosotros. Tienen precisamente el don de la fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. Tenemos muchos, muchos. ¡Agradezcamos al Señor por estos cristianos que tienen una santidad escondida, pero es el Espíritu dentro que los lleva adelante! Y nos hará bien pensar en esta gente, si ellos hacen esto, si ellos pueden hacerlo ¿por qué yo no? Y pedirle al Señor que nos dé el don de la fortaleza.
No se debe pensar que el don de la fortaleza es necesario solamente en algunas ocasiones o situaciones particulares. Este don debe constituir la característica esencial de nuestro ser cristianos en la normalidad de nuestra vida cotidiana. Como he dicho, todos los días de la vida cotidiana tenemos que ser fuertes, tenemos necesidad de esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe.
Pablo, el apóstol Pablo, ha dicho una frase que nos hará bien escuchar: «Yo lo puedo todo en aquel que me conforta» (Fil 4, 13). Cuando llega la vida ordinaria, cuando llegan las dificultades, recordemos esto: «Todo lo puedo todo en aquel que me conforta». El Señor da la fuerza, siempre, no falta. El Señor no nos prueba más de lo que nosotros podemos tolerar. Él está siempre con nosotros, «todo lo puedo en aquel que me conforta».
Queridos amigos, a veces podemos estar tentados de dejarnos vencer por la pereza o, peor, por el desaliento, sobre todo ante las fatigas y a las pruebas de la vida. En estos casos, no perdamos el ánimo, invoquemos al Espíritu Santo para que, con el don de la fortaleza, pueda aliviar nuestro corazón y comunicar nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús. Gracias.