Atraídos por la Belleza - Alfa y Omega

Atraídos por la Belleza

Alfa y Omega
Imagen de ‘La última cima’, de Juan Manuel Cotelo.

«Deberíamos pasar a hablar de cine»: así dijo el Papa Francisco, tomando la iniciativa, al jesuita padre Spadaro, cuando en su reciente entrevista para La Civiltà Cattolica hablaban de los gustos artísticos del Santo Padre, e inmediatamente se explayaba, con una sana pasión por el séptimo arte: «La Strada, de Fellini, es quizá la película que más me haya gustado. Me identifico con esa película, en la que hay una referencia implícita a san Francisco. Luego creo haber visto todas las películas de Anna Magnani y Aldo Fabrizi cuando tenía entre 10 y 12 años. Otra película que me gustó mucho fue Roma città aperta». Y nos da una luminosa explicación: «Mi cultura cinematográfica se la debo sobre todo a mis padres, que nos llevaban muy a menudo al cine». Y es que la fe que vivió y fue creciendo en el seno de su familia era auténtica: ilumina la vida por completo en todos sus aspectos y circunstancias, y ante la belleza, ciertamente, de un modo muy especial.

Estos días ha tenido lugar el II Congreso SIGNIS España, precisamente sobre la fe y el cine, en el contexto de ese atrio de los gentiles que el Papa Francisco, siguiendo la estela de Benedicto XVI, promueve con el fin de llevar la luz del Evangelio a todos los hombres, y sin duda el hijo de la luz que es el cine es instrumento privilegiado. Ya Juan Pablo II, en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 1995, el año en que se festejaba su centenario, no dudaba en afirmar que «el cine, con sus múltiples potencialidades, puede convertirse en valioso instrumento para la evangelización», y por eso alentaba a «directores, cineastas y cuantos, en todos los niveles profesándose cristianos, trabajan en el complejo y heterogéneo mundo del cine, a actuar de forma plenamente coherente con su fe, tomando valerosamente iniciativas incluso en el campo de la producción para hacer cada vez más presente en ese mundo, a través de su labor profesional, el mensaje cristiano que es para todo hombre mensaje de salvación».

No era la primera vez que la Iglesia hacía esta llamada, que como hoy sucede con SIGNIS era felizmente atendida, a cuidar y promover el séptimo arte como camino de evangelización. En 1957, lo hacía el Papa Pío XII, en su encíclica Miranda prorsus, y evocando la que Pío XI dedicó en particular al cine, Vigilanti cura, de 1936: «Nos consuela saber que las repetidas exhortaciones de Nuestro Predecesor, de feliz memoria, y las Nuestras que se dirigen a orientar el cine, la radio y la televisión a los fines de la gloria de Dios y del perfeccionamiento humano, han encontrado una grande y fecunda resonancia». No otra cosa que la búsqueda de la gloria de Dios y el bien del hombre ha hecho al cine digno de ser llamado hijo de la luz, transmisor de la belleza que anhela todo corazón humano, la belleza auténtica, que es el resplandor de la fe. Por eso, como manifiesta el Papa Francisco en su entrevista de La Civiltà Cattolica, y leemos en su primera encíclica, Lumen fidei: «Los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar, en la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe». La fe auténtica ilumina, en efecto, la vida entera, y es entonces cuando puede admirarse la belleza auténtica.

De ella habló el Papa Juan Pablo II en su Carta a los artistas, de 1999: «Toda forma auténtica de arte es, a su modo, una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo… La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente». Y su sucesor lo hacía resonar de nuevo, conmemorando el décimo aniversario, en su encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina: «¿Qué puede volver a dar entusiasmo y confianza, qué puede alentar al espíritu humano a encontrar de nuevo el camino, a levantar la mirada hacia el horizonte, a soñar con una vida digna de su vocación, sino la belleza?». Y quiso citar esta, «sin duda atrevida y paradójica», expresión de Dostoyevski: «La Humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la Historia está aquí». Pero no hay que engañarse. «Con demasiada frecuencia –añadía Benedicto XVI–, la belleza que se promociona es ilusoria y falaz, y en lugar de hacer que los hombres salgan de sí mismos y se abran a horizontes de verdadera libertad atrayéndolos hacia lo alto, los encierra en sí mismos y los hace todavía más esclavos, privados de esperanza y de alegría. La belleza auténtica, en cambio, abre el corazón humano al deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el Otro, hacia el más allá. Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente, nos hiera, nos abra los ojos, redescubrimos la alegría de la visión, de la capacidad de captar el sentido profundo de nuestra existencia, el Misterio del que formamos parte y que nos puede dar la plenitud, la felicidad». He ahí a los hombre de fe: atraídos por la Belleza.