Asignatura pendiente - Alfa y Omega

Asignatura pendiente

El Servicio Jesuita al Refugiado trabaja en 50 países, con 800.000 desplazados. Se centran en la educación y el acompañamiento. También en la acción humanitaria de emergencia. Para su director, el padre Peter Balleis, la visita del Papa «nos ayudará a servir a los refugiados con mayor compromiso y dedicación»

Cristina Sánchez Aguilar
El padre Peter Balleis visita una escuela para niños sirios en un campo de refugiados de Líbano.

¿Qué ha supuesto la visita del Papa al centro Astalli?
El recuerdo de este día tan especial nos dará una gran alegría y nos ayudará a servir a los refugiados con mayor compromiso y dedicación. Su mensaje está en el corazón del trabajo de nuestra organización: la hospitalidad.

¿Cuáles son los problemas de los desplazados por el conflicto sirio?
Las necesidades materiales, claro, pero, sobre todo, los traumas psicológicos. La separación, la pérdida de su familia, de sus hogares, de la esperanza, la violencia y el miedo… provocan daños difíciles de reparar.

¿Encuentran la solución fuera de sus fronteras?
No quieren salir de su país, se van obligados. Primero, van a los países colindantes, donde tienen más conexiones lingüísticas, culturales, religiosas. Pero estos países ya están llegando al límite; de hecho, en Líbano, el 50% de los niños son sirios. Por eso, llegan a Europa.

Europa tiene como asignatura pendiente la atención al refugiado…
El problema es que tiene una política que no mira el futuro, sólo a las próximas elecciones. No es posible que Estados Unidos acoja cada año a 45.000 refugiados y Europa ni siquiera unos miles. La ONU está pidiendo fondos. Hay que darlos. La estabilidad de Siria está conectada con la de todo el Mediterráneo.

Los que logran entrar en Europa, no encuentran la paz.
Los desplazados tienen una cosa en común: pocas veces se encuentran mejor en su país de acogida que en su casa. Es difícil recuperar el nivel familiar, de apoyo, de redes sociales… También influye que las políticas nacionales no están dirigidas hacia la integración, y ahora con la crisis, menos.

¿Cuál es el problema al que se enfrentan los millones de refugiados que hay en el mundo?
Todos buscan una protección real, efectiva. No un escrito en un documento; un papel no protege a la persona expulsada de su país, no da acceso a los servicios básicos.

La Santa Sede pide, entre otras cosas, garantizar los derechos de la Convención de Refugiados de 1951. ¿No se ha avanzado nada?
En Occidente, después de la Segunda Guerra Mundial, se entendía perfectamente qué era ser desplazado. Hoy, estamos cegados frente al mundo. Es el caso de Australia, que dice que los que llegan no pueden quedarse. Sin embargo, los países en desarrollo son los que avanzan, como Kenia, que ha dado libertad a los refugiados a moverse por el país y no quedarse en los campos.

También fomentan la reconciliación y el perdón.
Darles la posibilidad de vivir con dignidad, de que tengan una perspectiva de futuro, es el primer paso hacia la reconciliación. En Camboya, por ejemplo, tenemos centros donde personas de distintas religiones dan su testimonio de perdón. No es en el olvido donde se avanza.

¿Qué piden desde el Servicio Jesuita al Refugiado a la comunidad internacional?
Que pongan a la persona en el centro. Eso significa la democracia que predicamos tanto en Europa.

¿Cuál es nuestra responsabilidad?
Informarnos, lo primero. Después, hay que actuar, porque cuando actúan los ciudadanos, los Gobiernos lo tienen en cuenta.