Así se pasó de las casas a las catedrales
Las evidencias arqueológicas de las primeras iglesias cristianas muestran una arquitectura «muy funcional», destinada a albergar comunidades para las que «lo importante no era el lugar sagrado, sino la reunión»
«La Iglesia constituyó el elemento más innovador del periodo de la transición entre el mundo romano y el mundo medieval», asegura Alexandra Chavarría, autora del libro Arqueología de las primeras iglesias del Mediterráneo (siglos IV-X), recién publicado por Nuevo Inicio.
La huella arqueológica de esta época permite descubrir cómo se desarrolló el crecimiento de las primeras comunidades cristianas, así como detalles de su vida cotidiana. Al inicio, «los primeros cristianos se reunían en casas particulares. Se juntaban allí donde tenían sitio, y lo más fácil era en un hogar», dice Chavarría, de tal forma que para estas comunidades «lo importante no era el lugar sagrado, sino la reunión en sí. De hecho, la misma palabra ekklesia significa reunión. El lugar de oración se empezó a considerar sagrado mucho más tarde». Un signo elocuente de esta evolución es que las primeras evidencias de altares de piedra datan del siglo IV, por lo que «antes hay que suponer que fuesen de madera».
Los primeros vestigios de lugares específicamente de oración están en Megido, en Palestina, fechados en el año 230, «con forma de casa pero con mosaicos que hacen referencia a Cristo y a la reunión», y que «reflejan el importante papel de la mujer en el cristianismo primitivo». También en Dura Europos, en Siria, «con el espacio en forma de casa y donde ya se juntaban muchas personas».
Un criterio funcional
Una vez asegurado el lugar de reunión, el principal interés de los fieles estaba puesto en la vida futura. «Lo primero que hacen los cristianos es organizar sus enterramientos –desvela Chavarría–, por lo que empiezan a reservar áreas de cementerios específicamente para ellos; ya podemos encontrar cementerios cristianos en el siglo III».
Tras el edicto de Milán, en el año 313, la situación empezó a cambiar. A principios del siglo IV, Eusebio de Cesarea, obispo cercano al emperador, describe con todo detalle la inauguración de una iglesia en Tiro. El modelo fue una basílica, el edificio civil típico del Imperio, un gran espacio rectangular dividido en varias naves y con un atrio delante. «Se adoptó esta estructura porque era la que permitía albergar a más gente. El criterio para construir las primeras iglesias fue simplemente funcional», afirma.
Más tarde cobró relevancia el modelo de la iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, «para la que se eligió una planta central que pudiera albergar la tumba de Jesús. Luego eso fue copiado por multitud de iglesias».
Otro elemento arquitectónico clave para entender cómo vivían los cristianos su fe es el baptisterio. Hasta el siglo VI, aquel que quería ser cristiano seguía un catecumenado que terminaba en un Bautismo por inmersión en una piscina profunda con varios escalones. «El Bautismo era un momento tan importante que se construyeron baptisterios anexos a las iglesias. Se abrían solo en Pascua y otros pocos días al año. Arquitectónicamente eran un elemento vinculado a las principales iglesias, sobre todo a la catedral y a las iglesias que hoy llamaríamos parroquiales, o a algún monasterio».
En cuanto a los impulsores de las construcciones, «en la mayor parte de los casos la iniciativa la tomaban los obispos, aunque al inicio son los emperadores los que corren con la financiación y el mantenimiento». Solo más tarde, ya en el siglo VI, «hay nobles y aristócratas con medios que construyen iglesias para ser enterrados en ellas. Así se empiezan a construir templos fuera de las grandes ciudades, muchos de ellos como custodios de reliquias de mártires y de santos». Eso hizo que, sobre todo a partir del siglo VI, «las iglesias se multiplicasen en el campo y en todo tipo de asentamientos», dando pie a la estructura física sobre la que se levantaría después la cristiandad.
Alexandra Chavarría
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