Así se labran un futuro Armel, Karim y Suli
El huerto Hermana Tierra de los capuchinos ofrece a jóvenes migrantes un contrato laboral y así nuevas oportunidades
No es un día de mucho calor, pero el sol se nota. Suleiman sonríe apurado al pensar en cuando apriete de verdad. Este joven es el último de los contratados en el huerto Hermana Tierra que Sercade (Servicio Capuchino para el Desarrollo y la Solidaridad) explota en el convento de los capuchinos de El Pardo (Madrid). Es increíble cómo Suli –así lo llaman–, 19 años, natural de Guinea Cronaki, resume en dos minutos su periplo de tres años por África para dar el salto a España en patera.
Junto a él, azada en mano, está Armel, de Camerún, que a sus 27 años y con un hijo en su país sueña con volver algún día «con mi familia». Armel disfruta trabajando al aire libre, y además está aprendiendo los entresijos del cultivo ecológico. «Aquí no usamos productos químicos», por eso «aprendemos a manejar los biológicos», a regar con gotero y economizar agua, a vigilar las plantas más de cerca para prevenir los hongos y los insectos de forma natural, sin herbicidas o insecticidas… Incluso los plásticos con los que protegen los cultivos son biodegradables, de fécula de patata y maíz y con colorante natural.
Armel, Suli y Karim —ahora de vacaciones—, aprenden y trabajan bajo la supervisión de Óscar, el agricultor jefe desde hace cuatro años. En Hermana Tierra, al ser cien por cien cultivo natural, «el trabajo es mayor», pero el proyecto «también es muy motivador para mí porque aúna la parte social y medioambiental» en un sector, el de la agricultura ecológica, relativamente nuevo. «Los chicos aprenden rápido, son hábiles y ágiles; tienen ganas y fuerza», explica Óscar. Inmaculada Martínez, la responsable, añade: «Son jóvenes que vienen a trabajar. Aprovechan muy bien las oportunidades porque tienen claro a qué vienen».
El huerto Hermana Tierra se recuperó en 2015 como respuesta de la obra social de los capuchinos a esa situación de desprotección en la que se quedan los menores migrantes no acompañados en nuestro país cuando cumplen los 18 años. «En el tránsito hacia la vida autónoma, lo que falla siempre es la formación y el empleo», explica Martínez, así que fijaron su vista en esa hectárea y media de tierra que por aquel entonces llevaba 20 años abandonada. «Teníamos una mina de oro; qué mejor manera de ofrecer esa formación y empleo a los chicos que acompañamos». En Hermana Tierra se une así el cuidado «de este trocito de creación» con el de unos jóvenes «muy dañados, con muchos problemas, con un recorrido de mucho sufrimiento físico y emocional». Lo resume uno de los extrabajadores de la huerta, que había llegado a España tras 14 días en el mar: «Cada ola me parecía la última».
Hermana Tierra produce 20 toneladas al año de verduras, hortalizas y frutas. Se pueden comprar a través de la web y también en el mercado de los domingos. De esta forma se puede aprovechar para admirar, en el templo, el Cristo yacente de Gregorio Hernández, que talló en 1605 por encargo de Felipe III para celebrar el nacimiento de su hijo, Felipe IV.
En 1614 el rey donó la talla al convento, que precisamente había fundado él dos años antes en esa zona de Madrid que tan bien conocía por sus batidas de caza.