Así se convirtió Nikola Djukic: de gastar 150 € en heroína al día a rezar de rodillas delante de un disco blanco
Nikola Djukic conoció la Comunidad del Cenáculo por un amigo heroinómano que lo acogió después de escapar de casa para evitar que su padre le pegara cuatro tiros. Nunca había oído hablar de Dios y para él fue «un shock ver a 80 tíos arrodillados delante de un disco blanco rezando el rosario. Allí me empecé a encontrar» con el Señor
De pronto, el padre de Nikola abandonó la estancia. Fue a por la pistola que guardaba en su habitación dispuesto a matar a su único hijo. «Yo estaba enganchado a la heroína. Muchos de mis amigos habían muerto por esta adicción, así que mi padre decidió acabar definitivamente con el sufrimiento al que estaba sometiendo a mi familia», asegura Nikola Djukic durante una entrevista con Alfa y Omega.
Pero cuando su progenitor abandonó la habitación, Nikola aprovechó para escapar a la carrera, entre la nieve, a pesar de que se encontraba descalzo. Entonces, empezó un viaje a lo desconocido, hasta el punto de que en él se encontró con un Dios del que su familia comunista nunca le había hablado y a quien al principio llamaba el disco blanco.
150 € de heroína
«Yo nací en Serbia. Vengo de una familia totalmente estructurada cuyo único problema era que no estaba Dios». De familia comunista, Djukic no escuchó ni una sola palabra sobre religión hasta unas horas después del incidente de la pistola.
La infancia de Nikola transcurrió feliz. Con unos padres todavía muy jóvenes, «pasaba mucho tiempo con los abuelos y ellos me dejaban un poquito más de margen. Si todos mis amigos tenían que volver a las 21:00, a mí me dejaban hasta las 21:30 horas», reconoce.
De esta forma, el joven cosechó nuevas amistades junto a las que conoció el mundo de la noche. «Siempre he sido un tipo grande y con 13 años me movía con chicos de 16 o 17». Sus aventuras le servía para jactarse delante de sus compañeros, que el lunes volvían a clase hablando de la excursión familiar que habían hecho durante el fin de semana y «yo les contaba que había ido a una discoteca».
El problema era que, en el fondo, «mi edad me hacía todavía estar lleno de miedos e inseguridades». Fue entonces cuando Nikola probó el alcohol y los porros. «Me sentaban fenomenal. Yo creía que era justo lo que necesitaba para enfrentar mis miedos. Pero la droga es una mentira. Te parece que vuelas, pero te vas al fondo. Te parece que eres libre, pero en realidad te estás convirtiendo en un esclavo», asegura.
En su caso, pasó de gastarse 10 euros cada fin de semana «para pasármelo bien» a necesitar «120 o 150 euros para comprar y pincharme heroína. Estaba dispuesto a hacer todo para conseguir ese dinero, así que prácticamente me convertí en un delincuente. Incluso le robé todas las joyas a mi madre».
Al principio, «mis padres no se dieron cuenta porque yo era un especialista en máscaras, pero cuando ya no lo pude ocultar por más tiempo, me intentaron ayudar, sin éxito, de todas las maneras posibles», rememora Djukic con nostalgia.
Fue entonces cuando ocurrió el suceso de la pistola. «En la actualidad, yo soy padre y no me puedo imaginar el punto de desesperación al que tuvo que llegar mi padre para intentar matarme», reflexiona Nikola con la perspectiva de los años. Sin embargo, cree que este duro episodio «me salvó la vida».
«Si existes, ayúdame»
El joven huyó a la carrera descalzo entre la nieve y se refugió en casa de un amigo. Pensó dejar pasar algún tiempo, ir sobreviviendo en casa de algunos compañeros y después volver a casa. Pero a cada llamada, en su hogar contestaban cortando la línea y se convenció definitivamente de que había dejado de existir para ellos.
Poco a poco, los amigos dejaron de ayudarle y «empecé a hacer de todo, incluso a traficar con droga, para poder drogarme yo». Los problemas se multiplicaron y «con 23 años no empecé a plantearme si me suicidaba o no, sino cómo lo iba a hacer», confiesa.
Justo entonces Dios acudió en su auxilio con sorprendente inmediatez. «Una noche estaba llegando a casa cuando vi un coche en la puerta, con dos personas, que me estaba esperando. Tuve que volver a escapar, pero ya no tenía más fuerzas y pensé: “Dios mío, si existe, ayúdame, yo no puedo más”». Tan solo media hora después, Nikola se encontró con un amigo, también drogadicto, mientras deambulaba por la ciudad, y este le llevó a su casa y le habló de la Comunidad del Cenáculo, fundada en 1983 por la religiosa madre Elvira y que contaba con una de sus casas en Medjugorje. «Me dijo que me darían alojamiento, comida y que podía estar todo el tiempo que quisiera. Me advirtió que había que trabajar y rezar un poco, pero que todo era gratis».
Djukic no se dio cuenta entonces, pero «hoy estoy convencido de que Dios se sirvió de aquel amigo drogadicto para salvarme la vida».
Comunidad del Cenáculo
Nikola Djukic completó los 600 km. que le separaban de la comunidad en tres días y en la misma puerta, al primer chico que se encontró, le contó entre lágrimas su historia. «Yo había sido educado en la reciedumbre balcánica de que los hombres no lloran, pero en ese momento, se me cayeron de golpe todas las máscaras y literalmente no pude contenerme».
A pesar de que había un proceso para ingresar de algunas semanas, y varias condiciones, el joven serbio consiguió entrar en la comunidad de inmediato debido a la desesperación de su situación. Y nada más ingresar le colocaron un ángel de la guarda que no se separaba de él en ningún momento del día y de la noche. «El primer milagro que experimenté en la comunidad fue que no terminé matando a aquel chico», afirma con sorna Djukic.
Una vez dentro, al nuevo miembro le contaron el estilo de vida del grupo. Se rezan tres rosarios diarios, hay que vivir en comunidad y hay unas normas muy estrictas: no se fuma, no se bebe, no hay televisión, no hay internet, no puedes llamar a casa, no puedes salir cuando quieras… «Me dijeron que había que rezar. Yo les dije que no me interesaba y no me pusieron ningún problema. Al levantarnos, todo el mundo se iba a rezar a la capilla, calentitos, y mi ángel de la guarda y yo debíamos salir a fuera, con un frío increíble, a trabajar. Aguanté solo 10 minutos y pedí que me dejaran pasar aunque solo fuera para entrar en calor».
Para alguien que había sido educado en el comunismo, con un padre que ni siquiera estaba bautizado, entrar en la capilla y «ver a 80 tíos arrodillados delante de un disco blanco, rezando el rosario: «“Dios te salve María, llena eres de gracia…” fue un shock. Yo nunca había escuchado una oración y la escena me dio auténtico miedo», confiesa.
Al principio, «pensé que estaban todos locos, pero había una cosa que no podía negar: estaban felices y tenían una sonrisa de oreja a oreja», subraya Djukic al mismo tiempo que reconoce que él, entonces, «no recordaba la última vez que había sonreído. Lo que más me impresionó es que tenían luz en los ojos. Yo estaba acostumbrado a estar con gente que tenía oscuridad en la mirada».
Así, Nikola escuchó hablar por primera vez de Dios, «me empecé a encontrar con Él, de rodillas delante de aquel disco blanco». Lo curioso es que después de pasarse media hora en la capilla, «salía con una energía como en mi vida. Los problemas seguían existiendo, pero cada vez tenía un pelín más ganas de vivir, y poco a poco me empiezo a plantear la existencia de Dios».
En su proceso, le impactaba especialmente el Evangelio. «Escuchaba decir a Jesús que no había venido aquí por los sanos, sino por los enfermos, es decir por mí. Entonces, empiezo a sentir su amor y a creer en su palabra. No fue una conversión fulminante. No me caí del caballo como san Pablo. No. Fue poco a poco», concluye.
La historia de Nikola Djukic todavía se sigue escribiendo. De Medjugorje pasó a otra casa de la Comunidad del Cenáculo en Rusia, donde experimentó de forma concreta la providencia de Dios, y después de conocer y casarse con Irene de Ramiro, recomenzó su vida en Madrid. En la actualidad, la pareja está esperando su tercer hijo y todavía siguen vinculados a Medjugorje, a donde llevan anualmente a cientos de peregrinos.