«Siempre he intentado superarme, hacerlo lo mejor posible»: habla Rafael Nadal. Con decir su nombre es suficiente en cualquier parte del mundo. Ahí lo tienen, emocionado hasta las lágrimas mientras suena en su honor el himno nacional de España, tras lograr por octava vez el Roland Garros, en París. Hay otros jóvenes, además de los del botellón, o de los cafres disfrazados de universitarios; jóvenes españoles para los que esfuerzo, sacrificio, tesón, ejemplaridad, pasión por su trabajo bien hecho, no son solamente palabras. Ha sabido sufrir, y dice que, cuando ha tenido que estar parado, ha tenido la suerte de «tener la familia alrededor, que es muy importante». Feliz como un niño, se ha ido a Disneylandia para celebrar su éxito, y allí ha dicho: «Para estar arriba, hay que competir todo el año». El embajador norteamericano en Madrid, al despedirse de su cargo en España, ha dicho que «el mayor problema de España es que no tiene confianza en sí misma». A Rafael Nadal le ocurre todo lo contrario. Así da gusto.