Ascensión - Alfa y Omega

Estaba tirada en el suelo en medio de una calle por la que no pasaba un alma. La vimos Inés y yo desde el coche mientras intentaba vanamente alcanzar una valla para poder levantarse. Aparcamos donde pudimos y salimos las dos corriendo, como una exhalación, a socorrerla. Dos parejas más de edades dispares —unos jóvenes y otros de mediana edad— hicieron lo propio y allí, los seis, la levantamos con infinito cuidado y cariño. Pertrechada con unas deportivas de caminar, Ascensión tiene 90 años —«casi 91, pero todavía no, hija, no me eches más años»— se había tropezado con una de las habituales baldosas levantadas del suelo. Con el corazón que casi se le salía del pecho del susto, pero más tranquila con nosotros alrededor, nos dijo que no había nadie a quien avisar de su caída, que vivía sola, que «hija, venía de dar mi paseo de cada mañana y me he dado cuenta de que iba demasiado rápido y me he tropezado, pero es que no quería que me lloviese e iba pensando en lo que iba a echar hoy de comer». No supimos más de su vida. Si realmente no tenía a nadie a quién llamar para que fuese a por ella al hospital o si no quería preocupar a sus seres queridos. Lo que no hicimos fue dejarla sola. Al menos unas horas.