Arzobispo electo de Tegucigalpa: «Dar solo alimentos a los migrantes queda incompleto»
El valenciano José Vicente Nácher Tatay ha sido párroco simultáneamente de zonas pobres y ricas, y ha compartido su vida con comunidades indígenas hondureñas
«Yo no soy más que un párroco», asegura el español José Vicente Nácher Tatay, aún impresionado ante la perspectiva de convertirse en arzobispo de Tegucigalpa (Honduras). Miembro de la Congregación de la Misión (padres paúles) será ordenado y tomará posesión el 25 de marzo.
«He sentido que es el Señor el que lleva la Iglesia y siempre nos sorprende y supera. Él nos llama», y «no se trata de juzgar» sus decisiones «sino de obedecerle». Sabe que tendrá tribulaciones, pero «no me planteo más que este día. Sé que muchas personas están orando por mí». Le acompaña además haberse encomendado a san Miguel Arcángel y a la Virgen de Suyapa, patrona del país. Acaban de cumplirse los 275 años de su hallazgo con un Año Jubilar Mariano.
Sustituirá al cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Ante la extrañeza de que él, misionero, reemplace a un arzobispo local, responde que «forma parte de nuestra vida en la Iglesia», como que «alguien de Tegucigalpa ahora esté en España. Es bastante natural y lo va a ser cada vez más». De hecho, en Honduras los obispos «son de varias nacionalidades y siento que lo común es el amor a Honduras. No estamos aquí para representar a nadie de allí sino para servir a la Iglesia».
Una JMJ «poco a poco»
Para él, esto enlaza con la realidad migratoria de la región. «Toda América Central sigue viviendo una situación muy precaria y la gente siente que tiene pocas expectativas» de futuro si se quedan en el país. Pastoralmente, «es un tema que deberíamos analizar desde los dos lados de la frontera», subraya. Por ejemplo, «habría que analizar» si con los migrantes «viaja esa riqueza» de la fe, y si va a encontrar correspondencia en las comunidades que los acogen.
«No solamente se les pueden dar alimentos, eso queda incompleto» si no se puede «compartir la misma esperanza» en la fe. «Igual que todos expresan que en las JMJ» el principal punto fuerte «es el encuentro con personas diferentes pero con una misma fe», esta misma experiencia «se da poco a poco con las personas que migran y también es una riqueza que explotar».
Campo y ciudad
Nacido en 1964 en Valencia, se licenció en Sociología por la Universidad de Alicante. Posteriormente cursó estudios de Filosofía y Teología en el seminario mayor de la Congregación de la Misión de Barcelona y en la Facultad de Teología de Cataluña. Llegó a Honduras en 2000, enviado por su congregación, aunque «ya había venido antes para tiempos breves de misión».
Hasta 2006 y desde 2016 hasta la actualidad estuvo en San Pedro Sula. En este momento, además de superior de la región, era párroco en el barrio de Suyapa. Se trata de «parroquias muy extensas». En la suya, por ejemplo, había zonas de clase alta, media, baja e incluso un área rural de 17 aldeas en la montaña.
Cada zona, al estar muy alejadas unas de otras, cuenta con su capilla y está atendidas sobre todo por delegados de la Palabra que funcionan de forma «hasta cierto punto autónoma». Tiene que ser así, porque en el país «la media es de un sacerdote por 20.000 habitantes». Curiosamente, las más lejanas son las que «más sienten la comunión». Además, «se promueve la solidaridad interna, con una colecta mensual extraordinaria y una campaña navideña» que solo es posible gracias a los feligreses de los barrios más pudientes.
Una parroquia como Madrid
Bastante diferente fue el tiempo que pasó como vicario y párroco en la región de La Mosquitia, zona indígena fronteriza con Nicaragua donde predomina el pueblo misquito. «Había que visitar hasta 70 aldeas, éramos cuatro sacerdotes para más de 100.000 personas y una extensión geográfica como la de la provincia de Madrid».
El nombramiento de Nácher para Tegucigalpa se produjo en plena polémica por las críticas del cardenal Gerhard Ludwig Müller a la influencia latinoamericana en la reforma de la Curia llevada a cabo por Francisco, y a cuyo frente ha estado precisamente el cardenal Maradiaga. Su sucesor lamenta cómo en la sociedad actual seguir únicamente y siempre los mismos canales de información y a ciertos «influencers» que «se han autoproclamado juez, parte y jurado» hace que «dentro de la Iglesia nos vayamos separando». Él intenta mantenerse alejado de estas polémicas. «Mi fe es en Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo y en la Iglesia una, santa, católica y apostólica».
«Es verdad», reconoce, que en la Iglesia en América Latina «sí hay una cierta identidad como región por la facilidad de la lengua. Es algo que creo que es muy enriquecedor» y que se expresa en la labor de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) o del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC). Esto es importante, «más allá de los grandes documentos, por lo que significa de encuentro», que permite trabajar mejor.
Sus feligreses vivían aislados y se desplazaban «por lagunas o ríos». Además, «en algunas partes había dificultades por la invasión de personas externas para ganarles la tierra». Fue «un buen aprendizaje como sacerdote y cristiano porque tienes que agradecer cada día. Teníamos pocas comodidades materiales pero estaba muy tranquilo», con la certeza de que «lo que estaba haciendo era la voluntad de Dios».
El carisma paúl
En su nuevo ministerio, le vendrán muy bien los dos pilares de su carisma, «la atención a los pobres y el cuidado prioritario a los sacerdotes». 80 ya son hondureños, mientras que al tomar posesión el cardenal Maradiaga hace 30 años, eran doce. Además, san Vicente de Paúl «fue capaz de relacionarse y comunicarse con todos, siempre con el fin de la construcción del reino de Dios».
Tegucigalpa cuenta con 31 seminaristas, que se forman con otro centenar del resto del país en el seminario mayor Virgen de Suyapa. «Son bastantes, relativamente»; pero las necesidades son mayores. «Aún son muchos los espacios donde» si hubiera más manos «se podría pensar en nuevas parroquias o en fortalecer la presencia».
Por otro lado, una vez asentado cree que tendrá que plantear revisar el plan pastoral que salió del sínodo diocesano del año 2013. Uno de los sectores prioritarios de la Iglesia son los niños y jóvenes de hasta 25 años, que suponen más de la mitad de la población. «Gracias a Dios está muy bien organizada y es dinámica».