Arzobispo de París: «Que Notre Dame sea fiel a lo que es, o perderá su alma» - Alfa y Omega

Arzobispo de París: «Que Notre Dame sea fiel a lo que es, o perderá su alma»

«¿Qué catedral para el siglo XXI?», se ha preguntado el arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit, en una tribuna publicada en el diario católico La Croix con motivo del primer aniversario del incendio que arrasó la iglesia madre de la capital francesa. «La que siempre ha sido», un templo «para la alabanza a Dios y la salvación de los hombres»

Redacción
Foto: AFP/Thomas Coex

Hace exactamente un año desde que las imágenes de la catedral de Notre Dame, en París, envuelta en llamas hicieron contener la respiración a gran parte del mundo durante horas, hasta que se constató que el icónico templo no quedaría totalmente destruido. Doce meses después, cuando los trabajos de reconstrucción siguen parados por la pandemia de COVID-19, el arzobispo de la ciudad, monseñor Michel Aupetit, ha reivindicado el papel de este templo para reconstruir, con él, el sentido de la ciudad.

En una tribuna publicada en el periódico católico La Croix, el arzobispo defiende que es necesario «recuperar el sentido de la ciudad, para saber que no somos individuos aislados, reclamantes insaciables de derechos, sino un pueblo llamado a la comunión». Pero esta fraternidad se logrará «solo en la conciencia de servir más alto» que uno mismo.

«La catedral de Notre Dame es una embarcación que abarca los siglos —asegura en su escrito—. Recoge el recuerdo de nuestros padres, vuelve nuestros ojos a la esperanza del Reino» y los aleja de la tentación de quedarse en lo inmanente. Frente a la «ideología de un progresismo que corre frenéticamente hacia la nada (…) la flecha de piedra erigida en el corazón de la ciudad nos recuerda que el hombre está hecho para Dios. Levanta corazones a las realidades de Arriba y unifica la ciudad. Es su cumbre y la puerta al cielo».

Un solo cuerpo al servicio del misterio

En la Edad Media, recuerda el arzobispo de París, la gente era ajena al concepto del «arte por el arte. Trabajó durante siglos y para el Señor, en alegre abnegación, en la alegría de los siervos inútiles. No firmó sus obras en la voluntad narcisista de imprimir su nombre», sino que tenía la certeza de ser parte de «un cuerpo al servicio del mismo misterio», aunque cada artista aportaba su sensibilidad y genio propios.

En una catedral, por tanto, se aúnan la comunión de los hombres entre sí, con Dios. Y también una llamada a entrar en lo íntimo de la propia alma, «en busca del sentido último de tu vida». Es buena y necesaria esta búsqueda, pues «solo aquellos que están perdidos pueden ser encontrados. Solo aquellos que tienen hambre pueden quedar satisfechos». En efecto, «la catedral es también la casa del pan».

«Occidente está tan obsesionado con el “yo” y aterrorizado por su fin –prosigue monseñor Aupetit– que ha olvidado el sabor de ser libre. La catedral se erige en la ciudad como el misterio de la Cruz para que el hombre comprenda que los caminos de la tierra son los caminos del cielo y que a través de la noche de la tumba está hecho para la luz de la vida. (…) Si Cristo nos liberó, es para que seamos verdaderamente libres». De esta forma, «la existencia ya no es una carrera frenética contra la muerte ganadora, sino un llamado a vivir con la esperanza que permanece todos los días».

Más que una manifestación cultural

Una catedral es, reconoce el prelado, «un lugar de cultura abierto a lo universal, más allá de la pertenencia específica a una comunidad», pues su esplendor y belleza atrae a muchos. Pero «la cultura no es en absoluto un baluarte contra la barbarie», como demuestra el hecho de que grandes asesinos e ideólogos tuvieran la mejor formación intelectual.

Por eso la catedral «es infinitamente más» que una manifestación meramente cultural. «Es principalmente un lugar de culto», subraya Aupetit. Y en torno a ella y al obispo que en ella tiene su sede se constituye «una unidad que nos constituye como pueblo recordando nuestra vocación común a la gloria del Cielo», y lejos del turismo de masas y del imperio del consumo.

«La iglesia madre de la ciudad nos eleva a través de Cristo a la gloria del Padre, en la unidad del Espíritu –continúa el artículo–. Habla a los corazones de los creyentes como no creyentes, todos al borde del mismo misterio, todos abrumados por el esplendor de la belleza. La fe solo se guarda al buscarla siempre, la incredulidad debe dejarse cuestionar por la sed de significado que constituye el deseo del hombre».

¿Qué catedral para el siglo XXI?, concluye monseñor Aupetit, volviendo a la pregunta que da título a su tribuna. Y responde: «La que siempre ha sido», la que fue construida para «la alabanza a Dios y la salvación de los hombres. Deja que se mantenga fiel a lo que es, o perderá su alma. Que sea el misterioso templo de la presencia del Señor que invite a todos a la peregrinación. Que el hombre venga y busque el Rostro de Dios allí, «sin dinero y sin pagar nada». Deja que venga y lo obtenga, gratis, en la fuente de la Vida».