Arnaldo Pangrazzi: «Hay una invasión de miedo que nos hace menos sabios»
Este experto en pastoral de la salud asegura, ante la Jornada Mundial del Enfermo, que «vivimos en una sociedad con carencias en el alma», aunque «es la adversidad la que despierta las virtudes que la prosperidad ha matado»
La pandemia casi ha convertido la muerte y la enfermedad en un tema de conversación recurrente. ¿Esto es bueno o malo?
La pandemia ha supuesto un baño de humildad para el mundo. De repente, nos hemos topado de bruces con la impotencia humana. Todos nos podemos infectar. Pasa lo mismo con el cáncer o con un infarto. La única diferencia es que, en este momento, todo el mundo está impactado. Reflexionar sobre la fragilidad humana es bueno. La muerte nos invita a vivir la vida con más intensidad.
¿Qué importancia tiene dedicar un día a los enfermos?
No es una fiesta, porque queremos estar sanos, pero destaca la importancia del sufrimiento. Los que nos dedicamos a esto no somos masoquistas, pero sí vemos en el dolor un sentido. La enfermedad –que irrumpe como una desgracia– puede ser después una gracia que abre la puerta a hacer un viaje interior. Ahora prevalecen las opciones en las que se tiende a acelerar la muerte para no tener problemas. Por eso la Iglesia ha desarrollado músculo en temas éticos que defienden la vida por encima de todo.
Las redes sociales muestran solo imágenes de felicidad, como si el dolor no fuera inherente al hombre. ¿Somos una sociedad infantil?
Los niños manejan el dolor mejor que los adultos. Basta darse un paseo por las plantas de oncología pediátrica. Pero como sociedad nos hemos convencido de que es importante acumular bienes materiales: el placer, la comodidad, el bienestar… Como si ser feliz fuera no tener problemas. No se puede vivir sin sufrir.
¿Qué ha aprendido de su experiencia con enfermos terminales?
Me iluminan y me inspiran. Tienen una luz en los ojos que no he visto en los sanos. Pronuncian frases y reflexiones sabias. En general, nos resulta más fácil lidiar con el dolor físico que con otras dolencias, como el dolor psicológico que producen las pérdidas, la falta de confianza en uno mismo… o el dolor espiritual. Hoy la depresión es la segunda patología más extendida en el mundo. E irá siempre a más. Vivimos en una sociedad con muchas carencias en el alma. No sabemos cómo transitar por las penurias. Pero es la adversidad la que despierta en los hombres las virtudes que la prosperidad ha matado.
¿Se necesita entrenamiento para la compasión?
Claro. La buena voluntad por sí misma no es suficiente. De hecho, puede hacer mucho daño. Podemos ofender por ejemplo a una persona con depresión si la invitamos a dar un paseo y disfrutar del sol. Hay que acercarse al dolor siempre con humildad, de puntillas. Porque no somos los protagonistas, somos solo personas que aprenden de los enfermos, que son nuestros formadores. La clave está en la escucha.
La muerte es un tabú. No sabemos ni si quiera cómo plantearla a los niños.
No es una tarea fácil asumir la pérdida o hablar de ello. El problema es que, si hoy una maestra invita a los niños a pintar algo sobre la muerte, los padres casi seguro que van a denunciarla porque les ha causado un trauma. Hay una invasión excesiva de miedo y esto nos hace menos sabios.
¿Qué quiere decir?
El miedo nos humaniza, pero demasiado miedo nos paraliza. Hoy estamos anestesiados por el miedo. Es peligroso, porque no sabemos manejar los sentimientos: los miedos, la tristeza, la frustración, la culpa, la vergüenza… tendemos a silenciarlos como si solo fuera lícito sentir alegría. Y entonces llegan los problemas. Sentimos rabia y pegamos a alguien. Sentimos culpa y nos emborrachamos o nos drogamos. Son reacciones inmaduras ante las dificultades. Creo que las escuelas deberían enseñarnos desde niños a manejar lo que sentimos. Yo siempre digo: «No reces por una vida fácil y serena, reza para tener fuerza para afrontar lo que venga».
Ha trabajado con personas que han tenido que afrontar un duelo por el suicidio de un ser querido. Esta plaga se extiende de forma silenciosa.
Es preocupante. Hay niños de 12 años que sienten cólera y se quitan la vida de forma impulsiva porque su padre les ha castigado sin teléfono. A la sombra del suicidio hay situaciones de pérdidas y también pueden esconderse trastornos afectivos, fracasos, frustración… Pero creo firmemente que todos los suicidas, si pudieran volver, lo harían. Quienes se matan son impacientes; explotan y quieren únicamente sepultar el dolor.
En 1977 fundó en Estados Unidos un grupo de ayuda para familiares de personas que se suicidaron. Actualmente es profesor de Pastoral de la Salud en el Camillianum, centro de teología pastoral sanitaria de Roma. También acompaña a enfermos terminales y da conferencias por todo el mundo sobre la muerte y el duelo. Este jueves participa en un webinar organizado por el Vaticano en el marco de la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra este viernes, 11 de febrero.