Armand Puig i Tàrrech: «No podemos tener centros universitarios de segunda»
El rector del Ateneu Sant Pacià de Barcelona acaba de ser nombrado presidente de la Agencia de la Santa Sede para la Evaluación y Promoción de la Calidad de las Universidades y Facultades Eclesiásticas (AVEPRO)
¿Cómo ha recibido el nombramiento?
No me lo esperaba. Tenía un año por delante para terminar mi tercer mandato como rector del Ateneu Universitari Sant Pacià. En mayo me llamó la Secretaría de Estado del Vaticano para comunicármelo. Agradezco la confianza al Santo Padre. Fui el decano presidente de la Facultad de Teología de Barcelona durante nueve años y rector durante ocho. He tenido muchos contactos internacionales con biblistas y me he movido mucho en congresos. Pondré toda mi experiencia al servicio de mi nueva labor. Pero lo que se me propone es un cargo a nivel mundial y me da cierto temblor. Existen varios cientos de centros universitarios católicos y de naturaleza eclesiástica en el mundo. Es una realidad muy amplia, con millones de alumnos, que cubre los cinco continentes y que se mueve en situaciones muy distintas desde el punto de vista cultural e histórico. La primera tarea será comprender esta realidad.
¿Cuál será su papel?
La atención a la calidad es primordial. No podemos tener centros universitarios católicos, eclesiásticos o pontificios de segunda división. Hay que mantener un nivel alto para que sea comparable al nivel de las otras instituciones universitarias, ya sean privadas o públicas. En segundo lugar, tenemos que entrar en los circuitos universitarios donde se cuecen las acreditaciones de profesores. Esto es fundamental para presentar proyectos de investigación en organismos y administraciones públicas y obtener ayudas que los respalden. No podemos vivir encerrados en nuestro pequeño mundo, sino que tenemos que ser colaboradores de las universidades civiles de nuestro ámbito. Por último, no podemos dejar que el mundo se configure al margen de las facultades eclesiásticas: hay que ayudar a crear los nuevos paradigmas de pensamiento.
¿Cuáles son los criterios de calidad válidos a nivel internacional?
La calidad se demuestra ante todo por el conocimiento y la capacidad docente para proponerlo. Cada aula no puede ser una isla, sino una península que conecte lo que se dice allí con el mundo y con los procesos culturales y de pensamiento que se dan en el mundo. Por otro lado, la calidad no es una cuestión individual, sino colectiva. Una universidad católica no podrá ser de calidad si se reduce a una suma de grandes individualidades sin capacidad de articular proyectos y de asumir responsabilidades compartidas. El campo de la investigación es, en último término, la meta fecunda de toda institución académica.
¿Qué problemas tienen las universidades y facultades eclesiásticas?
Un primer problema es la multiocupación de los profesores. Es importante que el profesor no sea exclusivamente un hombre de la mesita de noche. Están la oración y la acción. Y al lado la investigación. Las tres cosas juntas. En segundo lugar, las estructuras de nuestros centros de investigación son a veces frágiles porque nos faltan recursos. Luego está el número de alumnos. Las ciencias eclesiásticas son ciencias de tipo humanístico y, en estos momentos, estas disciplinas enfrentan una dificultad porque todo se lo comen la tecnología y la ciencia aplicada. También creo que nos ayudamos demasiado poco entre nosotros. No somos unas universidades que tengan que competir las unas contra las otras, sino que las más potentes se deben hacer cargo de los problemas de las que lo son menos. Hay que ser conscientes de que no estamos navegando solos, sino que esto es una gran flota.
¿Tiene alguna estrategia para mejorar esta red?
La estrategia es la palabra amable, propositiva y que suscite reacciones. No tengo un mandato ejecutivo para ejecutar cosas, sino para promoverlas.
Ha quedado claro que el profesorado es una figura crucial. ¿Pero qué hay de los medios, de la financiación?
Las Iglesias locales deben tomar conciencia de que la universidad católica es una realidad que pertenece a la pastoral. No es un sector aislado de la tarea central de la Iglesia, que es el Evangelio, sino que hace esto, pero en la cultura y en la educación.
Pero esto depende un poco de la sensibilidad de cada obispo, ¿no?
Por esta razón el obispo no puede dejar a estas universidades como árboles aislados para que vayan creciendo como puedan. Tiene que integrarlas en su acción pastoral. La formación intelectual de los seminaristas se realiza en universidades o facultades eclesiásticas y, solo por esta razón, ya tendríamos que darles un apoyo casi incondicional.
Trabajará de la mano con el Dicasterio para la Cultura y la Educación.
Tengo que estar en plena comunión y colaboración con el dicasterio. Mi trabajo será relativo a la verificación de la calidad, pero naturalmente las entidades eclesiásticas, todas ellas, dependen de la Santa Sede.