«Aquí hacen falta buenos samaritanos»
La hermana Azezet Kidane nació en Eritrea, es comboniana, y hace seis años llegó a Betania, en Israel. También es enfermera. Colabora con la ONG israelí Médicos por los Derechos Humanos. Los sábados, acompaña a los voluntarios que dedican su día libre a atender a la población de Cisjordania (Palestina) con una clínica móvil, en colaboración con los médicos locales. Y varias tardes trabaja en la clínica de la ONG en Tel Aviv, que atiende a parte del cuarto de millón de personas que, en Israel, no pueden acceder a la sanidad pública. Entre ellos hay inmigrantes, palestinos casados con israelíes y refugiados africanos.
Gracias a su origen africano, la religiosa logró que las mujeres refugiadas compartieran con ella los abusos que habían sufrido a manos de los traficantes en su viaje por el desierto. «Llegan traumatizadas. Han sufrido torturas y abusos sexuales», explica. Por ejemplo, una mujer «estuvo retenida cuatro meses, con una amiga. Fueron torturadas y violadas. Su amiga murió, y la dejaron días con el cadáver».
La hermana Azezet sigue ayudando a estas mujeres, junto con una psicóloga israelí, en Kuchinete, un albergue para refugiadas africanas. También ha aprovechado sus testimonios para denunciar públicamente a las mafias, lo que en 2012 le valió un reconocimiento de la Secretaría de Estado norteamericana. Por último, trabaja en una guardería para los hijos de los beduinos de los territorios palestinos y da formación sanitaria básica a sus madres.
Han sido para ella seis años muy intensos, que describe como «un continuo Año de la Misericordia. Nuestra labor es atender a los últimos de la sociedad, y ser un puente entre israelíes y palestinos». En la mayoría de los ámbitos donde trabaja, ella es la única cristiana. «Entre ellos, represento a la Iglesia, y mi presencia les llega mucho. En la ONG, les impresiona nuestro celibato y nuestra sencillez de vida. Cuando me preguntan de dónde sale nuestra serenidad teniendo tan poco, les digo que de Jesús». También entre los beduinos da testimonio. «Les digo: “Si no perdonas, no puedes entender lo que te pasa”. Y lo aprenden».
Al principio, la hermana confiesa que le impactó el odio entre judíos y palestinos. Con el tiempo ha podido comprobar que «tanto unos como otros sufren» con el conflicto. «En Tierra Santa, Jesús sigue muriendo y María sigue llorando. Hacen mucha falta buenos samaritanos que miren el rostro de las personas». Ella, curiosamente, no se considera uno de ellos.
Nacer hoy en Belén
Aunque los cristianos son minoría en Tierra Santa, la labor sanitaria que hace la Iglesia es ingente: desde la aportación personal de la hermana Azezet hasta los 13 hospitales, ocho residencias de ancianos, y 16 casas para niños abandonados, huérfanos o con discapacidad dirigidos por entidades cristianas. Los primeros hospitales se fundaron hace 900 años para atender a los peregrinos que llegaban enfermos tras un duro viaje. «En el siglo XIX, los países cristianos abrieron nuevos centros gestionados por religiosos. Estas instituciones siempre han servido a la población local, independientemente de su raza, religión o cultura», cuenta el padre Pietro Felet, secretario general de la Asamblea de Ordinarios de Tierra Santa. Él ha sido el organizador local de la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra hoy en Nazaret. Durante toda esta semana, una delegación del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud está recorriendo la región, y visitando algunos de estos centros.
El domingo, por ejemplo, estuvieron en el hospital Sagrada Familia, de Belén. Este centro fue construido en 1885 por las Hijas de la Caridad. Un siglo después, tras un cierre temporal por el conflicto árabe-israelí, la Orden de Malta se hizo cargo de él y lo transformó en una maternidad que hoy tiene 62 camas –18 de ellas de UCI pediátrica–. Desde entonces, han nacido allí 65.000 niños, el 75 % de los nacimientos del área de Belén. También se atienden casos –entre ellos la mayoría de los partos complicados– de la zona de Hebrón y de las aldeas palestinas cercanas a Jerusalén, explica la doctora Nihad Salsa, su directora médica. El hospital cuenta además con una clínica móvil que visita las aldeas más remotas. Pero la aportación del hospital no es solo sanitaria: el hecho de que sus 150 empleados sean palestinos implica que «generamos oportunidades de formación y empleo que ayudan a la gente de la zona».
No son ajenos a las dificultades de los territorios palestinos. En muchos casos, el centro tiene que asumir los costes, ya que las familias, que viven del turismo, no tienen ingresos. Por otro lado, «cuando tenemos que derivar a las parturientas a un hospital general, el traslado puede ser todo un desafío» por la presencia del muro que los separa de Israel, explica la doctora Salsa. Sin embargo, nada le quita la satisfacción de «traer niños al mundo en la misma ciudad donde nació el Rey de la paz y del amor. Este lugar necesita más amor y más paz».
Abi Ad, un niño de 28 años
También en Israel los niños encuentran el abrazo de la Iglesia, si nacen con problemas. La hija de la Caridad Katharina Fuchs, austriaca, es la superiora de la comunidad que dirige el hogar para niños discapacitados Sagrado Corazón, de Haifa, donde tres religiosas y 150 empleados atienden a 57 niños con discapacidades graves. El más mayor, Abi Ad, llegó con un año de vida y ya tiene 28. «Cuando crecen, no hay una buena alternativa para estas discapacidades tan graves, o los padres no quieren enviarlos a otro lugar».
La hija de la Caridad explica que el Ministerio de Asuntos Sociales israelí «funciona bien»: les deriva a los menores y cubre sus costes, «aunque a veces no es suficiente». Las hermanas les dan todo lo que pueden, pero sobre todo hacen algo que ninguna administración puede: «Amarlos». Y, a través de estos niños, «llegamos a toda la sociedad. Tenemos niños y empleados judíos, musulmanes, cristianos… y a todos les damos testimonio del amor de Dios por los pobres. Es nuestra forma de fomentar la comunicación interreligiosa. Intentamos crear un buen ambiente de trabajo, también en los momentos de más tensión política. Este testimonio es muy necesario».
Los cristianos que trabajan en el ámbito de la salud en Tierra Santa demuestran que, como afirma el Papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, «cada hospital o clínica» en esta región «puede ser un signo visible y un lugar que promueva la cultura del encuentro y de la paz», y en el que el sufrimiento y la ayuda compartidos «contribuyan a superar todo límite y división». Celebrar la Jornada precisamente en Tierra Santa, confía el Pontífice, ayudará a que el Año de la Misericordia «pueda favorecer el encuentro con el judaísmo, el islam y con las otras nobles tradiciones religiosas», como pedía en la bula de convocación del Jubileo.
Para acompañar la celebración en Nazaret, el Papa propone el lema Haced lo que Él os diga, y, como ejemplo, la figura de María en las bodas de Caná. Ella –afirma Francisco en el mensaje– es «la mujer atenta» que «descubre la dificultad, la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios». Al contrario, «le presenta el problema» a Jesús, que no rechaza su petición. «Cuánta esperanza nos da este acontecimiento».
Madre e hijo comparten unos «ojos vigilantes y compasivos» y «un corazón lleno de misericordia». Esta ternura «se hace presente también en la vida de muchas personas que se encuentran junto a los enfermos y saben comprender sus necesidades, aun las más ocultas, porque miran con ojos llenos de amor».
Hace falta que haya personas así –concluye el mensaje–, porque Jesús «quiere contar con la colaboración humana» para actuar en la vida de los enfermos.