«Aquí el ministerio de catequista existe hace ya tiempo»
25 fieles de Kanawat (Uganda) sacrifican tiempo trabajando en sus campos para atender pastoralmente a sus comunidades. El Día del Catequista Nativo y del IEME contribuye a su formación
La parroquia ugandesa de Kanawat, en la diócesis de Kotido (al noreste del país), «en España podrían ser 25», afirma el comboniano Longinos López. Es el número de capillas en las que se dividen sus 90.000 feligreses, separadas por 65 o 70 kilómetros de carreteras de tierra. López cuenta solo con otro compañero sacerdote, con un diácono que se ordenará en abril, y con su obispo, que «a veces nos echa una mano». Así, en cada capilla celebran la Eucaristía aproximadamente cada dos meses. Aprovechan la temporada seca para hacerse más presentes en las zonas alejadas, porque «cuando llueve hay una gran dificultad para moverse». De todo lo demás, se encargan los catequistas locales.
Ellos presiden la celebración de la Palabra, preparan los sacramentos y «visitan a la gente de los poblados de su zona», en un radio de cuatro o cinco kilómetros. El misionero español reconoce que son los que pueden conocer bien y acompañar a cada persona, con el extra de que lo hacen desde su propio idioma y cultura.
Además, cuando los misioneros intentan poner en marcha proyectos de desarrollo como la construcción de un pozo, ayudan a organizarlos sobre el terreno. Y no faltan veces en las que tienen que luchar contra la corrupción y otras injusticias. «Son la voz de la Iglesia y de la gente en cada sitio», y no les faltan disgustos. Pero «es gente muy sufrida, aguantan lo que les eches», alaba López. «Son piezas fundamentales» de la labor de la Iglesia.
Todo esto lo hacen personas voluntarias, invirtiendo un tiempo que pasarían en familia o trabajando el campo. La parroquia intenta compensarles con las colectas de los fieles varias veces al año y con una ayuda de la diócesis, que en buena parte viene del exterior. Por ejemplo, a través de lo recaudado en el Día del Catequista Nativo y del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME), que se celebra este jueves. También los combonianos están realizando su campaña anual a favor de los catequistas de sus misiones. Ambos fondos, además, financian su formación.
Años de preparación
Dada la importancia que tienen, su elección y preparación es clave. Los candidatos surgen sobre todo del consejo pastoral de cada capilla, que es el que anima la vida cristiana. Por lo general se busca a gente que tenga un mínimo nivel de estudios. Quienes no lo tienen pueden ser ayudantes. Aunque algunas mujeres han conseguido convertirse en «muy buenas catequistas» sin ni siquiera saber leer, gracias a que «tienen muy buena memoria y viven la fe con la gente».
El discernimiento continúa con tres o cuatro encuentros de un par de semanas en la sede de la diócesis, a lo largo de un año. La preparación más intensa se da los siguientes dos años, con varias estancias en el centro de formación de catequistas que Kotido comparte con la diócesis vecina. «Se hacen sobre todo durante la estación seca, cuando ellos tienen menos trabajo», explica López. Con las lluvias, hay que arar y sembrar.
Él se encarga luego de continuar su formación, con un encuentro mensual de tres o cuatro días. Incluye un retiro, tiempo para compartir, para revisar la vida de las comunidades y para programar el mes siguiente, y un día de formación. Los temas van desde cómo preparar a los catecúmenos a la elaboración de la homilía dominical, pasando por la atención pastoral a los padres de los niños de catequesis.
En Uganda, explica el comboniano, «existe desde hace ya tiempo» el ministerio laical de catequista que el Papa instituyó mediante el motu proprio Antiquum ministerium el 11 de mayo pasado y cuyo rito entró en vigor el 1 de enero. Tras el discernimiento y formación, el obispo los instituye como ministros catequistas en una celebración a la que se da mucha importancia en las parroquias, y les autoriza para distribuir la comunión, presidir la liturgia y bautizar en caso de necesidad.
«Oficializa lo que se vive»
También en la diócesis de San Gabriel de Cachoeira, en Brasil, «las comunidades fluviales perseveran en la fe por el constante cuidado y dedicación de sus catequistas», subraya la hermana Maria Aparecida Marques Fernandes, conocida como Cidinha. Además de lo litúrgico y la iniciación cristiana, «animan el trabajo comunitario, se ocupan de la capilla, ayudan a los enfermos, son consejeros» y «luchan por sus derechos».
Por eso, para la religiosa «la creación de este ministerio es muy importante, porque legitima, confirma y da sostenibilidad al servicio que asumen; oficializa lo que se vive en la práctica». Ser catequista «es una vocación en sí misma», llamada a «entrelazarse» y ayudar a la de los sacerdotes y las religiosas.
San Gabriel cuenta con una escuela de formación, donde los cristianos comprometidos que ha propuesto cada comunidad se forman durante 15 días en enero y julio, a lo largo de tres años. La formación continua sigue el mismo formato. El centro cuenta con 80 alumnos, de diez pueblos indígenas: tukano, yanomami, baré baniwa, piratapuia, werekena, arapaso, desano, tuyuca y tariano.
A este último pertenece Jacimara Penteado Brito Lima, maestra de profesión y coordinadora de pastoral en la comunidad de Nuestra Señora de Aparecida, de la parroquia del mismo nombre. Es la responsable de organizar la formación cristiana de unos 70 niños, adolescentes y jóvenes en seis etapas diferentes. También colabora en la liturgia y en el ajuri, o trabajo comunitario compartido por todos para el bien común. Hace 13 años, «me sentí tocada en el corazón» al escuchar que hacían falta más catequistas. A pesar de no tener experiencia, quería ayudar a la comunidad, y «abracé esta misión».
Confiesa que le encanta formarse, leer y preparar los materiales y dinámicas. Además de ir a los encuentros formativos de la diócesis, desde el año pasado estudia en la Escuela de Teología, con citas cada dos meses. En 2021, participó en la asamblea de la región Norte 1 de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, donde recibió con alegría la noticia de que las diócesis se comprometían a implantar el ministerio de catequista. Espera que, en breve, esta decisión se materialice en la adopción del nuevo rito, que sustituya a la celebración de envío que se hacía hasta ahora.
A Antonio González, secretario general del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) no le extraña que haya lugares, sobre todo en países de misión, donde la Iglesia ya cuente con los catequistas como ministros laicos y lo exprese mediante un rito. De hecho, en el motu proprio Antiquum ministerium, al instituirlo para la Iglesia universal, Francisco recordaba que ya en 1972 san Pablo VI no solo adaptó a ese momento eclesial los ministerios de lector y de acólito sino que afirmó que «además de los ministerios comunes a toda la Iglesia latina, nada impide que las conferencias episcopales pidan a la Sede Apostólica la institución de otros que crean necesarios o muy útiles». Y citaba los de exorcista y catequista.
«Como en algunos lugares, sobre todo de África», apunta González, este ministerio «ya lleva un camino recorrido, ahora se trata de institucionalizarlo» a nivel global. Es otra forma de avanzar hacia el lema del Día del Catequista Nativo y del IEME, que este año es La misión, tarea de todos, con la conciencia de que esta implicación de los catequistas es buena por sí misma y no solo como respuesta a un problema de falta de clero y religiosos. Esto permitirá también que «se generalice» también en el primer mundo, incluida España. Aunque según la Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos, la creación del ministerio no implica que deban recibirlo todos los implicados en la iniciación cristiana de niños o adultos. Tampoco quienes sirven solo en un movimiento.
Ser catequista, subraya el Papa en el motu proprio, es un servicio estable que se presta a la Iglesia local según las necesidades pastorales» y realizado «de manera laical». A él están llamados «hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana», implicados activamente en la vida de la Iglesia. El rito de institución evidencia el «fuerte valor vocacional» del ministerio, que «requiere el debido discernimiento por parte del obispo». Tras su publicación el 13 de diciembre en su edición típica en latín, cada conferencia episcopal tendrá que traducirlo. Deberá también establecer «los criterios normativos para acceder a él» y el itinerario de formación que seguir.