Spanish Beauty es la primera entrega de la que será la Trilogía de los países del Este, una novela policíaca, «negrísima», nos dicen –y así es–, que nos presenta a fogonazo limpio (más bien, sucio), un Benidorm estrangulado por toda una galería de malas compañías, personajes de baja estofa, mala cara y peor calaña, mafiosos ingleses y rusos millonarios que se deslizan, extorsionando y causando estragos, entre billares cutres de sótano y rascacielos a medio construir. Pero lo más desolador es que la protagonista es una policía corrupta, Michela McKay, que ni protege ni sirve, sino que se sirve de todo lo que tiene a su alcance profesional para intereses espurios y particulares.
Apenas acompañada de vez en cuando por el poli Vilches, que primero perdió la fe en la ley y después en el orden, se mueve y desenvuelve con soltura por su propio y único beneficio entre nuevos ricos, fiestas de madrugada, hoteles de segunda, secuestros en lancha y todo tipo de operaciones ilegales. Ella, la jefa mala de la ciudad, la jefaza con ínfulas de Clint Eastwood, parece tener como la gran misión y obsesión de su existencia el recuperar un mechero que perteneció a los Kray Twins, legendarios criminales del Londres de los 60. Pero a quien en verdad busca es a su padre, Kyle, del que sospechamos que está metido en algún follón bastante chungo. Ha desaparecido tras una pelea con un ruso pelirrojo, sin dejar rastro, o tal vez, en un bordillo del Club Náutico de Benidorm, queda una mancha oscura que podrían ser restos de sangre tras el cuerpo a cuerpo. En fin, que el asunto, sea como sea, tiene muy mala pinta.
Pero lo cierto, lo que de verdad cuenta, y duele, es que Kyle ha desaparecido antes de todo esto, mucho antes, de la vida de Michela McKay. En el vecindario, en el edificio colmena donde el británico se aloja, ni siquiera saben que tiene una hija; así se lo dice la vecina del apartamento de enfrente, con una frase despectiva que intuimos que se clava directamente como otro dardo más en el corazón roto de Michela, en su corazón de niña abandonada. Entre los recuerdos, salta otro, traumático, de hace mucho ya: el de la huida su madre, Laurana, que se marchó y los dejó a ella y a Kyle plantados con una escueta nota de despedida, mientras la Michela de 2 añitos se quedaba viendo La bola de cristal en una tele en blanco y negro. Es por eso, tal vez, que Michela siempre está enfadada y casi cada tarde de cada día de la semana se harta de todo el mundo y se autoexilia a la soledad de una roca cubierta de matorrales y plumones de gaviota.
La novela de Esther García Llovet plasma una sociedad de tipos tristes y de paraísos artificiales, de plástico barato y kitsch, de holograma pop venido a menos, donde el único atisbo de trascendencia está reducido sarcásticamente a un tatuaje de una medalla del Cristo del Gran Poder.
¿Hay alguna grieta por donde se cuele un rayito de luz entre tanta oscuridad? Algo así nos deja intuir la autora en ese mar siempre de fondo, en alguna sonrisa furtiva de esas que forman hoyuelo y recuperan la inocencia de un quinceañero o quitan 20 años de un plumazo a un anciano ingresado, solo, en la habitación de un hospital.
También hay una historia dentro de la historia que se repite dos veces, la de una lista de cinco deseos que se escriben sobre una servilleta que luego se prende y asciende como por arte de magia. Ahí los personajes miran al cielo, y la escena recuerda, en las dos ocasiones, a la secuencia mítica de la película American Beauty de la bolsa que se eleva mecida por el aire eléctrico que anuncia la tormenta. Son apenas unos segundos, pero es una tregua, al fin y al cabo, de belleza, de encuentro, de cielo, en medio de la soledad y el vacío.
Esther García Llovet
Anagrama
2022
136
16,90 €