Antonio Rubio publica En compañía de santos. Camino seguro a Dios - Alfa y Omega

Antonio Rubio publica En compañía de santos. Camino seguro a Dios

«Los cristianos no estamos solos en nuestra relación con Dios. Contamos con la compañía de muchos intercesores que, con su palabra y con su ejemplo, nos ayudan a descubrir cada día el rostro de Cristo». Esta convicción le ha llevado al colaborador de Alfa y Omega Antonio Rubio Plo a escribir En compañía de santos, un recorrido por la historia de la santidad, desde los apóstoles y los Padres de la Iglesia, a Beatos recientes como el cardenal Stepinac o Teresa de Calcuta

Ricardo Benjumea
El entonces padre Alberto Hurtado, junto al Hogar de Cristo, en Chile.

Confiesa el autor: «Conforme fui avanzando en la composición del libro, descubrí un mediterráneo: no existen diferencias entre los testimonios de un monje medieval, una religiosa de clausura del siglo XVI, un párroco del siglo XIX o un laico contemporáneo nuestro». Ese descubrimiento se transmite al lector como por ósmosis. Los 74 santos y Beatos que aparecen en estas páginas están ordenados por orden alfabético. Se pasa de Juan Pablo II a Juana de Arco, y de santa Maravillas de Jesús, a san Juan Evangelista, y el salto nunca resulta forzado. Hay nombres muy conocidos, y otros no tanto, como el chileno san Alberto Hurtado, que al autor le causó un gran impacto.

Todos han dejado en él alguna huella, y de todos habla Rubio Plo en tiempo presente. Los santos «siguen existiendo ahora y conviven entre nosotros», escribe. Éste «no es un libro sobre un tiempo ido, porque el cristianismo se caracteriza por ser una religión del eterno presente, una fe que considera que la felicidad empieza aquí y ahora, comienza en el momento en que queremos estar más cerca de Dios». Y para acercarnos a Él, hay un método que no falla: «Ser amigo de los sanos es ser amigo de Dios». Ellos son su familia. «No cabe un cristianismo sin santos, pues equivaldría a decir que Dios está solo».

El prólogo es del director de Alfa y Omega, don Miguel Ángel Velasco. «Los santos son luz de Cristo», afirma. «Su luz ha iluminado la vida de los hombres, ayer, lo hace hoy y lo seguirá haciendo por los siglos de los siglos. Lo de menos es si es hombre o mujer, anciano o joven, Papa, fundadora o seglar de a pie; lo que importa es que no son ellos. Es Dios en ellos». Aunque, a la vez, estas personas son tan de carne y hueso como cualquiera de nosotros. A veces, se les quiere presentar «con aureola, tañendo cítaras poco menos que en éxtasis permanente y escuchando música celestial. Pero hay pocas cosas que tengan que ver menos con la realidad de los santos que la música celestial», añade. Su vida está «pegada a la cruda realidad». Lo que marca la diferencia es que está llena de «entrega constante, sacrificios sin condiciones… y dejarse trabajar por Dios. Y la prueba inequívoca, que nunca falla: la alegría».

La lista empieza en san Agustín y su viaje al abismo de la conciencia. Al final del capítulo, en un giro muy característico a lo largo de toda la obra, se contrapone al gran Doctor de la Iglesia con Jacques Russeau, que debió leer las Confesiones, pues publicó en 1782 una obra con idéntico título. «Ambos libros coinciden en la gran sinceridad de sus autores, siempre a la búsqueda de la felicidad». Rousseau, sin embargo, desconoce el sentido del pecado y del arrepentimiento. «Aspira a ser juzgado por los hombres, no por Dios, aunque tampoco le interesa el veredicto final desde el momento en que se ha proclamado inocente y virtuoso». En él, la felicidad es efímera, «pues se aferra al pasado que nunca volverá, a la nostalgia de la madre, de los días soleados, de los paseos por la montaña… Por el contrario, en san Agustín hay pleno arrepentimiento» por todo el mal hecho. Por eso, al final, «en Rousseau sólo vive el presente y el fugaz pasado, mientras que en san Agustín hay un futuro, llamado a ser eterno presente, para el encuentro con un Dios Amor que acoge a los pecadores».

En compañía de santos (Biblioteca online) está disponible, en formato digital, en Amazon y Google Play, y próximamente en la tienda de Apple.

San Antonio de Padua, un santo lisboeta

Tuve la experiencia inolvidable de pasar unos días en las fiestas de San Antonio, la celebración más popular en Lisboa. Noches de fuegos artificiales, bailes, música y comidas al aire libre. Un tiempo de revivir tradiciones asociadas al recuerdo y la intercesión de uno de los santos más populares de la cristiandad. Todo sirve para honrar al lisboeta más ilustre que, sin embargo, no es el Patrono de Lisboa. En casi todas las partes se le conoce como san Antonio de Padua, ciudad en la que desarrolló buena parte de su actividad apostólica y en la que está enterrado, pero en Portugal se le conoce como san Antonio de Lisboa, ciudad en la que nació alrededor de 1195.

Hace unos años, aprovechando los días de las fiestas de San Antonio, se presentó Antonio, guerrero de Dios, un film de Antonello Belluco, que no era exactamente una hagiografía, pues lo que se valora de modo especial es el papel de Antonio como defensor de los derechos humanos, como el predicador que, en sus sermones, ejerce una denuncia profética de las injusticias cometidas por los poderosos de su tiempo. También ése fue Antonio, aunque las circunstancias sociales y políticas de su momento histórico no pueden disociarse de un mensaje espiritual lleno de profundas ansias de unión con Dios. No puede explicarse de otra manera su habitual representación con el Niño en brazos, en tantas imágenes en las que sólo parece tener ojos para su Jesús.

La santidad antoniana tiene una doble dimensión: la fortaleza y la humildad. La fortaleza de la Palabra de Dios, y al mismo tiempo la humildad de quien no pierde la capacidad de asombro y abandono en las manos del Dios que ama. Antonio no podía separar la fe de la caridad. Se consagró al estudio bíblico para poder alimentar el hambre de amor y felicidad de quienes le rodeaban. Unido a Dios, llegó a ser en su vida terrena un predicador insigne, y ahora es un intercesor poderoso, en palabras de la oración colecta de la Misa de hoy, 13 de junio.

Del capítulo sobre san Antonio de Padua