Antonio Pampliega: «La guerra civil española la hemos heredado mal»
Uno de sus parientes asesinó a un sacristán en octubre de 1936, una intrahistoria de la contienda que el periodista detalla en su último libro
Corresponsal de guerra durante más de diez años, el periodista y escritor Antonio Pampliega se ha adentrado ahora en los vericuetos de la guerra civil española con El quinto nombre, una historia sobre Eladio, un familiar suyo acusado de matar a Tomás Martínez, sacristán de la parroquia de Mejorada del Campo, el 5 de octubre de 1936.
¿Cómo llegó hasta usted la historia de Eladio?
Por pura casualidad, porque en mi familia no se sabía nada de él. Un amigo me envió unos documentos de la Causa General [la investigación que realizó el régimen de Franco en los años 40 sobre los delitos cometidos en la zona republicana, N. d. R.] ambientados en mi pueblo, Mejorada del Campo. En ellos aparecía el asesinato del sacristán y los nombres de los responsables: tres fueron ajusticiados tras la guerra, uno salvó su vida y fue a la cárcel, y el quinto huyó: Eladio, primo de mi abuelo.
¿Qué fue lo que pasó?
Cuando empezó la guerra, en Mejorada se creó un comité revolucionario local que tomó la decisión de no fusilar a nadie del pueblo, porque en realidad todos eran familiares unos de otros. El único que no tenía parientes era Tomás Martínez, un profesor de música que había trabajado en varias ciudades de España y venía de fuera, y que era además el sacristán de la parroquia.
¿Solo por eso decidieron matarle?
Al comité le reprochaban desde otros pueblos que «menudos rojos eran, que no mataban a nadie». Por esa presión decidieron acabar con su vida, además de por ser una persona religiosa.
El 5 de octubre de 1936.
Lo asesinaron de un tiro en el pecho esa noche a la salida del pueblo, pero unas horas antes Eladio lo toreó en la plaza delante de la gente y amagó con darle una estocada. Más tarde, cuando lo llevaban a fusilar, le clavó dos banderillas en la espalda y fue el encargado de darle el tiro de gracia en la cara.
Es tremendo.
Eladio era un sádico, además de un torero frustrado. Intentó torear en una plaza de Madrid, pero cuando salió el toro se asustó y se cortó la coleta sin dar siquiera un pase de pecho. Era republicano, pero a su manera. Simplemente quería ser el sheriff de Mejorada y fue él el que señaló a Martínez.
¿Qué pasó con él?
En cuanto vio que cambiaban las tornas huyó. Lo que pasó después lo cuento al final del libro.
¿No le ha dolido saber que en su árbol genealógico hay alguien así?
Para nada. Es un Pampliega cuya existencia ni siquiera conocíamos en mi familia. Mi generación no tiene por qué cargar o por qué pagar los errores que cometieron otros bastantes décadas atrás. En general, la guerra civil española la hemos heredado mal. No tiene por qué seguir dando votos a políticos de uno u otro signo ni puede seguir siendo utilizada como arma política. ¿Por qué tenemos que posicionarnos a un lado o a otro de la trinchera casi un siglo después? Nuestros abuelos no hablaban de una guerra que vivieron y nosotros no paramos de hablar de una guerra que no vivimos.
Las dos Españas nos siguen helando el corazón.
Cuando me entrevisté con los mayores de Mejorada para mi investigación, me decían unos de otros: «Ese es un rojo», o «ese es un facha». Parece que se siguen odiando, pero nuestra generación no tiene por qué seguir haciéndolo.
¿Ha tenido alguna relación con la familia del sacristán a la hora de escribir el libro?
Después de matar a Tomás Martínez, su mujer recibió visitas periódicas para disuadirla de denunciar lo que pasó. Temió por su vida y se mudó a Valladolid. Luego presentó una denuncia ante un tribunal republicano sin conseguir nada. Al acabar la guerra, su caso se investigó y se condenó a los culpables. Yo hoy tengo relación con Clara, la nieta más pequeña de Tomás. Ella me ha contado que su padre —que se quedó huérfano con 8 años— rezaba cada día por los asesinos de su abuelo. Es una familia que no guarda rencor alguno.
Es un testimonio muy edificante.
Pero también hay otros, como el de dos de los ajusticiados, que escondieron al sacerdote del pueblo en su casa y le ayudaron a salvar la vida. Son cosas que me han hecho ver que, muchas veces, en la historia no hay blancos y negros. La única víctima inocente fue Tomás.
Antonio Pampliega
Península
2023
284
19,90 €