Antonio Diéguez: «Todos asumen que el transhumanismo discriminará»

Antonio Diéguez: «Todos asumen que el transhumanismo discriminará»

En Cuerpos inadecuados (Herder) Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga, presenta una visión crítica del transhumanismo, pero reconoce sus fortalezas y descarta las enmiendas a la totalidad

María Martínez López
Diéguez en un encuentro de la Federación de Sociedades Bioquímicas Europeas, en 2017. Foto cedida por Antonio Diéguez

La conclusión de su libro es que paradójicamente, fuera de los más entusiastas, la pandemia puede suponer un importante golpe para el transhumanismo. ¿Por qué?
Esta situación tiene una forma ambivalente de interpretarse. Para los más entusiastas, con la vacuna se ha puesto en evidencia que la ciencia ha respondido. Para ellos este es el camino a seguir. Y supone un paso más hacia la inmortalidad. Hay quien ha propuesto que el ser humano pueda ser algún día completamente inmune a cualquier virus. Son promesas que, por el momento, no tienen una base científica.

Por otro lado, la pandemia ha sido un golpe duro para el orgullo del ser humano. Hemos visto muy claramente que somos vulnerables y mortales. Y que el propósito de conseguir la inmortalidad mediante la tecnología por el momento es claramente una quimera. Si alguna vez llegara a ser posible, que lo dudo, sería muy a largo plazo.

Cita datos según los cuales España es uno de los países occidentales más abiertos a algunas de las propuestas del transhumanismo, o al menos a las tecnologías que las harían posibles. ¿A qué cree que se debe? ¿Quizá a no haber tenido malas experiencias de abusos en investigación biomédica, como en Alemania o Estados Unidos?
No lo sé bien, la verdad. Supongo que la actitud es más optimista que en otros lugares del mundo donde tienen más fuerza movimientos negacionistas o el ecologismo radical. Yo eso lo veo positivo, aunque tenga como consecuencia que a veces seamos más acríticos con las propuestas del transhumanismo. Los acontecimientos históricos concretos también influyen y hacen que en algunos lugares cualquier manipulación biológica del ser humano se vea de forma mucho más cauta, o directamente como heredera del nazismo.

Su motivación para abordar estos temas parte del convencimiento de que no bastan los grandes discursos sobre la dignidad y la naturaleza humana contra el transhumanismo. Con estos conceptos fuera del debate, ¿no caemos en un simple consecuencialismo que depende de qué efectos sean aceptables para unos y otros?
Yo no digo que haya que rechazar esas nociones de naturaleza humana en sentido fuerte o de una dignidad basada en ella. Lo que pretendo demostrar es que no se pueden cerrar los debates apelando a ellas, porque en el bando transhumanista no se acepta que tengan esa fuerza normativa que los críticos pretenden. Cuando alguien dice no se pueden tocar en absoluto la línea germinal humana [introducir cambios genéticos que se vayan a transmitir a los hijos, N. d. R.] porque atenta contra la dignidad humana, los contrarios preguntarán por qué va a atentar contra la dignidad eliminar los genes de ciertas enfermedades o modificar otros para que las personas tengan mejor calidad de vida. De hecho, esto lo postulan ya algunos comités de bioética internacionales, como el de Alemania. Aunque los conceptos de naturaleza y dignidad tengan su peso, no pueden ser usados para cerrar el debate sin más. Hay mucho más que discutir, hay que analizar caso por caso y explicar por qué hay un peligro.

«La UE está haciendo legislaciones bastante aceptables, y las que empiezan a surgir en Estados Unidos son muy similares. Creo que finalmente China se sumará también a unos límites infranqueables»

Pero, abriendo la puerta a algunas prácticas, es muy difícil evitar otras.
El argumento de la pendiente deslizante tiene sus fallos. Aunque los casos que más se critican son aquellos en los que el control no es el adecuado, en general solemos controlar bastante bien la tecnología y evitar abusos dentro de los deseos mayoritarios de la sociedad. Es imposible que no se produzca ninguno. Por eso tenemos códigos penales. Por ejemplo, incluso en la permisiva China se ha condenado al científico He Jiankui [por editar genéticamente embriones humanos con fines reproductivos, N. d. R.].

En ese caso sí, pero es evidente que hay países y regiones del mundo con controles más estrictos que otros. ¿Esto no hace inevitable que al final se hagan realidad prácticas que rechaza buena parte del planeta?
Por eso hay que procurar que cualquier legislación tenga un consenso internacional, y en estos temas de biotecnología hay buena disposición para acuerdos internacionales. La UE está haciendo legislaciones bastante aceptables, y las que empiezan a surgir en Estados Unidos son muy similares. Aunque es menos predecible, creo que finalmente China se sumará también a unos límites infranqueables, aunque sus controles sean menos estrictos. No le interesa dar la impresión de ser un país gamberro en este sentido.

Entonces, ¿es posible argumentar contra el transhumanismo sin los conceptos de naturaleza y dignidad humanas?
Uno de los problemas que tiene el discurso transhumanista es que ahuyenta a mucha gente que piensa que cualquier posible mejora está ligada a esas promesas más alocadas que nos llevan a la desaparición a largo plazo de la especie humana. Pero uno no tiene que comprar todo el paquete. Por ejemplo, es posible y parece viable que en algún momento tengamos un medicamento efectivo para prolongar la vida humana. Algo así ya tendría consecuencias importantes en la seguridad social o los cuidados médicos sobre las que convendría pensar. Es un debate que hay que tener.

«Varios filósofos actuales insisten en que la vulnerabilidad es un aspecto central de la condición humana y que es la base de la solidaridad»

¿No están todas las propuestas transhumanistas, incluso las más sencillas y viables, teñidas de una ideología que rechaza la vulnerabilidad y busca la inmortalidad?
Efectivamente, no hay que descuidar esto. Para el transhumanismo la vulnerabilidad no tiene nada de positivo y habría que eliminarla por completo. En cambio, varios filósofos actuales insisten en que es un aspecto central de la condición humana y que es la base de la solidaridad. Creo que los transhumanistas se equivocan al pretender eliminar la vulnerabilidad por completo, pues no creo que sea viable. Dicho esto, esa vulnerabilidad es una parte inevitable de nuestra condición, pero no es algo en sí mismo deseado. Ninguno quiere que le afecte excesivamente.

Mejorar al ser humano en distintas facetas sin una mejora moral desembocaría en un hombre con los mismos fallos morales pero más poderoso, una visión nada alentadora. ¿Sería realmente posible?
En el Centro Uehiro para la Ética Práctica de la Universidad de Oxford, que es donde más se está investigando esto, consideran que tarde o temprano tendremos fármacos que permitirían mejorar la empatía o la capacidad de razonamiento moral. Defienden que llegará un momento en que habrá que ensayar todas las alternativas disponibles para promover medidas más generosas contra el deterioro del planeta, y esta podría ser una de ellas. Yo no estoy convencido de que sea una vía muy realista. Hablar de mejorar el razonamiento moral es puramente especulativo. Ahora mismo lo único que tenemos son ciertos medicamentos que pueden aumentar la empatía. Pero sus efectos tampoco están muy claros. Por ejemplo la oxitocina lo hace con los cercanos, pero incrementa la hostilidad con los que no lo son. No da para afirmar que tengamos esa posibilidad a la vuelta de la esquina.

Pero si lo estuvieran, ¿no anularían nuestra libertad?
No en todos los casos. Imaginemos que pudiéramos mejorar a un ser humano de forma que tuviera un mejor razonamiento moral, que fuera capaz de ver más alternativas o deducir con más claridad las consecuencias de su acción. Eso no eliminaría ni reduciría su libertad, al contrario.

Por otro lado, todo esto tendría que ser voluntario. No se puede obligar a nadie a tomar medicamento para ser mejor moralmente, al menos en los países democráticos. ¿Querrán los malvados hacerlo? Y si no quieren, ¿se van a quedar ellos igual mientras los que tienen una cierta preocupación moral se vuelven mejores pero quizá más ingenuos o más vulnerables?

¿Es posible abrir la puerta al transhumanismo sin que se convierta en obligatorio o resulte discriminador para quien lo rechace?
Que la aplicación de estas tecnologías va a producir discriminación lo asumen todos. Pero para los transhumanistas es un efecto inevitable, y creen que con el tiempo podría aumentar la igualdad, como ha ocurrido al abaratarse y extenderse el uso de los móviles. A mí me parece que, aunque fuera así a largo plazo, el problema está en la primera brecha, que podría fomentar unas desigualdades insalvables.

Por eso justamente hay que ser crítico frente al a ideología transhumanista. Una cosa es aceptar que detrás de estas propuestas puede haber cosas interesantes y aceptables, y otra es asumir todo el discurso transhumanistas, que tiene muchas más sombras que luces.