Andrew Azzopardi: «Ahora no basta con hacer las cosas bien» - Alfa y Omega

Andrew Azzopardi: «Ahora no basta con hacer las cosas bien»

Cuando se cumplen dos años de la cumbre antiabusos, es el momento de «demostrar» que las cosas se hacen bien. Lo asegura el responsable del grupo de expertos que ayuda a las Iglesias locales a adaptar sus protocolos
de actuación

Victoria Isabel Cardiel C.
Andrew Azzopardi, a la izquierda, junto a los miembros del grupo de trabajo, en el Vaticano, durante un encuentro con el Papa Francisco
Andrew Azzopardi, a la izquierda, junto a los miembros del grupo de trabajo, en el Vaticano, durante un encuentro con el Papa Francisco. Foto: Safeguarding Commission.

Un año después del encuentro La protección de los menores en la Iglesia —que reunió en el Vaticano a representantes de todas las conferencias episcopales—, arrancaba el grupo de expertos nombrados por el Papa para ayudar a las Iglesias locales a adoptar manuales de actuación para proteger a los menores. Andrew Azzopardi es su responsable.

¿Cómo funciona el grupo de trabajo?
Nuestra misión es asistir a las conferencias episcopales y a los institutos religiosos que todavía no tienen unas directrices claras sobre cómo actuar ante un caso de abusos. El año pasado eran más o menos diez en todo el mundo. También les ayudamos a adaptar sus protocolos de actuación a la cultura local y al marco general de las últimas directivas del Papa. Algunas nos han contactado y a otras las hemos contactado nosotros. Tenemos de plazo hasta febrero de 2022 para completar el trabajo, pero la pandemia ha supuesto un gran frenazo.

¿A qué se refiere con adaptar las directrices a la realidad local?
Por ejemplo, en Reino Unido, donde trabajé en el entorno del fútbol, la cultura social predominante es que, si hay una sospecha de abusos, casi de manera automática se presenta la denuncia. En Malta, donde trabajo actualmente, hay un poco de omertà. Esta ley del silencio está también muy extendida en otros países. Por eso, la Iglesia tiene que contar con una maquinaria potente que se active ante la primera sospecha.

¿Lo más importante de su trabajo?
La escucha. Son personas con experiencias traumáticas.

¿Y lo más difícil?
Mi posición es complicada porque, en cierto sentido, para las víctimas represento a quienes les han hecho daño. Pero yo no estoy aquí para proteger a los que han cometido el delito. Yo protejo a las víctimas. Nuestro papel es luchar por las personas que han sido silenciadas y reprochar a las autoridades lo que hicieron mal. Me considero muy afortunado, porque los obispos de Malta, que son mis jefes, me apoyan constantemente.

La Comisión para la Salvaguarda y la Tutela de los Menores y Adultos Vulnerables de Malta ha cambiado recientemente sus directrices frente a los abusos. ¿Por qué?
Teníamos que adaptarlas a la nueva ley vigente en Malta sobre la protección de menores y también a las dos últimas directivas del Papa, el motu proprio Como una madre amorosa de 2016, que estipula la posibilidad de expulsar a un eclesiástico por causas graves, y el de 2019, Vosotros sois la luz del mundo, que impone el deber de denunciar ante las autoridades eclesiásticas los episodios de pederastia que se conozcan, y también ante las civiles, en el caso de que las leyes del lugar donde sucedan los hechos así lo exijan. Para que la guía de buenas prácticas funcione hay que revisarla y actualizarla como mínimo cada cuatro años. Nuestro equipo está formado por pediatras, psicólogos, trabajadores sociales, pero también por abogados.

Han hecho de la transparencia una seña de identidad. ¿Por qué?
Nada más llegar a la comisión de Malta, en 2015, les dije a los obispos que teníamos que ir hasta el final, sin dejar agujeros negros. Durante años ha imperado la cultura del encubrimiento. Por eso creo que ahora no basta con hacer bien las cosas, hay que demostrarlo. Por eso, cada año, publicamos un informe con el número de casos de abusos y el número de personas que han sido apartadas de su puesto. Pero no somos los únicos que hacemos este ejercicio de transparencia.

¿Trabajan en red con las autoridades civiles?
Sí, tenemos muy buena relación con la Policía. En principio, les pasamos todas las denuncias. El único momento en el que no lo hacemos es cuando una víctima se niega; es importante respetar su decisión. Hay casos en que presentamos una denuncia anónima; esto es una posibilidad abierta en Malta, pero otros países no lo contemplan.

Sin embargo, una de las reivindicaciones históricas de las asociaciones de víctimas es que todos estos casos sean denunciados automáticamente a las autoridades civiles.
Sí. Y lo entiendo. Es comprensible que muchas víctimas no tengan confianza en la Iglesia. Pero no estoy de acuerdo con la obligación automática de denunciar a la Policía. Muchos no quieren denunciar por miedo a que se filtre su historia, a dejar de ser anónimos. También hay que tener claro que la Iglesia no manda a la gente a la cárcel, pero sí tiene la obligación de apartar a quienes hayan cometido estos crímenes. Además, hay que hacer una labor de prevención y evitar que personas con trastornos graves entren en la Iglesia. Tenemos que entender los abusos como un problema social.

Muchas víctimas también han denunciado que algunas personas confunden el delito de haber cometido abusos con un pecado.
Es que, a nivel espiritual, para muchas personas el pecado es lo más grave que puede existir. Pero el Papa habla de crímenes abominables, no de pecados.

Benedicto XVI dobló la prescripción hasta los 20 años a partir de que la víctima llega a 18 años. ¿Qué opina de que estos delitos en la justicia civil tengan una fecha de caducidad?
La Iglesia también tiene la facultad de dispensar esa prescripción.Pero sí, creo que no debería existir en estos casos. Muchas víctimas pueden esperar más de 30 años hasta contarlo por primera vez; tienen miedo a no ser creídos o a ser juzgados, e incluso se sienten culpables. No obstante, solo con abolir la prescripción no es suficiente. Por ejemplo, en Islandia existe el modelo Barnahus, que evita que el menor tenga que revivir el abuso sexual a través de múltiples declaraciones y, a su vez, ofrece un entorno respetuoso con sus necesidades.

¿Cómo de importante es la formación en la erradicación de esta lacra?
En estos seis años hemos formado a más de 3.000 personas dentro de la Iglesia de Malta. Muchos eran laicos, pero la mayor parte religiosos. Hay dos fases en este trabajo: prevención e investigación. Me gustaría trabajar solo en la prevención, pero es poco probable que erradiquemos los abusos por completo. Lo que tenemos que hacer es que sea más difícil cometerlos. La experiencia demuestra que, cuanta más formación existe, las denuncias aumentan. Pero esto no significa que haya más casos, sino que va aumentando la conciencia de la gravedad de los hechos y se rompe la espiral de silencio.

Bio

Director de la Comisión para la Salvaguarda y la Tutela de los Menores y Adultos Vulnerables de la provincia eclesiástica de Malta, Azzopardi trabaja bajo la batuta del arzobispo Scicluna, uno de los mayores expertos en temas de abusos sexuales en la Iglesia. Ha trabajado también en Caritas Internationalis y en la Asociación Inglesa de Fútbol.