«Anda y haz tú lo mismo»
15º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 10, 25-37
En el Evangelio de este domingo XV del tiempo ordinario Lucas presenta una nueva escena en el camino a Jerusalén. Un doctor de la ley le hace a Jesús dos preguntas legalistas, que Él responde saliendo del terreno legal y proclamando un mensaje de amor verdadero (cf. Mc 12, 28-34; Mt 34, 40-17).
Este doctor de la ley hace una pregunta que siempre planteaban los discípulos a sus maestros y que la gente le había hecho al Bautista (Lc 3, 10). Sin embargo, no habían encontrado todavía una respuesta clara. Es evidente que en la pregunta sobre cómo heredar la vida eterna, el énfasis está en el hacer. La pregunta se hace para probar a Jesús, pero Él responde lo mismo, haciendo referencia a la Ley.
El letrado cita los dos mandamientos del amor a Dios (cf. Dt 6, 5) y del amor al prójimo (cf. Lv 19, 18). Pero están unidos bajo el verbo «amarás», como si fueran un solo mandamiento. Este judío ve el corazón de la Ley en el doble mandamiento. Jesús aprueba la respuesta, pero especifica que lo que lleva a la vida no es saber cuál es el mandamiento más importante, sino ponerlo en práctica.
En este punto, la pregunta del doctor de la ley parece completamente inútil. Sin embargo, pretende justificar el motivo de su petición: no quería solo poner a prueba a Jesús, sino pedir un concepto más claro de prójimo y saber cuáles son los límites de la caridad, dos cuestiones que aún no habían encontrado una respuesta unívoca.
Jesús cuenta una historia. Esta parábola, que nos la transmite solamente Lucas, se sitúa en Jericó. Esta ciudad se encuentra a mil metros por debajo de Jerusalén (740 metros sobre el nivel del mar), y en aquel lugar eran frecuentes los asaltos de ladrones a lo largo del camino solitario y pedregoso de unos 27 kilómetros. No se conoce la nacionalidad de aquel hombre que bajaba de Jerusalén; los ladrones infieren fuertemente sobre el desdichado, dejándolo desnudo, herido, medio muerto.
De este modo, Jesús presenta dos actitudes para evitar y una para imitar. El sacerdote y el levita se comportan de manera egoísta, como quien antepone su comodidad a la compasión por el pobre. No está claro por qué pasan de largo: quizás lo creyeron muerto y no querían hacerse impuros (cf. Lv 21, 11), o quizás porque tenían miedo de ser atacados también. Los dos son judíos respetables, pero no son verdaderos intérpretes de la Ley.
Sin embargo, el samaritano, que es un hereje apartado del mundo judío, se compadece del herido y no permanece inmóvil. Se enumeran seis actos de caridad que él llevó a cabo: se acercó, vendó las heridas, echó aceite, lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a una posada, extrajo dos monedas.
Así, el doctor de la ley, que no tiene dificultad en decir que el prójimo era «el que tuvo compasión», encuentra la respuesta a su segunda pregunta: prójimo es toda persona que se acerca a los demás con amor entregado y generoso, sin tomar en cuenta las barreras religiosas, culturales o sociales.
Llegados a este punto Jesús nos invita a hacer una inversión en nuestra vida. Ahora ya no se trata de saber quién es el prójimo, sino de hacernos prójimo. En la parábola del buen samaritano Jesús no solo ofrece un ejemplo para imitar, sino que nos abre una nueva perspectiva en la organización de las relaciones humanas.
Así, Lucas subraya la entrega de este samaritano, que se detiene, cura y atiende al pobre herido. El verbo «tuvo compasión» es el mismo que se usa en la Biblia para expresar la compasión de Dios por todos, especialmente por los débiles y los pobres. Es el sentimiento de Jesús hacia los que sufren y necesitan ayuda. Por eso, varios padres de la Iglesia han vislumbrado la figura de Cristo en este buen samaritano. Él realiza con su vida lo que significa concretamente amar hasta el extremo. En este comportamiento humano suyo, encarna la actitud de Dios y lleva a la práctica el corazón de la Ley.
El amor da, no importa a quién, cómo ni cuándo. Porque así es Él, no puede evitar entregarse. De este modo, Dios es amor. Se derrama sobre todos y todo, impregnándolo todo y a todos, indiferente al tipo de suelo que lo recibe: «Él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45); además, no mira las apariencias, sino solo al corazón (cf. 1 Sam 16, 7). No hace preferencias en nosotros. Somos terreno donde simplemente sucede el Amor.
En esta historia nuestra hecha de piedras, de zarzas, de superficialidad, pero sobre todo de buena tierra, Él se vierte en ella.
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?» Él respondió: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».