Alfonso Muñoz, sacerdote para siempre
En la madrugada del domingo 8 de enero, fiesta del Bautismo del Señor, falleció Alfonso Muñoz Bernal, que fue párroco del Santísimo Cristo de la Victoria. El funeral por su eterno descanso tendrá lugar en la esa misma parroquia el viernes 3 de febrero, a las 19 horas. Escribe su sobrino, Alfonso Simón Muñoz, que fue delegado episcopal de Alfa y Omega
Don Alfonso recibió el nombre cristiano de su padre, Alfonso Muñoz Tejada, que tuvo la gracia de ser testigo de Jesucristo hasta dar su sangre por Él. Había contraído matrimonio con mi abuela, Rosario, el 5 de noviembre de 1911, en la iglesia de Santa María la Real de la Almudena, la cripta recién estrenada de la que sería nuestra catedral de Madrid, y el 5 de noviembre de 1936, cuando se cumplían exactamente 25 años de su matrimonio, el día de sus Bodas de Plata, fue detenido por ser cristiano, y lo era en verdad de modo ejemplar. Nada supimos de él hasta que, en el estudio histórico de las causas de los mártires de los años 30 del siglo XX en España, se ha sabido que Alfonso Muñoz Tejada fue llevado, junto con otras víctimas, al zoológico del Retiro madrileño y echado a las fieras para morir entre sus dientes. La reacción al conocerlo de su hija Esperanza, la mayor, mi madre, entre lágrimas fue mostrar su gozo interior al saber que su padre había muerto como san Ignacio de Antioquía. El hijo menor, Don Alfonso, tenía entonces 12 años.
Durante los años de la persecución religiosa en la guerra civil, tan duros y difíciles en la ciudad de Madrid, el adolescente que tantos siguieron llamando durante mucho tiempo Alfonsito, fue creciendo en la fe y la Providencia le asignó poder ser ministro extraordinario para la distribución de la Sagrada Comunión en su casa, donde a lo largo de la guerra pudieron tener algún sacerdote que esporádicamente celebraba la Santa Misa y podía reservarse a Jesús Eucaristía para cuantos vivieron en aquella casa, muy cerca a la Puerta del Sol, en la que aquellos tres años pudieron refugiarse, en distintos momentos, hasta 17 religiosas. En especial Hijas de la Caridad, en cuya casa noviciado de Madrid celebró su Primera Misa el joven Alfonso Muñoz, tras sus estudios hasta el llamado entonces Examen de Estado, momento en que ingresó en el Seminario madrileño. Una vez ordenado sacerdote bien puedo decir que ha sido un padre para mí, y también para mis hermanas.
Tras un primer año de ministerio en Pedrezuela, pequeño pueblo en la zona norte de Madrid, donde ya por aquel entonces surgía una vocación sacerdotal, pasó a ser párroco de Bustarviejo, y allí en apenas cinco años nacieron hasta 13 vocaciones religiosas femeninas, y también nacía por entonces una futura vocación sacerdotal, actualmente pastor de la madrileña parroquia de Nuestra Señora de los Dolores y hoy aquí presente entre nosotros. Los ocho años siguientes ejerció su ministerio en Cercedilla. En este bello lugar de la sierra madrileña, muy populoso especialmente en el verano, no ha sido pequeña su huella, preludio de su tarea pastoral en Madrid, primero en la parroquia de Los Dolores y posteriormente en esta querida parroquia del Santísimo Cristo de la Victoria, durante tantos años hasta su jubilación, y aun después, ya completamente ciego en los ojos, que no en el corazón, celebrando la Eucaristía y dedicando horas y horas al ministerio del sacramento de la Confesión.
En fin, ha sido llamado por su Señor, y lo ha sido sin duda providencialmente, en el día de la fiesta del Bautismo del Señor un sacerdote bueno y fiel, hasta el último aliento de su vida en la tierra, que ha celebrado la Eucaristía hasta prácticamente el último día, necesitado cada vez de más ayuda según iban creciendo los efectos del Parkinson y sin duda con todo el esfuerzo de su alma. Al mismo tiempo no dejaban de salir de sus labios una Avemaría tras otra. Han sido cientos, miles, muchos miles. Si la ceguera le impedía el rezo habitual del Breviario, los miles de Santos Rosarios salidos de su boca dan fe de su amor a la Santísima Virgen María, que confiamos lo habrá acogido junto a Jesús en el Cielo, con su divina ternura, y como a hijo muy especial, participante del sacerdocio único y eterno de su Hijo.