El Evangelio de este domingo presenta uno de los episodios de la vida de Cristo que contiene un profundo significado. Se trata del hecho de que una persona, que no era seguidor de Jesús, expulsó demonios en su nombre.
El apóstol Juan, joven y diligente, quiso impedírselo, pero Jesús no se lo permite, es más, aprovecha aquella situación para enseñar a sus discípulos que Dios puede obrar cosas buenas, y hasta prodigiosas, también más allá de su propio círculo, y que se puede colaborar a la causa del reino de Dios de distintos modos. El apóstol san Agustín escribe, a este propósito: «Como en la Iglesia católica se puede encontrar lo que no es católico, así también fuera de la Iglesia puede haber algo de católico».
Por eso, los miembros de la Iglesia tienen que alegrarse si alguien externo a la comunidad obra el bien en nombre de Cristo, a condición de que lo haga con intención recta y con respeto. También en el interior de la Iglesia misma, puede suceder, a veces, que cueste valorizar y apreciar, en un espíritu de profunda comunión, las cosas buenas realizadas por las distintas realidades eclesiales. En cambio, todos tenemos que ser capaces de apreciarnos y estimarnos mutuamente.
En la liturgia de hoy, resuena también la denuncia del apóstol Santiago contra los ricos deshonestos, que ponen sus seguridades en las riquezas acumuladas a fuerza de violencia. Sus palabras, mientras advierten de la vana codicia de los bienes materiales, constituyen un fuerte llamamiento a usarlos en la perspectiva de la solidaridad y el bien común, obrando siempre con equidad y moralidad en todos los niveles.
Ángelus (30-IX-2012)