Alepo revive la pesadilla de los bombardeos ocho años después
La toma de la segunda ciudad siria por yihadistas ha aterrorizado a la población, que ha revivido el trauma de las bombas y no sabe cómo va a ser la aplicación de la ley islámica
En Alepo no saben dónde enterrar a los muertos. La zona donde están concentrados los cementerios «se ha vuelto muy peligrosa, ya que está muy cerca de los barrios del norte donde luchan los grupos armados kurdos contra los rebeldes islamistas», describe el sacerdote Bahjat Elia Karakach, franciscano de la Custodia de Tierra Santa y párroco latino de la segunda ciudad del país. Desde que el pasado viernes el grupo yihadista Hayat Tahrir al Sham (HTS), dominado por Al Qaeda, junto con otras facciones hostiles al régimen de Bashar al Assad, se hicieran con el control de la localidad, las calles están plagadas de «francotiradores que no dejan pasar a nadie».
Habla con Alfa y Omega todavía con el susto en el cuerpo. El domingo, dos misiles impactaron contra el colegio Tierra Santa, de los franciscanos. «Nadie resultó herido, gracias a Dios», pero gran parte de sus instalaciones fueron destruidas. Tras los bombardeos, que no se producían desde que el Ejército sirio recuperó el control de Alepo en 2016, los religiosos no dudaron en regresar al edificio, que en estos 13 años de guerra se ha convertido en un punto vital de distribución de ayuda humanitaria. El obrador «se salvó de milagro y ya está de nuevo funcionando». «El pan es muy necesario», recalca Karakach. Además, han logrado reactivar el comedor social en tiempo récord y entregar «más de 1.000 comidas».
El principal temor ahora es que los alimentos y el gas empiecen a escasear. En las calles la situación es «tensa». Los ataques aéreos de la aviación rusa que apoya a Al Asad son «muy frecuentes». Y, como siempre, son las familias las que pagan la peor parte. Muchas se han echado a la carretera en una huida masiva. Pero con la autopista principal M5 que une Alepo con las otras grandes ciudades sirias cerrada, se han desviado por carreteras secundarias formando un embudo. «Se han quedado atrapadas en el desierto y las noches son muy frías. Hay más de 24 horas de atascos para poder llegar hasta Hama o a Homs, más al sur», explica el franciscano.
150 mil cristianos había en Alepo en 2011. Hoy solo quedan entre 20.000 y 25.000, según L’Œuvre d’Orient.
6,4 millones de refugiados sirios han huido a países como Turquía, Líbano y Jordania.
La mayor ofensiva registrada en la guerra civil siria desde hace al menos cinco años ha reavivado los traumas de la población. «Desde el 2011 la gente lo está pasando muy mal», describe el sacerdote Hugo Alaniz, del Instituto del Verbo Encarnado, desde Alepo. El domingo por la mañana este misionero argentino violó el toque de queda de 24 horas impuesto por los islamistas y se jugó la vida para llegar hasta el convento de las carmelitas, «que no podían salir a la calle». Llegó «saltando unos muros» para evitar a los francotiradores. Tras 13 años de conflicto, Siria se enfrenta una crisis humanitaria de dimensiones colosales. Según la ONU, el 90 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y más de la mitad no tiene acceso al agua potable. Además, las infraestructuras básicas están devastadas y solo cinco de cada diez hospitales están operativos.
Con el alto el fuego acordado con Al Asad en 2020 «parecía que todo iba a cambiar», recuerda Alaniz. Sin embargo, no fue así. Las sanciones y la pandemia terminaron de «ahogar a la gente». El terremoto del 2023 fue otro golpe mortal. Aunque llegaron algunas ayudas, «no mucho a causa del embargo y la corrupción», fueron un gran alivio. Dentro de lo malo, «hubo cierta tranquilidad». Pero ahora a los cristianos les preocupa cómo va a ser la aplicación de la ley islámica. Los rebeldes «han hecho saber que los cristianos no tenemos que estar preocupados, que quieren liberar el país de la corrupción y esto no va contra nosotros», incide. Les han dicho que «no van a cerrar iglesias». Aun así, señala que en Idlib, en el noroeste del país, las mujeres cristianas han tenido que cubrir su cuerpo, con velo o burka según las zonas.